– ¿En qué puedo ayudarte? -dijo, acomodándose en su silla, mientras la minifalda de ante le subía por los muslos perfectamente geométricos.
– Bueno -dijo Maureen, intentando sonar despreocupada-, he oído que hoy llamó la policía y que hablaron contigo.
– Sí -dijo Katia.
– He oído que preguntaban por Leslie.
– ¿Ah, sí?
– Lo que ocurre es que yo… -No sabía cómo decirlo para que no sonase como si estuviera en un lío-… He estado recibiendo visitas de un policía.
Katia se apoyó en la mesa y la miró. Maureen atisbo un brillo de interés en sus ojos, que reprimió al instante con una preocupación empalagosa.
– ¿Estás saliendo con un policía?
Maureen se empezaba a molestar.
– No, Katia, me ha estado acosando.
– Ah -dijo-. ¿Y lo has denunciado?
– No quiero denunciarlo. Sólo quiero saber si es el mismo policía que llamó preguntando por Leslie. ¿No te dio ningún nombre?
– Bueno, de hecho llamó una mujer. ¿De qué modo te acosa?
– Sólo es… En realidad no importa.
– No, por favor. -Katia la cogió de la mano y Maureen casi notó el aliento de sacarina-. ¿Quieres hablar de ello? Debe de ser muy desesperante para ti.
De repente, Maureen empezó a llorar desconsoladamente y a Katia se le rompió el corazón, se levantó, tiró la silla, le dio un golpe al archivador y provocó una lluvia de fotos muy favorecedoras en el suelo.
– Escucha -dijo mientras buscaba por el suelo y recogía las fotos-. ¿Quieres que yo… que vaya a buscar a alguien? Toma, aquí tienes pañuelos.
Le dio a Maureen una caja de pañuelos de papel preciosos que la hicieron llorar más fuerte.
– ¿Te gustaría tomarte una taza de té? ¿Quieres que llame a Vikram?
– ¡No, por Dios! -dijo Maureen, tan fuerte que una burbuja de mocos asomó por su nariz. Quería que Katia se fuera, sencillamente que se fuera, hasta que recuperara la compostura-. Sólo un té. Un té caliente.
Katia se fue rápidamente y dejó a Maureen sola tras la mampara. Consiguió dejar de llorar y se secó los ojos. Fuera lo que fuera por lo que había estado llorando, parecía la mitad de malo cuando Katia se fue. Una última preciosa foto de Katia se despegó del archivador y cayó al suelo. En el archivador quedaban las fotos del CCC. Maureen se levantó y abrió un cajón con cuidado. El apellido de Ann era Harris y encontró la carpeta en el primer cajón. Era un sobre azul, lleno de fotos. Se la metió debajo del jersey, la puso horizontal, la metió en la cintura de los vaqueros y se volvió a sentar, sorprendida de lo que acababa de hacer. No sabía si lo había hecho para fastidiar a Katia o por Leslie o incluso para meter la pata más en el trabajo para poderse ir.
Para cuando Katia volvió con una taza de té con leche, Maureen ya había dejado de llorar y, además de las fotos, también le había robado casi todos los pañuelos de papel.
– ¿Mejor? -dijo Katia.
– Lo siento -dijo Maureen, sonándose con el penúltimo pañuelo-. Yo sólo, me disgusté.
– ¿Quién es el policía que te está acosando?
– Es un tipo. Lo conocí hace unos meses…
– ¿Es de Glasgow?
– Sí.
– Bueno, entonces no tiene nada que ver con él. La llamada era de la policía de Londres.
Maureen se levantó.
– Bien. Perfecto -dijo, cruzando los brazos para esconder el bulto en la barriga-. Gracias.
– De nada. Por favor, piénsate lo de denunciar a ese tipo, ¿de acuerdo?
– Sí, me lo pensaré.
– ¿Cómo está Vik?
Maureen se movió hasta donde terminaba la mampara, deseando marcharse antes de que Katia se diera cuenta de que llevaba un extraño paquete debajo del jersey.
– Bien -dijo-. Está bien.
Katia se puso delante de ella.
– Maureen, ¿estás molesta conmigo?
Maureen se quedó algo sorprendida.
– ¿Si yo qué?
– ¿Estás molesta conmigo por lo de Vik?
Maureen la miró perpleja.
– ¿Por qué debería estarlo?
– Bueno -Katia bajó la mirada-. ¿Sabes que salimos?
– Sí, ya lo sabía. -Maureen sintió un repentino ataque de celos.
– Hace un mes, más o menos. -Katia la miró consciente de lo que estaba diciendo.
Maureen salía con él desde hacía un mes, algo más de un mes, y Katia lo sabía. Maureen quería decir que no le importaba para nada, que estaba segura de que sobreviviría a aquella tarde.
– Ahora me tengo que ir -dijo.
Katia le ofreció la taza en señal de paz.
– ¿No te bebes el té?
– No me gusta con leche -dijo, y salió de la oficina, recogió el abrigo y los cigarros por el camino y dejó todas las carpetas esparcidas encima de su mesa. No iba a volver nunca.
La lluvia caía de lado, resbalaba como una cascada por los edificios de arenisca, formando pequeños riachuelos en la calle y encharcando los alrededores de las alcantarillas. La gente se ponía las capuchas de los abrigos y corrían para no mojarse, refugiándose amontonados en los portales, mirando por los cristales de las tiendas, esperando a que dejara de llover. Maureen sintió una agradable calma a la que estaba poco acostumbrada. Llevaba el whisky y ya lo había decidido. No iba a volver nunca a Hogar Seguro.
Iba chapoteando con las botas. Dobló la espalda a medida que iba subiendo la colina, mirando al suelo, observando las burbujas del agua de la lluvia que le salían entre los cordones de los zapatos. El pasillo olía a humedad y a edificio en ruinas. El calor de los pisos bajos se colaba por debajo de las puertas de entrada, caldeando los tramos de escaleras, haciendo que le ardieran las orejas entumecidas.
El contestador guardaba mil historias que contar: la luz parpadeaba sin parar, repleto del veneno de Winnie. Maureen se sacó las botas en la cocina y tiró el agua con cuidado en el fregadero, se despegó el sobre robado con las fotos del CCC de la barriga mojada y lo dejó encima de la mesa. Se secó los pies blancos y arrugados con una toalla, frotando fuerte para recuperar la sensibilidad. La botella de whisky estaba en la bolsa de plástico. La sacó, disfrutando del ruido que hizo cuando la abrió, y llenó un vaso pequeño. El vaso repleto estaba sobre la mesa, destilando la luz gris que entraba por la ventana, transformándola en ámbar. Miraba el vaso de reojo, flirteando con él. Pasara lo que pasara en las siguientes horas, ella tenía todo aquel whisky, un escocés petit mort, para aliviarlo. Ojalá pudiera sentirse así siempre, con la anticipación del relax y excluyendo otros pensamientos. Bebió, tragando tres veces seguidas antes de parar para respirar. Encendió un cigarro y le dio una calada, inundándose los pulmones de humo y tomó otro trago, pero esta vez más despacio.
El contestador no dejaba de parpadear. Caminó lentamente hasta el recibidor, apretó el botón play y cerró los ojos, sintiendo cómo el alcohol recorría su cuerpo, desde la cabeza, aliviándolo todo. Winnie gritó con una voz patética y le recordó a Maureen que ella le había dado la vida.
– Pienso en ti y te echo de menos… Te quiero.
Colgó despacio. Tras el pitido, había vuelto a llamar, borracha y enfadada, para decirle a Maureen que era una desgraciada. La máquina emitió un pitido y rebobinó la cinta. La imagen de los dientes carnívoros de Jimmy vagaba por su mente. Tomó otro trago y se quedó mirando la máquina, hasta que el recuerdo de la botella en la cocina la hizo volver en sí.
Desde la ventana de la cocina se veía el tráfico lento a los pies de la colina, escabullándose del brutal agujero de la ciudad. Miró hacia el norte y vio la torre del hospital de Ruchill apuntando al cielo. La torre la estaba mirando, mirando dentro de su casa. Se abrazó a la botella como a su nueva mejor amiga y cogió el vaso y el tabaco. Cuando pasó junto al contestador, le dio un puñetazo con la mano libre, lo golpeó con todas sus fuerzas, tirándolo al suelo. El ruido le hizo sentir un delicioso cosquilleo en los nudillos.