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Maureen y Jan habían acabado sus cigarros pero seguían ahí de pie en el frío, calentándose la nuca en el respiradero de la panadería, mirando pasar los coches.

– Hoy no puedo enfadarme por eso -musitó Maureen.

– Sé a lo que te refieres -dijo Jan.

Se fueron de la entrada, subiendo la escalera despacio y quitándose los abrigos.

Ya era tarde, unos minutos antes de la hora en que estaba prevista la reunión de los directivos de viviendas subvencionadas, y Leslie entró con un aire arrogante por la puerta de doble hoja con su traje de cuero y el casco en la mano. Leslie tenía el pelo corto, sucio y tieso como un hámster despeinado. Tenía la piel amarillenta, unos ojos negros grandes y ovalados y siempre la hacían más alta de lo que era. Caminaba por las salas como si hubiese venido a llevarse el dinero.

– ¿Todo bien, Mauri? -dijo, moviendo la cabeza, sorprendida y aparentemente contenta de verla.

– ¿Y tú, todo bien? -contestó Maureen.

Leslie miró a Jan. Se inclinó sobre la mesa de Maureen y le dijo:

– ¿Qué haces luego?

– Nada

– ¿Quieres venir a comer algo?

– Vale -dijo Maureen, sonrojándose de alegría.

– Vayamos a Finneston -dijo Leslie, y se incorporó-. Te recogeré cuando haya acabado. ¿Te has enterado de lo de Ann Harris?

– Sí, ya lo sé.

Leslie iba a decir algo pero se dio cuenta de que Jan la estaba mirando y se calló.

– Te veré en la salida -dijo, y se fue corriendo a la reunión.

Jan dibujó una sonrisa incómoda sentada en su mesa, furiosa porque Leslie la había excluido. Maureen podía haber explicado que Leslie no pretendía ser maleducada, que sencillamente lo era, pero Jan hubiera ido a su mesa a charlar, así que no dijo nada. Jan intentó ofrecer una sonrisa alegre.

– Leslie siempre se ha tomado como algo personal todo lo relacionado con Ann Harris, ¿no crees?

– Bueno, sí -dijo Maureen, revolviendo entre sus papeles.

– He oído que pidió al comité que colocaran a Ann en su casa de acogida. ¿Sabes si es cierto?

Las Casas de Acogida Hogar Seguro estaban arruinadas y los directivos trabajaban para conseguir nuevos presupuestos. Nadie pedía nuevos residentes: intentaban quitárselos de encima y pasárselos entre ellos.

– No lo sé -dijo Maureen, desconcertada-. No sé nada de eso.

Bajó al lavabo para fumarse un cigarro a solas y pensar.

5. Ann

Nadie había visto a Ann desde hacía un mes. Se había ido de la casa de acogida cinco días después de Navidad y ya no había regresado. Las demás mujeres de la casa no estaban preocupadas. Pensaban que habría vuelto con su marido. Los niños aún estaban con él y debió de ser muy duro para ella estar alejada de ellos, sobre todo en Navidad. La policía tampoco se preocupó. Creyeron a su marido cuando les dijo que ni la había visto ni había recibido noticias suyas. Sin embargo, Leslie sí que estaba preocupada. Ann se había dejado un montón de fotos. Fotos de su infancia, Polaroids de cumpleaños y aniversarios. Ann de joven con los compañeros de la fábrica. Ann sentada en una cama de hospital sonriendo y mirando al bebé que tenía en los brazos como si el mundo entero se concentrase allí. Entre ellas había una Polaroid de un hombre alto en el patio de un colegio. Llevaba un abrigo de pelo de camello y gafas de sol Reactalite. Sonreía y tenía a un niño muy serio de unos seis años cogido de la mano. Maureen llegó con un grupo de fotos mal enfocadas todas del mismo tamaño: Ann con un labio partido y otras mujeres delante de un árbol de Navidad y Leslie detrás de ellas, con el brazo a medio levantar y con las pupilas rojas como un demonio por el flash.

– Son las del albergue de Navidad, ¿no? -dijo Maureen.

– Sí-dijo Leslie.

– ¿Cómo conseguiste convencerlas para que se hicieran una foto?

– Sólo les pregunté si querían salir en la foto -dijo Leslie encogiéndose de hombros-. Es el día de Navidad. Intentamos que sea lo más normal posible.

Era tarde. La reunión se había acabado y los directivos se habían ido corriendo a sus cálidos hogares con sus hambrientos hijos, y habían dejado a Maureen y a Leslie solas en la oficina. Estaban sentadas en el borde de la mesa de Maureen, escuchaban el soplido del viento que subía por el hueco de la escalera, tiraban la ceniza de cigarros ilegales en el suelo y la escondían bajo la alfombra. Ahora Leslie parecía diferente, tras la reunión ya no miraba a Maureen.

– No se iría así -dijo Leslie, cogiendo las fotos de Maureen-. Sé que no lo haría.

– ¿Erais muy amigas? -preguntó Maureen, intentando mirarla a los ojos.

Leslie le tiró con fuerza una nube de humo a la cara.

– No -dijo rascándose el ojo con las yemas de los dedos-. No mucho.

– Entonces, ¿cómo sabes que no se habría dejado las fotos?

Leslie tiró el cigarro en una taza de Radio Clyde.

– Simplemente lo sé. Sólo se hubiera ido sin ellas si tuviera intención de volver.

La taza empezó a desprender humo como un vaso de precipitados en el laboratorio de un profesor chiflado.

– Quizá se las olvidó -dijo Maureen, alargando el brazo y apagando el cigarro, que impregnó sus dedos con ese olor tan desagradable.

– No se olvidaría las fotos de sus hijos. Hablaba constantemente de ellos.

– Quizá quería empezar una nueva vida -dijo Maureen-. Se hartó y explotó. Le pasa a un montón de gente. Era Navidad, es una época muy emotiva.

Leslie movió la cabeza.

– Creo que tiene que ver con la tarjeta que recibió. Se la entregaron el treinta de diciembre y la sacó de sus casillas. Se fue una hora más tarde.

– ¿Las mujeres reciben correo en las casas de acogida?

– Algunas reciben ofertas de trabajo y cosas así pero la suya no parecía muy formal.

– ¿La viste?

– Vi el sobre. La mayor parte del correo que recibimos son facturas y cosas por el estilo, así que me lo dan a mí y yo lo reparto. Ann no le dijo a nadie de qué se trataba.

– ¿Y cómo sabes que era una tarjeta?

Leslie se lo pensó antes de contestar.

– El sobre era cuadrado y rígido y muy navideño. Era rojo.

– ¿Y se fue justo después?

Leslie asintió.

– Unas horas después -dijo seria-. Estoy preocupada por ella. Por si le ha pasado algo.

Maureen miró a Leslie. Tenía la clara impresión de que la estaba engañando, de que le estaba ocultando información y de que la estaba dejando de lado.

– Bueno, ha habido otras mujeres que se han ido y no te has preocupado tanto por ellas.

– Pero no lo han hecho tan de repente. En general, hay señales que indican que alguien se va a ir; lanzan indirectas o desconectan emocionalmente. -Sonaba como si Leslie estuviera haciendo una presentación-. Normalmente se van de las casas de acogida por periodos cada vez más largos, pasan fuera una primera noche extraña, se llevan algunas de sus cosas y luego ya no vuelven. Ann no hizo eso. Ella estaba allí y, de repente, ya no estaba. -Miró a su lado, a Maureen, comprobando el impacto de su discurso, y volvió a estudiar detalladamente las fotografías.

– Pero Ann era una persona emprendedora -dijo Maureen-. Y las personas emprendedoras hacen locuras.

– ¿Cómo sabes que lo era? -se apresuró a preguntar Leslie.

– Porque -Maureen señaló la fila de sillas de plástico junto a su mesa-, se sentó a mi lado. Estuvo una hora yendo y viniendo mientras rellenaban sus papeles y preparaban la cámara. Ya vi de qué pie calza.

Leslie se removió con resentimiento.

– ¿Y qué significa eso? -dijo-. Nosotras también somos emprendedoras.