– Buenas tardes. ¿Puedo ayudarlas?
– Sí -dijo Leslie, apoyándose en el espacio de salida del mostrador-. Hemos venido a hacerle unas preguntas. Creo que conoce a una amiga nuestra.
Maxine puso cara de desconfianza.
– Oigan -dijo, hablando en voz baja, con un acento muy vulgar, mirando por encima del hombro de ellas-. Estoy trabajando, déjenme en paz, ¿quieren?
– En un minuto. -Leslie sonrió, con la certeza de que llevaba las de ganar-. Nuestra amiga se llamaba Ann Harris. Quizá la reconozca con esto. -Sacó la fotocopia del bolsillo y se la enseñó.
Maxine siguió mirando al horizonte, buscando a alguien. Miró un momento la foto pero algo le llamó la atención y volvió a mirarla.
– Dios -dijo, mirando fijamente la foto.
– ¿La conoce? -preguntó Maureen, metiéndose por el hueco del mostrador, delante de Leslie.
– ¿Qué le ha pasado en el labio? -Maxine señaló la foto y se estremeció-. Mierda.
– ¿Cómo es que la conoce? -dijo Leslie.
Maxine reaccionó y miró a Leslie con odio.
– Yo no he dicho que la conociera, ¿o sí?
Sin embargo, Maxine la conocía. Las miró, retándolas a contradecirla. Maureen sacó la Polaroid del pequeño John y el hombre con el abrigo de piel de camello.
– ¿Y qué hay de este tipo, lo conoce?
Maxine estaba repasando con la vista por encima del hombro de Maureen toda la planta baja.
– El director está ahí -dijo, sin mover los labios-. No puedo hablar con las clientas, una de ustedes tendrá que sentarse.
Leslie empujó a Maureen hacia la silla blanca y ésta se encontró mirando directamente a una luz halógena empotrada en una estantería. Maxine reclinó la silla con un pedal y siguió de reojo al director, observándolo deslizarse por toda la tienda. Colocó un par de pañuelos de papel en el cuello de Maureen para no mancharle el abrigo y empezó a mover las manos por su cara.
– El director es un pesado -dijo, trazando líneas sobre los ojos y labios de Maureen, dibujando círculos en las mejillas-. A la chica que estáis buscando, yo no la conozco.
Maureen decidió no insistir.
– ¿Conoces al tipo de la Polaroid? -preguntó, tratando de sentarse derecha.
Maxine apretó los delgados labios, molesta.
– No te muevas -dijo.
Maureen hizo lo que le decían y Maxine cogió una botella blanca de debajo del mostrador. Empezó a extender crema en la frente y las mejillas de Maureen, retirándola con pañuelos mientras se inclinaba sobre Maureen y le susurraba agresiva:
– Si me meto en un lío, me echan, ¿vale?
A Maureen le daba miedo tener a Maxine tan cerca de sus ojos.
Un hombre joven, con la cara marcada de viruelas y un traje negro se apoyó en el mostrador. Tendría unos veinte años, los mismos que Maxine.
– Buenos días, señoras -dijo, con un insultante acento nasal de Edimburgo-. ¿La están maquillando?
– Sí -dijo Leslie.
– ¿Está disfrutando de la experiencia?
– Sí -dijo Maureen-, mucho.
– Buen trabajo, Maxine, buen trabajo.
Se levantó y se fue, mirando a izquierda y a derecha, jugando con las llaves que llevaba colgadas del cinturón.
– Vaya un gilipollas -dijo Leslie.
Maxine suspiró.
– Le mataría, ¿sabéis?
Lo dijo como si nada, mientras retiraba la crema del cuello de Maureen. Maureen y Leslie estaban demasiado asustadas como para preguntarle qué quería decir.
– ¿Dónde aprendiste a hacer eso? -preguntó Maureen, con los ojos casi cerrados ante la luz tan brillante que tenía enfrente-. Lo haces muy bien.
– Te hacen hacer un cursillo de una semana y ahí aprendes todos los secretos.
– ¿Es un buen trabajo?
– Es un buen trabajo para mí -dijo Maxine-. Estoy embarazada otra vez y no puedo estar de aquí para allá. Siempre puedes trabajar en un sitio como este si eres responsable.
– Oh -dijo Leslie-. ¿Estás embarazada? Felicidades.
Por alguna razón, Leslie no le caía demasiado bien a Maxine. Se sintió ofendida por los buenos deseos de Leslie y dejó de limpiarle la piel a Maureen para poner la lengua contra la mejilla y mirar fijamente a Leslie. Maureen se estaba quedando ciega con aquella luz, y la visión de los grandes orificios nasales de Maxine se intercalaba con algunas manchas blancas brillantes.
– Esta crema que te he puesto -dijo Maxine, cuando se giró hacia Maureen-, contiene un producto especial que abre los poros y los deja transpirar. -Ilustró el efecto, girando las manos hacia fuera-. Y luego contrae la piel -giró las manos hacia dentro-, para protegerla de la polución.
– Es una sensación fantástica -dijo Maureen, que era amable con cualquier mujer capaz de matar a su jefe por ser un completo estorbo.
– Es bastante cara -avisó Maxine, acercando botellas de base de maquillaje a la cara de Maureen para escoger el color más adecuado.
– ¿Cuánto vale? -dijo Maureen, que tenía una debilidad por los productos cosméticos que prometían efectos milagrosos.
– Treinta y dos libras.
– Bueno, tengo suficiente, dame una botella.
– De acuerdo -dijo Maxine, muy contenta, dejando entrever que el trabajo se basaba en la comisión. Se giró para coger una botella de la estantería y Leslie puso cara de asustada mientras no la veía. Maxine puso la botella en una bolsa y la dejó encima del mostrador para obligar a Maureen a quedársela incluso si cambiaba de idea. Había decidido que Maureen era una taza llena de dinero y no dejaría de hablar maravillas de los productos.
– Es cremosa, cremosa, cremosa, y dura desde primera hora de la mañana hasta la noche sin tener que retocarla. Eso es lo increíble de esta base. -Embadurnó la cara de Maureen con una esponja cubierta de crema de color, golpeándola suavemente por debajo de la barbilla-. Es el error que cometen la mayoría de las mujeres cuando se aplican la base, no la extienden por el cuello, y les queda la cara como una máscara. -Se sonrió-. Todas hemos visto a alguien con la cara así.
Maxine acompañó a su novio traficante al juicio y había sido capaz de matar a su jefe, sin embargo, todo el mundo tiene unas reglas y ella nunca cometería el delito de llevar el maquillaje mal aplicado. Maureen entrecerró los ojos, intentando mirarla.
– Maxine, ¿conoces a Senga?
– Sí, conozco a Senga. ¿Nariz chata?
Maureen asintió.
– Sí -dijo Maxine-. Pobre Senga, era una chica que no estaba mal. Iba al colegio con mi hermana. Viene por aquí algunas veces. Es vergonzoso lo que ese tipo le hizo en la cara.
Leslie trasladó el peso sobre la otra pierna.
– ¿Quién es el hombre de la Polaroid? -dijo-. ¿Es el novio de Ann?
Maxine centró su atención en los ojos de Maureen, revisando las pestañas para el maquillaje.
– Os lo dirá cualquiera. Se llama Frank Toner. Es un tipo duro. Vive en Londres. ¿Llevas rímel?
– Sí.
– Te lo sacaré y te dejaré probar el nuestro. Realmente riza las pestañas. Tienes unos ojos azules preciosos, te pondré este -cogió una sombra de ojos de un color azul intenso- para hacer resaltar el color de los ojos. Los ojos son realmente tu punto fuerte. Deberías sacarles más partido.
Leslie se inclinó, haciendo ver que miraba la cara de Maureen.
– ¿Toner era el novio de Ann? -repitió.