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– Pero se ha enamorado por primera vez. Va a desaparecer durante tres meses.

Maureen se lo quedó mirando, sin acabarlo de entender.

– No sabes de qué te hablo -dijo Liam-, porque Douglas estaba casado. La primera vez que te enamoras pasas todo el tiempo con esa persona durante tres meses y luego vuelves al mundo real, sorprendido por cómo ha ido todo, y vuelves con tus viejos amigos. Eso es lo que le está pasando a Leslie. Me apuesto lo que quieras a que nunca se había enamorado. ¿O sí?

– Es más que eso, Liam, ha cambiado. Ya has visto las pintas que lleva ahora.

Liam sonrió, indulgente.

– Sólo intenta complacerlo -dijo-. Él hará lo mismo por ella.

– ¿Insinúas que a ella le gusta que él lleve esa ropa?

Liam frunció el ceño mientras se acordaba de los vaqueros rectos y la camiseta celta que Cammy llevaba el día de Nochevieja.

– No sabemos cómo iba antes de conocerla -dijo-. Quizás iba por ahí con un traje de aviador lleno de cremalleras.

– Y plataformas.

– Con espuelas.

– Y un sombrero con diez galones.

– Es posible -dijo Liam-. No te pelees con ella ahora… algún día la necesitarás.

Cogió un libro y colocó papel de liar Rizlas encima de la cubierta. Había traído opio. La lámpara del suelo iluminó el celofán, convirtiéndolo en un cubito de hielo. Maureen le hizo un gesto.

– ¿De dónde lo has sacado? Creía que no estaba legalizado.

– He tenido suerte. -Sonrió ante su obra de papiroflexia-. ¿Sólo estás preocupada por lo de Leslie?

Maureen se ablandó.

– Vino a verme Winnie. La echo de menos. Sé que siempre hablo mal de ella pero la echo de menos, y cuando la vi me dijo que George no le volvería a dirigir la palabra. No se separarán, ¿verdad? No lo volveremos a ver si se separan.

– No, cielo, no se separarán. Él sólo quiere hacerle saber que no puede seguir teniendo a Michael por casa.

– Echo de menos a George.

– Él también te echa de menos. -Liam le sonrió.

Nunca lo habían hablado, pero los cuatro hermanos querían mucho a su padrastro. George no hablaba con ellos ni les daba consejos. Ni siquiera pasaba mucho tiempo en casa. También bebía, como Winnie, pero en lugar de pelearse con ellos o intentar involucrarlos en dramas producto de su imaginación, George solía cantar y recitar poesía romántica. Winnie se peleaba mucho con él, como se había peleado con Michael, de un modo violento, intransigente y a gritos. George la escuchaba hasta que se cansaba y entonces se iba a ver a sus amigos. Era lo más parecido a un padre benévolo que los chicos habían conocido.

– Winnie me ha dicho que Michael está viviendo en Glasgow. -Maureen miró a Liam, pero él estaba mojando con la lengua el papel de fumar y liándose un porro-. Bueno, ¿es cierto o no?

– No tiene a nadie con quien beber -dijo Liam con indiferencia-. No se quedará mucho tiempo.

Maureen suspiró con la cabeza baja. Había sido un día muy largo.

– He dejado el trabajo. Lo odio. Leslie me consiguió ese puesto. No me volverá a dirigir la palabra si no vuelvo.

– Tonterías, claro que lo hará.

Maureen observó cómo Liam se hartaba de porros, liando uno mientras se fumaba otro, con una actitud despreocupada como si lo único que importara fuera seguir manteniéndose ocupado. A ella le pasaba lo mismo con la bebida. A primera vista parecía un tema sin importancia, pero en el fondo sólo pensaba en beber, estaba desesperada por no parar o reducir el ritmo.

– Mírate con tu fábrica de porros -dijo, algo enfadada.

Liam la miró, ofendido por la intrusión.

– Mírate a ti, con tu fábrica de vómitos -dijo, y volvió a su trabajo.

– Estoy preocupada por lo de la bebida -dijo Maureen-. Estoy preocupada por parecerme a Winnie.

– A mí también me preocupa. Antes de Navidad estaba muy preocupado. Se supone que el alcoholismo es genético, así que decidí burlar al destino y empacharme a base de drogas. -Sonrió, mirando los pies de su hermana.

La alegría se acumuló en su barriga y empezó a reírse a carcajadas, tosiendo cuando la risa no le permitía respirar. Se sentó riendo y tosiendo como un jovial enfermo de tuberculosis, y Maureen esbozó una sonrisa triste mientras lo miraba. Antes, Liam estaba siempre enfadado; se había vuelto más apacible desde que había dejado el mundo de las drogas. Era como volver a ver al chiquillo optimista que había sido una vez. Si ella se hubiera suicidado, se habría perdido todo eso. Un golpe delicado en la puerta hizo que Liam se callara de golpe. Maureen, asustada, se sentó erguida y se miraron el uno al otro, sentados en silencio por si los oían. Liam soltó una risa en silencio.

– ¿Por qué estamos…? -susurró, tapándose la nariz para no soltar una carcajada-. No estamos en ningún lío.

Volvieron a llamar.

– Ve -dijo Liam en silencio, articulando la boca, indicando la puerta con la mano mientras escondía el paquete de opio debajo del sofá-. Ve y abre.

– Si es la policía, tira eso por la ventana -susurró ella, señalando hacia donde él había escondido el opio mientras iba de puntillas hacia el recibidor. Observó por la mirilla.

Vik estaba de pie frente a la puerta, con una botella de vino y un ramo de flores, con su bello rostro resplandeciente y optimista, mirando la junta de la puerta, esperando que apareciera Maureen. Ella inmediatamente se sintió malvada, culpable y enfadada con Katia. Debería abrir la puerta y decirle que se largara, eso sería lo más honesto. Maureen y Liam siempre se habían parecido mucho, tenían la misma mandíbula cuadrada, el mismo pelo oscuro y rizado y los mismos ojos azules pálidos; pero Vik no se daría cuenta del parecido. Pensaría que ella estaba con otro y no estaba en las mejores condiciones como para explicarle por qué podía dejar entrar a su hermano y a él no. Apoyó la frente en la puerta, a menos de un palmo del hombro de Vik, y escuchó cómo llamaba a la puerta y movía los pies nervioso. Maureen sintió la presión de la puerta, Vik estaba apoyado en ella, rascando con suavidad o algo así. Oyó el ruido de la botella sobre el suelo y se encogió al oírlo marcharse solo, arrastrando los pies. La puerta del pasillo se cerró de golpe por el fuerte viento y ella escuchó la quietud durante un rato, sólo para estar segura. Abrió la puerta. Vik había dejado una nota debajo de la botella y las flores. Tenía una letra grande, redonda y alegre. Decía ¡Hola! Que se había pasado para verla ¡Que lo llamase pronto! Estaba empezando a odiarlo.

Volvió al salón con la botella de la culpabilidad y la corona de flores.

– Entonces, ¿no era la policía? -dijo Liam.

Maureen se dejó caer en el sillón. Las flores eran rosas de color rosa pálido, ya estaban abiertas, con las puntas de los pétalos de color marrón.

– Son bonitas -dijo Liam.

– He estado saliendo con alguien.

– Debe iros muy bien si ni siquiera le abres la puerta.

– Es agradable. -Normalmente no hablaban de ciertos temas, pero ese día no tenía a nadie más para contárselo-. El sexo es genial.

– Sí, ese es un tema delicado. -A Liam parecía no importarle hablar de eso-. Maggie y yo nos lo pasábamos muy bien en la cama pero ahí quedaba todo para mí. Puede estar así durante años esperando hasta después del siguiente polvo. -Se la quedó mirando-. Has hecho lo correcto.

Sin embargo, Maureen sabía que no era cierto. Dobló las piernas junto al pecho mientras una ráfaga de lluvia golpeó la ventana. Se quedaron en silencio y Maureen levantó la vista para encontrarse con los ojos rojos de Liam observándola. Estaba sonriendo, tan vanidoso como Yoda, y haciéndole gestos con la cabeza hacia el recibidor.

– Llama a Leslie -dijo.

A Maureen se le hizo un nudo en el estómago con sólo oír su nombre.

– No lo entiendes -dijo-. No quiere que la llame. Me miente acerca de algunas cosas. Es como si no confiase en mí.