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El niño dio la vuelta y entró corriendo en el salón llamando a su padre. James Harris ya había salido a la calle. Había una bolsa de la compra junto a la pared de la cocina y todavía llevaba la chaqueta. Estaba sentado en el sillón, vistiendo a los más pequeños. Llevaban un gorro y una capa impermeable a juego, delgados como una hoja de papel y de color verde oscuro, un color que no solían llevar los niños. Harris levantó la mirada y vio a los dos policías en el escalón. Puso los ojos en blanco y parpadeó despacio. Williams y Bunyan esperaron que les dijera algo. Esperaron durante un minuto.

– Creí que vendrían a las dos -les susurró, alargando el brazo y quitándoles los gorros a los más pequeños.

– ¿Cómo es que los niños no están en el colegio? -preguntó Bunyan.

– John ya se ha ido -dijo Harris tranquilamente, alisando los sombreros de lana en la rodilla-. Y Alan no se encuentra bien.

– Estoy constipado -dijo Alan, mirando a Williams con una cara angelical.

Williams lo ignoró.

– Señor Harris, necesitamos hablar con usted a solas. ¿Puede enviar a los niños a jugar al piso de arriba durante un rato?

– No se quedarán arriba -dijo Harris, mirando al suelo.

Williams se aclaró la garganta.

– Está bien, entonces hablaremos delante de ellos. Usted elige.

Harris parecía darse por vencido.

– Alan -dijo-, lleva a tus hermanos arriba.

– Hala, no, yo me quedaré -dijo Alan. Miró a Bunyan-. Puede hablar delante de mí -dijo impaciente-, y los pequeños no entienden ni una palabra.

Harris suspiró y se rascó los ojos, estirando la fina piel de un lado al otro.

– Llévate a tus hermanos arriba, hijo.

Kilty Goldfarb sacó la hamburguesa de la caja de poliestireno y quitó el papel.

– Ah, McComida -dijo-. Me recuerda a la triste McEscocia.

Maureen bebió un trago de Coca-Cola y picó del montón de patatas saladas.

– ¿Te fuiste hace mucho tiempo?

– Unos años. -Kilty se quedó pensativa-. ¿Cinco años? Después de la graduación. Vine a hacer un curso de asuntos sociales y me quedé -mordió un trozo de hamburguesa, se quedó quieta con una mueca en la cara y se metió los dedos en la boca. Sacó una rodaja de pepinillo, lo miró como si hubiera encontrado un pelo en la hamburguesa y lo dejó en una servilleta.

– ¿Por qué estudiaste asuntos sociales si habías ido a la escuela de arte?

– Hacer moldes no me pareció tan importante como esto. Iba a salvar al mundo.

Maureen se reclinó en la silla.

– ¿Has pensado alguna vez en volver a casa?

Kilty suspiró.

– A todas horas. Es difícil encontrar un piso aquí, es difícil conocer gente con la que tengas algo en común. Pero todo el mundo que conocía se ha mudado, excepto mi madre y mi padre. De hecho, allí ya no tengo amigos. -Sonrió-. El mejor patriota es el expatriado. ¿Y tú que haces, aparte del trabajo inventado en el bufete de abogados imaginario?

– En realidad, acabo de dejar el trabajo. Trabajaba en las Casas de Acogida Hogar Seguro.

– ¿En serio? -Kilty asintió porque el nombre le sonaba-. ¿Por qué lo has dejado?

Maureen intentó encontrar una manera suave de decirlo pero no la encontró.

– Estaba asqueada y estaban a punto de descubrirme. Además, lo odiaba. Parece que nunca llegas a ningún sitio y toda aquel papeleo, ya sabes, todo ese rollo.

– ¿No era lo suficientemente dramático?

Maureen asintió y bebió Coca-Cola.

– Sé a lo que te refieres -dijo Kilty-. Cuando yo empecé, quería entrar en edificios en llamas y luchar por los animales salvajes, no rellenar formularios con ese fin. La verdad, es bastante decepcionante. -Se terminó el último bocado de hamburguesa y se limpió las manos-. ¿Tienes un cigarro?

Maureen sacó su paquete y lo dejó encima de la mesa. Kilty cogió uno, mirando la punta mientras lo sostenía entre los labios, y lo encendió con el mechero de Vik, sacando elhumo y volviendo a inhalar inmediatamente. Maureen la observaba.

– ¿No fumas mucho, verdad?

Kilty asintió con su pequeña cabeza. Se quedó quieta y miró el cigarro.

– A mí me gustaría ser una fumadora empedernida. Lo intento constantemente pero no le acabo de coger el gusto.

Maureen alargó el brazo y le quitó el cigarro.

– Dame eso antes de que te hagas más daño. ¿A quién esperabas en el bufete de abogados?

– A un cliente -dijo Kilty, sentándose erguida y responsable-. Un chico joven. Un problemilla.

Maureen asintió.

– Oye, como asistenta social, tú debes de conocer muy bien el sistema de las ayudas económicas a las familias numerosas, ¿no?

Kilty la miró, cautelosa y comedida.

– ¿Por qué?

– En realidad, he venido a Londres a… -dijo Maureen, inclinándose hacia delante-. Estoy buscando a alguien.

Los ojos de Kilty la animaron a contárselo.

– Acudió a nosotros en Glasgow -continuó Maureen-, llegó a la casa de acogida en unas condiciones pésimas, y luego desapareció pero la vieron por esta zona.

– ¿Estás intentando asegurarte que no volvió con el hombre que la pegó?

– Sí -dijo Maureen, aliviada porque empezaban a hablar de su historia.

– Bueno -dijo Kilty-, ¿y qué hacías en el bufete de abogados preguntando por el cambio de socio y el señor Headie, entonces?

Maureen se había olvidado de todo eso.

– Ah, verás, mi amiga recibió una carta con el membrete equivocado…

Kilty la interrumpió.

– Pero si la buscas a ella, ¿quién es el menudo escocés?

Maureen no podía encontrar una mentira tonta para tapar las demás mentiras tontas.

– Creía que se suponía que los estudiantes de la escuela de arte eran tontos -dijo.

Kilty arqueó las cejas alternativamente, moviéndolas.

– No puedo contarte todas sus cosas -dijo Maureen, observando las cejas, deseando que lo volviera a hacer-. No estoy en posición de hacerlo.

Sin ningún motivo, Kilty puso cara de enfadada.

– Será mejor que vuelva -dijo, levantándose y recogiendo la chaqueta y la bolsa.

– ¿Qué haces mañana?

– Trabajo -dijo Kilty.

– ¿Y el sábado?

– Los sábados trabajo.

– ¿Quieres que quedemos para comer? -Maureen hablaba deprisa y parecía desesperada-. No conozco la zona y mi amiga desapareció por aquí cerca.

Kilty estaba de pie a su lado, desconfiada.

– Sólo pensé que quizás conocerías a gente -dijo Maureen-. No importa, olvídalo.

Kilty se puso el abrigo y se separó de la mesa. Cogió la correa del bolso y se la pasó por encima de la cabeza.

– Mañana, aquí, ¿a las doce?

– Sí. -La mirada de Maureen recuperó el brillo-. A las doce.

– Parece que estás metida en una historia muy dramática. -Kilty pasó junto a Maureen, se fue hacia la pesada puerta de cristal y se sirvió de su peso para abrirla-. Te lo sonsacaré todo -dijo, y salió a la calle.

Maureen encontró el número de la hermana de Ann y se fue hacia un teléfono público. La cabina estaba forrada con fotografías pornográficas de chicas jóvenes y vulnerables. Los anuncios decían que las chicas eran estudiantes, chicas malas, chicas sucias, medio ilegales, francesas y suecas, llama.

– ¿Hola, señora Akitza?

– ¿Sí?

Maureen le dijo que había venido a Londres en nombre de la familia de Jimmy Harris y que estaría por allí unos días, quizás una semana. Quería ir a verla dentro de unos diez minutos pero no conocía la zona y no sabía cómo llegar a su casa. La voz dudó un segundo y, a continuación, le indicó cómo llegar desde la estación del tren. A la hermana de Ann no parecía entusiasmarle la idea de que la fuera a ver. Le colgó el teléfono a Maureen sin decirle adiós.

29. Gravilla

James Harris llevaba veinte minutos mirando al suelo. Una vena morada le latía debajo del ojo. Bunyan y Williams estaban de pie a su lado, haciéndole preguntas y esperando respuestas que no llegaban nunca. Las únicas veces que Harris pareció estar vivo fueron las cuatro veces que Alan había bajado, golpeando fuerte la puerta del salón antes de abrirla y entrar. Las primeras dos veces dijo que se había dejado algo y volvió a subir la escalera despacio, con un juguete roto o un bolígrafo. Luego empezó a bajar para llevarles cosas a los pequeños, un zumo y un trozo de pan. Harris se erguía recto cuando el niño entraba en el salón, despertándose, con la espalda recta y metiendo a su hijo mayor en problemas por bajar a salvarlo a él. En el último viaje, Alan se había puesto a llorar en la cocina y no quiso decirle a nadie por qué. Se subió a las rodillas de su padre y no quería bajarse. Williams se llevó a Bunyan al recibidor.