– Tú pides las bebidas y yo iré a preguntar por ahí -dijo Maureen gritando, para que Leslie la oyera con todo el ruido que había.
– Esto no me gusta -dijo Leslie, con cora limosa porque estaba asustada.
– Eh, vosotras -dijo una voz profunda y ronca-. Las chicas, vosotras.
Ellas miraron por encima del hombro pero no podían localizar al que hablaba hasta que un hombrecillo llegó hasta ellas. Tenía una cabeza grande y el pelo negro canoso, la mandíbula prominente y los hombros asimétricos a causa de una graciosa curva de la columna. Estaba bebiendo un vaso de vino tinto y les sonreía.
– Me llamo Malki -les gritó, mirando la chaqueta de piel de Leslie, levantando la mano a la altura de la cara para que se la chocasen. Leslie miró la mano y declinó la oferta, pero Malki se tomó el desaire como un progreso y le volvió a sonreír-. ¿Sois polis?
Maureen le susurró algo al oído de Leslie.
– Leslie -dijo, a regañadientes-. ¿Nos sentamos con él? Nadie más habla con nosotras. -Leslie asintió de mala gana y se fue en dirección opuesta a la barra. Maureen fue a pedir las dos bebidas-. Y deja de poner esa cara de enfadada -dijo-. Pensarán que estamos metidas en un lío.
– No pongo cara de enfadada -dijo Leslie bruscamente-. Lo siento, no tengo otra.
– Pero ¿lo sois o no? -Malki estaba mirando la espalda de Leslie-. ¿Sois polis? Me encantan las mujeres, sobre todo las de uniforme. -Soltó una carcajada, mirando primero a Maureen y luego a Leslie. Vio que no le seguían el juego. Sin inmutarse, dejó de reír y bebió un poco de vino.
– Me voy allí -dijo Leslie, señalando una mesa vacía al fondo del local.
– Vale -dijo Maureen-. Vete.
Leslie desapareció entre el gentío y Maureen volvió a su sitio en la barra.
– Oye, Malki -dijo-. ¿Vienes a menudo por aquí?
– Sí, ¿por?
– Estamos buscando a una chica que se llama Ann, ¿la has visto?
Los ojos de Malki iban de un lado para otro.
– No -dijo, y se giró hacia la barra.
Maureen se inclinó hacia él y le sonrió.
– ¿Cómo sabes que no la has visto?
Malki buscaba a alguien con la mirada por todo el bar.
– ¿Me dejarás que te invite a una copa? -dijo ella, rozándole la nariz con un billete de diez.
Malki se relajó un poco.
– De acuerdo -dijo, brindando con ella-. Un tinto grande.
Maureen se inclinó hacia la barra, agitando el billete, intentando llamar la atención de algún camarero. Iban de bólido por todo el bar, llevando bebidas y cobrando, esperando su turno en la caja. Malki, impaciente por su bebida gratis, se alzó en el apoyapiés.
– ¡Camarero! -gritó más de lo que nadie debería hacer en un sitio cerrado-. ¡Camarero!
Un camarero joven se les acercó, se le cerraban los ojos solos, con cara de hastío y cansancio. Movió la barbilla hacia Malki.
– Más vino -gritó Malki, y señaló el billete de Maureen. El camarero movió los ojos del billete a Maureen.
– Y dos whiskys -gritó Maureen.
El camarero dudó un segundo, mirándola, preguntándose qué coño hacía en un lugar como ese. Decidió que no era de su incumbencia y fue a prepararles las bebidas. Malki estaba orgullosos de que le vieran con una mujer y con un billete de diez libras. Sonrió a Maureen.
– ¿Qué tal andas de dinero? -preguntó Maureen.
Malki frunció el ceño.
– La próxima la pago yo -dijo poco convencido.
– No quiero que me invites -dijo Maureen-. Sólo pensé… si andas mal de dinero…
Maureen estaba acercándose íntimamente a él cuando, de repente, el grupo de detrás se separó y un rayo de luz iluminó el lateral de la cabeza de Malki. Maureen miró de cerca la oreja de Malki y se encontró a unos milímetros de las espinillas más grandes y purulentas que jamás había visto. Echándose hacia atrás con náuseas, se reprimió y volvió a hablar a gritos, pero ahora mirando por encima de su hombro.
– Pensé que, como yo quiero información sobre mi amiga, quizá tú podrías encontrarle un uso a un billete de cinco libras, o algo así, ¿no?
Malki levantó la mirada, con un rayo de avaricia en los ojos. Se quedó quieto y volvió a mirar por todo el bar. Quien fuera que estaba buscando, no estaba. Malki se volvió hacia ella.
– Nos sentaremos -dijo, dirigiéndose al camarero que ya venía con sus bebidas.
Maureen pagó y los dos llevaron los grasientos vasos hasta Leslie. Estaba sentada sola, en una mesa sobre una tarima, a la que se llegaba subiendo dos escalones, con una mirada fija y desafiando a cualquiera que se atreviera a hablar con ella. Nadie lo había intentado. Se sentaron y repartieron las bebidas encima de la mesa sucia. Maureen le ofreció a Malki un cigarro y él lo cogió.
– Entonces, ¿quieres cinco libras? -le preguntó ella mientras le encendía el cigarro.
– No -dijo-. Pero quiero diez. -Sonrió, arrugando los ojos; no era tanto una sonrisa como una máscara.
Maureen dudó un segundo, intentando parecer reacia a esa idea, para que no volviera a subir la cantidad.
– De acuerdo -dijo finalmente-. Pero nos vas a contestar a todo, ¿vale?
Malki miró su vaso de vino lleno.
– Dámelos ahora -dijo.
Maureen agitó la cabeza.
– Después -dijo Maureen, deseando que se les hubiera acercado cualquier otro baboso menos ese.
– Ahora.
Maureen se reclinó en la silla.
– Olvídalo -dijo.
Malki tardó menos de treinta segundos en tirarle de la manga.
– Vale, vale -dijo-. Después.
Maureen sacó la fotocopia doblada, desrizándola por debajo de la mesa, en las rodillas de Malki. Él miró hacia abajo.
– ¿La reconoces?
Malki asintió con fuerza, mirando el vaso, imaginándoselo lleno otra vez.
– ¿Cuándo estuvo aquí?
– Hace semanas, desde entonces no la he vuelto a ver.
– ¿Dónde fue?
– No lo sé. Sencillamente ya no viene por aquí.
– ¿Hablaste con ella?
– Lo intenté. -Malki sonrió, cachondo-. Siempre lo intento.
– ¿Con quién se relacionaba?
Obviamente, esa era la pregunta que Malki quería evitar. Miró las caras de la gente del bar.
– Con todos -dijo-. Todos somos amigos.
– Puedes decírmelo -dijo Maureen, flirteando con él-. Es amiga mía.
Sin embargo, Malki no estaba jugando. Tomó un trago de vino y apagó el cigarro muy nervioso, mirando a la izquierda y girando la vista tan deprisa que Maureen supo que había visto algo.
– ¿Se relacionaba con alguien en particular?
Volvió a sonreír arrugando toda la cara.
– ¿Sois polis?
– No -dijo Maureen, inclinándose sobre la mesa, estrechando el círculo, reduciéndolo otra vez a ellos dos solamente-. Mira, Malki, su marido le pegaba. Queremos asegurarnos de que no ha vuelto con él.
Todavía con la sonrisa en la boca, Malki agitó su gran cabeza hacia ella.
– No está con su marido -dijo, a regañadientes.
– ¿Está con otro hombre?
Malki estaba a punto de responder. Estaba al borde de la indiscreción, balanceándose en el precipicio, mirando hacia abajo y mareándose. Leslie se sentó recta para aumentar la presión y volvió a pisar terreno estable. La miró.
– Tía, tienes un culo precioso -dijo gritando.
Leslie quería darle un guantazo y Malki se dio cuenta.
– Dame mi dinero -dijo.
Maureen estaba consternada.
– Pero si no me has contestado.
– Sí que lo he hecho -dijo Malki, dispuesto a montar un número si no le conseguía el dinero.