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– ¿Y durante su viaje a las montañas? -preguntó Wang mientras tomaba un grano de uva con sus dedos delgados-.

– No estoy seguro, pero no creo. Es algo…

Algo que merecía ser investigado.

– Supongamos que Guan hubiera viajado sola… Quizá conoció a alguien, un cliente del hotel -Wang pelaba el grano-. Habrían hablado del paisaje y, tal vez, tomado fotos uno al otro…

– Y juntos. Tienes toda la razón, e incluso algunos turistas llevarían tarjetas de identificación.

– Tarjetas… Sí, es posible…, si era un viaje de grupo.

– He revisado todos los álbumes -dijo Chen mirando su reloj de reojo, pero tal vez debería volver a mirarlos-.

– Y hacerlo lo antes posible -Wang depositó la uva pelada en el plato de Chen. Su color, verde casi transparente, contrastaba con sus bellos dedos-.

Chen se inclinó para cogerle las manos por encima de la mesa. Agradecía esa especie de mutuo entendimiento que tenían: el inspector jefe Chen debía investigar. Ella sacudió la cabeza como si renunciara a decir algo.

– ¿Qué pasa?

– Me preocupas -y retiró las manos mientras fruncía el ceño-.

– ¿Por qué?

Wang se incorporó y dijo con voz queda:

– Este asunto te obsesiona. Un hombre ambicioso no es necesariamente insoportable, pero tú vas un poco demasiado lejos, camarada inspector jefe.

– No, no estoy obsesionado. Es más, me haces recordar un par de versos: «Pensando siempre en tu vestido verde, por doquier / por doquier piso la hierba con cautela.»

– No tienes por qué esconderte detrás de esos versos -dijo ella mientras se dirigía a la escalera-. Sé que tu trabajo es muy importante para ti.

– No tanto como piensas -Chen imitó su manera de sacudir la cabeza y agregó-, y seguramente no tanto como tú.

– ¿Cómo está tu madre? -Wang volvía a cambiar de tema-.

– Muy bien. Sigue esperando que me haga mayor, que me case y que la haga abuela.

– Primero tienes que procurar hacerte mayor.

A veces Wang podía ser muy sarcàstica, pero quizá no era más que un mecanismo de defensa. Chen rió.

– Quizá podríamos volver a vernos este fin de semana – dijo-,

– ¿Para volver a hablar de la investigación? -preguntó ella con un dejo burlón-.

– Si quieres. También quisiera cenar contigo en mi piso.

– De acuerdo, me gustaría mucho, pero no este fin de semana. Miraré mi agenda. No soy una gran cocinera, como tu amigo, el Chino de ultramar, pero sé preparar unas verduras al estilo Sichuan bastante buenas. ¿Qué te parece?

– Me parece estupendo.

Ella lo miró con una sonrisa enigmática.

– No tienes que acompañarme de vuelta a mi despacho.

Chen se quedó, encendió un cigarrillo, miró cómo atravesaba la avenida y se detenía en la parte central. Cuando se giró y le lanzó una sonrisa, Chen experimentó una profunda plenitud. Wang le hizo una señal con la mano antes de alejarse hacia el Wenhui.

Desde hacía tiempo, Chen empezaba a pensar en el futuro de su relación. Desde un punto de vista político, Wang no era la elección más adecuada. La deserción de su marido sin duda influiría en su futuro, pues aunque se divorciara, la mancha seguiría en su expediente. Aquello no hubiera tenido demasiada importancia si Chen no hubiera sido inspector jefe. Sabía que, en su calidad de «miembro del Partido y cuadro en ascenso», las autoridades seguían cada uno de sus movimientos, al igual que algunos de sus compañeros, quienes estarían encantados de ver su carrera manchada por un enlace como ése.

Por otra parte, una mujer casada, aunque sólo lo estuviera virtualmente, tampoco era culturalmente deseable. "¿De qué sirve ser inspector jefe si no puedo sentir algo por una mujer que me gusta?", consideró Chen, y a reglón seguido, tiró el cigarrillo. De momento, había tomado una decisión: caminar hasta el pasaje Qinghe en lugar de tomar el autobús. Quería pensar un poco. Al cruzar la zona peatonal, pisó la hierba con cautela.

CAPÍTULO 12

La mañana de mayo era luminosa, y a pesar del calor temprano, el aire estaba frío. El tráfico serpenteaba convertido en un monumental atasco a lo largo de la calle Henan. El inspector jefe Chen tomó un atajo entre la larga cola de coches, felicitándose por su decisión de ir a pie. Por todas partes había edificios en construcción, y los carteles que desviaban el tránsito brotaban de la tierra como setas después de las lluvias de primavera, lo cual agravaba todavía más las dificultades de circulación. Cerca de la Librería del Este, vio que había otro edificio en demolición. En su lugar se construiría un hotel de cinco estrellas. Pasó un descapotable rojo de importación. Una chica en el asiento del pasajero saludó con la mano a un cartero cuyo recorrido se retrasaba.

Shanghai, junto a sus habitantes, se transformaba a gran velocidad, y él también. Cada vez encontraba más sentido a su trabajo de policía, aunque luego entrase en una librería, como en ese momento, y dedicase un buen rato a buscar una colección de poemas. El inspector jefe Chen no estaba tan obsesionado por el caso, ni por la trascendencia política que pudiera tener para su carrera.

Quizá desde siempre había sido algo estudioso, nostálgico o introspectivo, sentimental y hasta sensual. ¡Qué mejor que acudir la tradición clásica para describirle! «El perfume de las mangas rojas impregna tu lectura por la noche». En efecto, Más realista que anti-romántico, aunque no tan ambicioso como Wang le había reprochado en La Ribera. Recor dó un verso aprendido en la universidad: «No hay nadie más inútil que una pobre rata de biblioteca». Lo había escrito Gao Shi, célebre general del periodo medio de la dinastía Tang, y a la vez, excelente poeta. El general Gao vivió una época en que la dinastía Tang, antaño próspera, se vio barrida por la hambruna, la corrupción y las guerras. Con su compromiso político, el gran general y poeta había decidido cambiar la situación su país.

Ahora China volvía a vivir una época de profundos cambios. Se cuestionaban los sistemas y las opiniones establecidas. En esa coyuntura histórica, Chen también tendía a acariciar que podía aportar un cambio más concreto como inspector jefe que como simple poeta. Un cambio que, sin alcanzar la dimensión del general Gao, se haría sentir en la vida de las personas de su entorno: por ejemplo, la investigación de ese crimen. "En China, y acaso en todas partes, es más fácil influir si se posee un cierto poder", pensaba Chen cuando metió la llave en la cerradura de la habitación de Guan.

Consternado, se dio cuenta de que la expectación que lo había impulsado a esa nueva visita se desvanecía rápidamente. Se quedó pensativo durante un rato frente al retrato enmarcado del camarada Deng Xiaoping. Al parecer, nada había cambiado en la habitación. Tampoco encontró nada nuevo en los álbumes, aunque había varias fotos de Guan durante su viaje a la montaña. Chen las sacó y las diseminó sobre la mesa. Eran imágenes llamativas, de colores vivos. Junto al famoso pino de bienvenida, sonreía al objetivo; mirando a la cumbre, alzaba los brazos hacia las nubes blancas; sentada en una roca, jugaba con los pies descalzos en el agua de un torrente.

Otras fotos habían sido hechas en una habitación de hotel. Sentada en el alféizar de la ventana, llevaba un vestido más bien ligero. Sus largas piernas desnudas y torneadas se asomaban balanceándose coquetamente bajo una falda corta de algodón. La luz de la mañana se filtraba por su fina blusa y la volvía casi transparente, insinuando bajo el tejido la redondez de sus pechos y la curva de su vientre. A sus espaldas, la ventana encuadraba la cadena de verdes montes. No cabía duda de que Guan había ido a la montaña. Sin embargo, no había ni una sola foto con otra persona. ¿ Era posible que fuera tan narcisista?

Como Wang había comentado en el café, la idea de que Guan hubiera hecho ese viaje sola no se sostenía, pero suponiendo que así hubiera sucedido, se planteaba la pregunta de quién había sacado las fotos. Algunas estaban tomadas desde ángulos complicados o desde una distancia considerable. A Chen le costaba creer que fueran autorretratos, ya que ni siquiera tenía una máquina fotográfica entre sus pocos objetos personales: en los cajones no había carretes vírgenes ni usados. Daba la impresión de que hasta el propio camarada Deng Xiaoping se saldría de su marco, como decepcionado por la frustración de Chen.