– ¿Está enferma, señora Akitza?
– Sí.
Moe Akitza levantó la vista hacia ellos y se apretó el pecho, abriendo mucho los ojos, ahogándose por momentos.
Bunyam estaba a sus pies.
– ¿Puedo traerle algo? -dijo-. ¿Toma algún medicamento?
Moe sacudió la cabeza y recuperó el aliento, dándose palmadas en el pecho y reclinándose hacia atrás. Bunyam miró a Williams y él le indicó con la cabeza que se volviera a sentar. Él estaba de pie junto a la puerta, controlando toda la casa y observando a su compañera.
– No nos quedaremos mucho rato -dijo Bunyam despacio y alto, como si la señora Akitza estuviera sorda-. Sé que todo esto debe de ser muy doloroso para usted, pero queremos hacerle algunas preguntas breves sobre su hermana, ¿de acuerdo?
Moe jadeaba y cerraba los ojos.
Bunyam sacó su bloc y un lápiz.
– En primer lugar, antes de empezar con las preguntas, ¿hay algo que nos quiera preguntar a nosotros?
Moe se inclinó hacia delante, con un gesto de dolor en el pecho.
– Pulsera -murmuró-. Era de mi madre. -Y volvió a echarse hacia atrás.
– Cuando cerremos el caso. -Bunyam le hizo un gesto con la cabeza para ver si la entendía. Moe se lo devolvió-. Entonces se la devolveremos.
Contenta por esa noticia, Moe sonrió para sí misma.
– Hah -dijo-. Su marido. Le pegó.
– De acuerdo -dijo Bunyam-. Eso ya lo sabemos. Nos lo dijo en la denuncia por desaparición. Se escondía de él en una casa de acogida, ¿verdad?
– Leslie -dijo Moe, con un gran esfuerzo-. ¿hah, fin, ah?
– Leslie Findlay de las Casas de Acogida Hogar Seguro de Glasgow. -Bunyam asintió-. Está bien, hemos estado en contacto con ellos.
– Ah, fotografías, ah, de Ann.
Bunyam no la entendía.
– ¿Tiene unas fotografías que le gustaría enseñarnos?
Moe Akitza levantó el brazo del apoyabrazos y señaló su regazo.
– Casa de acogido -dijo, al final.
– Ah, sí -dijo Bunyam, mirando sus notas-. ¿Las fotografías de la casa de acogida? -Moe asintió-. Desgraciadamente, parece que las han perdido. ¿Debe de estar muy preocupada por si se acusa a su cuñado por esa agresión?
Moe cerró los ojos y asintió otra vez.
– Bueno -prosiguió Bunyam-, me temo que no entra en nuestra jurisdicción. La agresión se cometió en Escocia y serán las autoridades escocesas las que se hagan cargo del caso.
Moe Akitza dejó de agonizar y abrió los ojos, irritada. Williams dio un paso adelante.
– Allí arriba tienen un sistema legal distinto, señora Akitza -dijo-. Lo siento mucho. Dado que Ann ha muerto, lo más probable es que se cierre la investigación. A menos que haya más testigos.
Moe Akitza movió la cabeza.
– ¿No hay caso? -dijo-. A él… ¿no lo van a acusar? ¿De nada?
– Bueno -dijo Williams-. Si la agresión es relevante en el caso de asesinato, puede que se mencione en algún momento, pero mucho me temo que no podrá llevarse ante un tribunal inglés.
Moe Akitza no estaba muy contenta. De hecho no lo estaba en absoluto.
13. Sombrero con diez galones
Liam no la había visto tan borracha desde los días en que bebía de modo experimental en las fiestas adolescentes. Estaba sentada en el suelo, apoyada en el sofá con los ojos entreabiertos, tenía ceniza en la frente y algo que parecía ser queso en la manga. A pesar de que estaba bien apoyada en el sofá, seguía teniendo problemas para mantenerse erguida. Cuando dejó el mensaje en el contestador de Liam, sonaba cada vez más borracha pero él no se esperaba aquello.
Maureen tenía todo lo que necesitaba: cigarros, whisky, agua, cenicero, y sin embargo, se sentía muy enferma. Se había bebido la mitad de la botella de whisky, y era de las grandes. En un momento dado, se había dado cuenta de que se pondría enferma si no comía algo, así que se tomó lo que encontró en la nevera, queso posiblemente, pero no le había sentado nada bien. Y allí estaba Liam, delante de ella, su adorado Liam, que había recorrido un kilómetro y medio desde Hillhead para ir a verla. Era muy amable. Maureen empezó a llorar.
– ¡Por Dios santo! -dijo Liam mientras se quitaba la chaqueta-. ¿Cómo has llegado a este punto?
Maureen sollozó, por lo menos intentó sollozar. Movía la cabeza en círculos irregulares y Liam la miró un rato, boquiabierto y encantado ante su falla de coordinación.
– Mauri -dijo sobrecogido-. Estás hecha un asco.
Maureen se limpió la cara con la manga, restregándose queso Cheddar rayado por el pelo.
– No soy feliz -dijo indignada.
– Bueno -dijo Liam con serenidad-. Eso te hace muy especial. -Se reclinó en el sillón de piel de caballo y la observó intentando coger un cigarro con dedos de goma-. ¿Por qué estás tan borracha?
Maureen desistió con lo del cigarro y se encogió de hombros durante mucho rato.
– La vida es una mierda -dijo, atontada, borracha y sin malicia-. Leslie… me ha escupido a los ojos.
Liam se levantó.
– Dios, Mauri. Lo siento, ya no puedo aguantar más.
Salió de la habitación y Maureen esperó, olvidándose de que estaba en casa, y luego acordándose, y luego olvidándose. Cuando Liam volvió al salón, traía una magnífica sorpresa y ella se puso a llorar otra vez. Liam la obligó a beberse el café que le había preparado y que la hizo sentirse muy mal.
Le lavó el pelo con agua caliente, sujetando el mango de la ducha demasiado atrás y dejando que el agua le resbalara por la mandíbula y le subiera por la nariz. Estaba inclinada sobre el lavabo, intentando mantenerse derecha, pero las piernas no la sostenían demasiado bien y se tambaleaba hacia delante.
– Mierda. Me encuentro mal. -Su voz confusa resonó en aquel valle de cerámica blanca.
– Has vomitado por todas partes.
– Ya vale. -Intentó levantarse pero Liam la tenía agarrada por el hombro y sólo consiguió tambalearse hacia adelante y hacia atrás.
– Mauri, tienes queso del que has vomitado enganchado en el pelo. Estáte quieta, por favor.
Le echó champú en la nuca y le lavó el pelo con suavidad. Le colocó una toalla limpia sobre los hombros y le recogió el pelo con ella. Maureen se levantó y se apoyó en la pared, tocándose la cabeza con las manos. En medio de la alquimia del alcohol, el pelo mojado la hacía sentirse un poco más sobria.
– Oh, Dios mío -dijo.
Liam se sentó en la repisa de la bañera, sintiéndose culpable porque él le había dado el café.
– ¿Te sientes algo mejor?
Ella se tocó el turbante hecho con la toalla.
– Sí.
Liam no parecía muy convencido.
– En serio -dijo ella-. El día que tú vomites, yo te haré lo mismo.
Volvieron al salón y Maureen se sentó con las piernas dobladas encima del sofá. Había restos de la borrachera por todo el piso. El paquete de tabaco estaba esparcido por el suelo y más de la mitad de la botella de whisky se había evaporado. Había una foto de Winnie apoyada en una pata del sillón, mirando hacia al campamento de su hija. Maureen miró la ventana y recordó el aire frío envolviéndola y el pie descalzo balanceándose en el vacío. Liam se horrorizaría si se enterase.
– Dios -dijo ella, sintiéndose culpable y tratando de cambiar de tema en su cabeza-. Has sido muy amable esta tarde.
– No existe hombre de igual gentileza -dijo, encendiéndose un porro.
– Ni siquiera estoy cansada.
– Sólo son las siete y media. ¿Cómo es que estás tan borracha?
Maureen frunció el ceño y se bebió un vaso de agua comprobando si eso también le sentaba mal. Le temblaron un poco las extremidades pero el estómago estaba bien.
– Siempre te emborrachas con Leslie -dijo Liam-. ¿Dónde está?
Maureen le dijo la verdad.
– Nos hemos peleado. Toda a sucedido a partir de lo de ese Cammy. Ella me ha dejado de lado como si nada y ya estoy harta de poner siempre buena cara.