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Se sentó otra vez en el sillón, disfrutando de la mirada de Liam clavada en su pequeño cuerpo.

Maureen, avergonzada de presenciar una intimidad tan gráfica, se puso el jersey y Leslie se encargó de llenar las dos tazas con la jarra de té que estaba en el suelo. Se sentaron acurrucadas en el sofá Corbusier, muy juntas, compartiendo los extremos de la misma toalla para secarse el pelo.

– ¿En qué pensabas? -dijo Maureen, secándose el pelo con la toalla.

– Verás, Mauri. -Lynn se echó hacia atrás en la silla-. Soy una chica escocesa chapada a la antigua y creo que la compasión y el miedo constituyen una base muy sana en una relación.

Sonrió y Liam se sintió tan ofendido como una monja novicia en Amsterdam.

– No te rías de nuestro amor -dijo Liam solemnemente, y Lynn se rió con socarronería desde su rincón.

Lynn era la primera chica con la que Liam había salido. Se habían conocido en la discoteca de Hillhead, en la fiesta de Navidad, cuando tenían catorce años. Lynn era de una zona pobre de Shettleston, ni siquiera iba a la escuela: sólo había ido al baile para evitar que nadie se metiera con su prima bizca, Mary Ann McGuire. Lynn entró en el vestíbulo, la melena negra brillante se balanceaba sobre los hombros de su mini-vestido de seda verde. Liam, aterrorizado por si alguien se le adelantaba, corrió hacia ella y se quedó en blanco. Se quedó de pie delante de ella, asombrado por su piel opalescente y sus ojos negros, sofocado como un pez cuando se ahoga. Cualquier otra chica se habría reído de él y le habría roto el corazón, pero Lynn lo cogió de la mano y lo llevó hasta la pista, sujetándola suavemente mientras bailaban juntos, separados, juntos, separados, paralizados el uno por el otro. Kylie Minogue y Jason Donovan estaban cantando Especially For You y los grupos de chicos maldecían a Liam O'Donnell por la suerte que tenía. Nadie volvió a meterse con Mary Ann McGuire. Estuvieron juntos seis años pero a Lynn no le gustaban las drogas y no podía soportar los enfados de Liam. Dijo que era demasiado joven y que quería pasárselo bien y mirar la televisión sin tener a un loco gritándole a las noticias. Habían pasado dos años desde que Lynn cortó con él y un año y medio desde que Liam había empezado a salir con la pobre y sosa de Maggie, con el culo perfecto y esa voz susurrante a lo Marilyn Monroe que hacía que los hombres quisieran besarla y las mujeres quisieran darle un puñetazo.

– ¿Por cierto, qué hacéis vosotras dos por aquí? -preguntó Liam.

Maureen metió la mano en el paquete de bizcochos, cogiendo todos los que pudo con una mano.

– Necesitamos saber si conoces a alguien -dijo, metiéndose un corazón de jengibre entero en la boca-. ¿Conoces a un tipo que se llama Neil Hutton?

Liam se la quedó mirando.

– No lo conozco, pero he oído hablar de él. ¿Por qué lo buscas?

– No lo estamos buscando, simplemente que ha salido en una conversación, eso es todo.

– Vale, pues no os acerquéis a él, está loco. Su apodo es Neil, Bananas, Hutton.

Maureen cogió la taza con las manos heladas y bebió un poco de té, notando cómo el líquido caliente le llegaba a los pequeños huesos de la mano.

– ¿Es traficante?

Liam asintió de mala gana.

– Sí -dijo-, en la zona este. ¿Por?

– Ah, en el este -dijo Leslie, acercándose la taza a la mejilla-. Entonces, no le suena de su edificio.

– ¿Por? -repitió Liam.

Leslie pensó que la manera más rápida de sortear la incomodidad de Liam sería decirle la verdad, así que le habló por encima de Maxine y de la información que les había dado Senga, y le contó que Ann había desaparecido poco después. Maureen añadió que Senga solía ir a Fraser y Leslie jugueteó nerviosa con la manga de su jersey.

– Aunque, eso no quiere decir que Senga le contase a Maxine dónde estaba Ann -dijo.

– Bueno, posiblemente se lo dijo -dijo Maureen-. Y por eso dijo que todo el mundo sabe dónde están las casas de acogida, como si quisiera arreglar lo que acababa de decir. Pero ¿por qué tendría tanta importancia que Hutton supiese dónde estaba Ann?

– ¿Le debía dinero por drogas o algo así? -preguntó Liam.

– No -dijo Maureen-. Ann bebía, pero no se drogaba. ¿Sería capaz Hutton de pegarle?

– Por supuesto. -Frunció la boca en señal de desagrado-. A Hutton le gusta eso. Le gustan las peleas, sobre todo si sabe que lleva las de ganar.

– ¿Qué más puedes contarnos? -dijo ella-. Aparte de que está loco.

Liam se lo pensó un momento.

– Es ambicioso y no es un verdadero traficante. De hecho, es un gángster que trafica.

– ¿Cuál es la diferencia?

Liam se fue tranquilamente hacia la silla de Lynn y miró por la ventana.

– Mira, os voy a explicar una historia sobre Hutton. Hace dos años casi empieza una guerra cuando se metió en casa de un tío. Se la incendió, ni siquiera entró para llevarse el alijo. No tenía suficiente con apartarlo de su zona, sino que lo estaba borrando del mapa, estaba acabando con él. Un traficante no haría eso, es demasiado rencoroso y, desde luego, nada rentable. Veréis, Hutton no alimenta un hábito o está metido en él por el dinero, como los demás mortales. Tiene que demostrar muchas más cosas.

Liam pasó el reverso de la mano por la cara de Lynn, cogió el cigarro, le dio una calada y lo puso en el mismo sitio.

Incluso Lynn se sintió violenta con ese gesto. Se sentó recta, alejándose de Liam, y tiró la ceniza del cigarro en un cenicero.

– Si no se drogaba -dijo-, puede que tuviera miedo de él por otra razón. Quizás era un asunto personal o quizá trabajaba para él vendiendo droga.

– No creo. -Maureen agitó la cabeza-. Tenía cuatro crios y estoy segura de que no vendería drogas. Estaba extremadamente delgada y tenía aspecto de pobre. Llamaría demasiado la atención en un avión.

– No todos van en avión -dijo Liam-. Si iba y venía de Londres, puede que fuera en coche.

– En realidad, la encontraron en Londres -dijo Maureen-. Su hermana vive en Londres e hizo varios viajes un mes antes de Navidad.

– Pero no tenía el carnet de conducir -dijo Leslie-. ¿Quizás la llevaba alguien?

– ¿Para qué iban a pagar un conductor y un vendedor? -dijo Liam.

– ¿Y qué hay del tren? -dijo Lynn.

– Bueno, no es una buena época -dijo Liam-. La policía ha estado vigilando todas las estaciones y registraron todos los trenes durante noviembre y diciembre. Por eso están en crisis. Nadie quiere ir en tren. ¿Puede que fuera en autobús?

– No creo que vendiera droga -dijo Leslie-. No te ofendas, Liam, pero Ann no era de ese tipo de personas.

– ¿Qué tipo? ¿Un ser despreciable como yo?

– No quería decir eso, pero no tenía nada que ver con criminales, sólo se emborrachaba.

– ¿Les debía dinero a los acreedores?

Leslie no contestó.

– Sí -dijo Maureen-. Les debía mucho dinero.

– Pues ahí lo tienes -dijo Liam-. Unas quinientas libras la harían lo suficientemente despreciable como para hacer un par de encargos y liquidar las deudas.

– Pero eso es absurdo -dijo Maureen-. ¿Por qué le confiarían un paquete de droga a una ama de casa nerviosa y borracha?

– Puede que fuera una prueba -dijo Liam-, para ver si podía hacerlo. La policía ha estado investigando a todo el mundo. Quizá la usaron porque, como era una persona ajena a este mundo, no sabía nada de nadie y no pasaría nada si la metían en la cárcel.

– Pero no ha pagado las deudas -dijo Leslie, muy toscamente-. Maureen dice que hay acreedores cada día en la puerta de su casa.

Todas miraron a Liam para que lo aclarase. Él frunció el entrecejo.

– Quizá le debía dinero a varia gente. -Miró la cara triste de Leslie y, de repente, sonrió-. ¿Por qué estoy discutiendo contigo? Yo no sé de qué va todo esto.

Lynn se incorporó.

– ¿Pasaría desapercibida en el autobús hacia Londres?