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– Basta con que seas tú mismo -dijo ella-.

El viento amainó y dejó de agitar la cortina estampada con flores. Por la ventana entró un rayo de luna que iluminó el rostro de Wang. Era un rostro joven, lleno de vitalidad. En ese momento, Chen sintió que algo vibraba en su interior, una cuerda, una clavija, muy dentro de él.

– ¿Volvemos a empezar? -preguntó-.

Pero entonces sonó el teléfono. Sorprendido, Chen miró el reloj de pared. Muy a su pesar, soltó a Wang y cogió el auricular.

– ¿Inspector jefe Chen?

La voz le sonó familiar, pero por algún motivo, era como si le llegara de un mundo ajeno. Con un gesto de resignación se encogió de hombros.

– Sí, soy Chen.

– Soy el inspector Yu Guanming. Llamo para informarle de un caso de homicidio.

– ¿Qué ha pasado?

– Se ha encontrado el cadáver desnudo de una mujer joven en un canal, al oeste del distrito de Quingpu.

– Enseguida voy -dijo Chen mientras Wang apagaba la música-.

– Tal vez no sea necesario. Ya he inspeccionado la escena. No tardarán en llevar el cadáver al depósito. Sólo quería comunicarle que he ido yo porque no había nadie más en el despacho, y no he podido encontrarlo a usted.

– De acuerdo. Aunque la nuestra sea una brigada de asuntos especiales, debemos responder si no hay nadie más disponible.

– Entregaré un informe más detallado mañana por la mañana -le indicó el inspector Yu al cabo de unos segundos-. Le ruego me disculpe si lo he molestado a usted o a sus invitados… en su piso nuevo.

Seguro que Yu habría oído la música de fondo. A Chen le pareció detectar una nota sarcàstica en la voz de su ayudante.

– No tiene importancia. Si ya ha inspeccionado la escena del crimen, creo que podremos hablar de ello mañana.

– Entonces, hasta mañana. Y que disfrute de la fiesta en su nuevo piso.

"No cabe duda de que en el tono de Yu hay un dejo de sarcasmo", pensó Chen. Sin embargo, era una reacción comprensible de un colega que, a pesar de ser mayor, no había tenido suerte en la adjudicación de viviendas.

– Gracias -Chen se giró y vio a Wang, que ahora lo miraba desde la puerta. Se había puesto los zapatos-.

– Tienes cosas más importantes que reclaman tu atención, camarada inspector jefe.

– Es un caso nuevo, pero ya se han ocupado de ello -explicó él-. No tienes por qué irte.

– Será mejor que me vaya -dijo ella-. Es tarde.

La puerta estaba abierta. Se miraron cara a cara.

Detrás de ella se veía la calle a oscuras a través de la ventana del pasillo. Tras él, el interior del piso nuevo, iluminado por la luz de color blanco lirio.

Se abrazaron antes de despedirse.

Chen salió al balcón, pero no pudo ver la esbelta figura de Wang que se perdía en la noche. Sólo oyó un violín desde una ventana abierta en la esquina de la calle. Le vinieron a la mente dos versos de Cítara, de Li Shangyin:

«La cítara, sin motivo, tiene rotas la mitad de sus cuerdas.

Una cuerda, una clavija, que evoca recuerdos de los años mozos».

Li Shangyin era un poeta difícil de la dinastía Tang, sobre todo conocido por esos versos pareados poco comprensibles. Desde luego, no se referían al instrumento musical. ¿Por qué le habían venido tan súbitamente a la memoria esos versos? No lo sabía. ¿El asesinato? Una mujer joven, una vida destruida en la flor de la edad, las cuerdas rotas, los sonidos perdidos. ¿Había vivido sólo la mitad de su vida o había algo más

CAPÍTULO 3

Las dependencias de la policía de Shanghai se encontraban en un edificio de ladrillo marrón de unos sesenta años, en la calle Fuzhou. Dos soldados armados montaban guardia en la verja gris de la entrada, pero al igual que los demás policías, Chen entraba por una pequeña puerta situada al lado de la portería. De vez en cuando las puertas se abrían de par en par para recibir a alguna visita importante, y entonces se podía divisar desde el exterior una calzada que se curvaba alrededor de un parterre que quedaba en el centro de un gran patio.

Tras responder al saludo rígido del centinela, el inspector jefe Chen subió hasta su oficina en la segunda planta. No era más que un pequeño cubículo dentro de un amplio despacho que se repartía entre más de treinta agentes del Departamento de Homicidios. Todos trabajaban codo con codo, utilizando las mismas mesas y compartiendo los teléfonos.

Reluciente bajo la luz matutina, la placa de latón con su nombre en la puerta de su cubículo «inspector jefe chen cao» atraía a veces su mirada como un imán. El interior era pequeño. Una mesa marrón de encina con una silla giratoria, también de color marrón, ocupaba la mayor parte del espacio. Había, junto a la puerta, un par de tazas de té sobre un archivador metálico de color verde oscuro y un poco más allá, en el suelo, cerca de una estantería con libros, reposaba un termo. En la pared no había más que un retrato enmarcado del camarada Deng Xiaoping en el puente de Huangpu, bajo un paraguas negro que sostenía el alcalde de Shanghai. El único lujo del despacho era una pequeña nevera a la que, según lo dispuesto por Chen, tenían acceso todos los miembros del personal. Como su piso, el cubículo le había sido entregado con el ascenso.

La idea que predominaba en la oficina era que el ascenso de Chen era producto de la nueva política de cuadros del camarada Deng Xiaoping. Hasta mediados de los años ochenta, los cuadros del Partido ascendían, paso a paso, en un proceso lento. Sin embargo, cuando alcanzaban un nivel alto, permanecían en él durante años. Algunos nunca se jubilaban, aferrándose a su cargo hasta el final. Por lo tanto, un inspector jefe de cincuenta y pocos años podía considerarse un hombre afortunado.

Con los drásticos cambios introducidos por Deng, los cuadros superiores también tuvieron que retirarse tras alcanzar la edad de la jubilación. La juventud y la formación se convirtieron de pronto en el criterio fundamental en el proceso de ascenso de los cuadros. Chen estaba cualificado en ambos aspectos, aunque algunos de sus superiores no veían con tan buenos ojos sus méritos. Para ellos, la formación académica no significaba gran cosa, y más en el caso de Chen, especializado en literatura inglesa. De hecho, creían que la edad significaba experiencia en el terreno.

El estatus de Chen se debía a una especie de equilibrio. Por regla general, el Departamento de Homicidios estaba dirigido por un inspector jefe. El antiguo director del Departamento se había jubilado, pero el nombre de su sucesor seguía siendo una incógnita. La categoría administrativa de Chen era, simplemente, la de jefe de una brigada de asuntos especiales que contaba con sólo cinco miembros, incluido el inspector Yu Guangming, su ayudante.

Al inspector Yu no se le veía por ninguna parte en el despacho, pero Chen encontró su informe entre los montones de papeles esparcidos en su mesa.

«Agente presente en la escena: inspector Yu Guangming. Fecha: 11 de mayo de 1990.

1 El cuerpo. Una mujer muerta, sin nombre, desnuda. El cuerpo fue encontrado dentro de una bolsa de plástico en el canal Baili. La edad probable se calcula entre los veintiocho y los treinta y dos años. Constitución sana, unos cincuenta kilos de peso, un metro sesenta. Difícil saber el aspecto que tenía en vida. La cara un poco hinchada, pero sin contusiones ni rasguños. Cejas delgadas y negras, y nariz recta. Frente ancha. Piernas largas y bien torneadas, pies pequeños de dedos largos. Las uñas de los pies pintadas de rojo. Manos también pequeñas, sin anillos. Bajo las uñas no se han encontrado sangre, tierra o piel. Caderas anchas, abundante vello púbico negro carbón. Es posible que haya tenido relaciones sexuales antes de morir. No había marcas de golpes. Sólo se observó una leve moradura, apenas visible, alrededor del cuello y un ligero rasguño en la clavícula. Aparte de eso, piel suave y sin señales de heridas. Ausencia general de contusiones en las piernas, lo cual también demuestra que, al parecer, no opuso resistencia antes de morir. Pequeños vasos sanguíneos rotos en torno a los ojos, que podrían ser indicio de muerte por asfixia.