Encendió un cigarro mientras el camarero llegaba y le pidió una limonada y un whisky en vasos separados. Tenía unos cuarenta años, era negro, llevaba unos vaqueros y una camisa de seda azul con el último botón sin abrochar, dejando ver borlas de pelo al estilo afro en el pecho como un puzzle de topos. Le puso la limonada de máquina, y una cantidad mínima de whisky de la botella y dejó los dos vasos en la barra. Maureen cogió la limonada y bebió un sorbo. El sirope grasiento formaba espirales en el agua, reflejadas por la luz. El camarero la estaba mirando, quería hablar con ella, estaba ocupado en la imposible tarea de limpiar la barra. Al final, hizo un movimiento con la cabeza señalando el whisky y le preguntó si esperaba a alguien.
– No -dijo Maureen, entre tragos de limonada-. Sólo he entrado porque estaba muerta de sed.
Era una opción muy poco probable. El Coach and Horses era un mundo aparte, no un bar que se encuentra a la vuelta de la esquina. Limpió los grifos cerca de ella, fregándolos con un trapo húmedo roto, y cruzó la mirada con ella tres o cuatro veces.
– ¿Lleva mucho tiempo trabajando aquí? -preguntó Maureen, intentando sonar informal.
Él le contestó que llevaba dos o tres años, y luego volvió a limpiar la barra y a mirarla. Ella cogió el vaso de whisky. No había casi nada en el vaso, lo suficiente para darle color al cristal. Estaba segura de que la estaban estafando. Quizá fuera por eso que el camarero la miraba.
– Es una lástima echar a perder un vaso con una cantidad tan ínfima -dijo ella.
– ¿Viene de Glasgow? -preguntó el camarero.
Maureen asintió.
– Ya -dijo-. Allí venden el whisky en cuartos de pinta. Aquí sólo ponemos un octavo.
– ¿Y eso es legal?
– Por supuesto -se rió él-. Y cobramos lo mismo.
– Apuesto a que aquí no deben de venir demasiados escoceses.
– De hecho, sí, porque preparamos el Tennent's. -Ilustró la afirmación señalando un par de grifos de cerveza.
– Ah -dijo Maureen, sonriendo y haciendo ver que le importaba.
No tenían nada más que decirse. Aparte de una conversación agradable, el camarero parecía incapaz de decir algo sin llevar la conversación hasta un punto muerto. Maureen echó una ojeada a la sala.
– Acaba de salir del tren, ¿no? -dijo él.
– Sí -dijo ella, intentando sonreírle otra vez-. ¿Por qué? ¿Porque no conocía la medida del whisky?
– No -dijo él, señalando el abrigo-. Siempre van demasiado abrigados, los que salen del tren.
Maureen le ofreció la mano.
– Maureen O'Donnell -dijo ella.
Él le dio un flojo apretón de manos.
– Hola -dijo, negándose a decir su nombre.
Maureen sospechaba que sabía hacerlo mejor. Separó su mano y volvió a coger el vaso.
– Así que vienen muchos escoceses, ¿no? -dijo ella.
– Sí.
– Seguro que conozco a la mitad de ellos. ¿Viene por aquí Neil Hutton?
El camarero la miró con un aire despectivo, como si hubiera explicado un chiste verde.
– ¿Y Frank Toner?
– ¿Quién?
– Frank Toner. Grande, con gafas. -Sacó la Polaroid del bolsillo y se la enseñó-. ¿Ve a este hombre? -dijo-. ¿Viene por aquí?
– ¿Por qué?
Maureen volvió a meterse la foto en el bolsillo.
– Tenía que encontrarme con él.
El camarero torció la boca hacia un lado mientras tiraba la toalla encima de la barra. Maureen lo observó durante un minuto. No le gustaba nada. Apagó el cigarro en un cenicero y saltó del taburete, cogiendo su abrigo.
– Viene aquí a beber -dijo el camarero, despacio.
– ¿La mayoría de las noches?
– Algunas noches.
Maureen le enseñó la fotocopia de la cara de Ann.
– ¿Es su novia?
El camarero se estremeció al ver la foto.
– No -dijo, con la mirada fija en la barra mientras la limpiaba.
– ¿Cómo puede estar tan seguro?
Se quedó pensativo.
– Quizá -dijo, dándole vueltas al asunto-, quizás era su novia. No les sigo la pista.
– ¿Era?
– ¿Eh?
– Bueno -dijo Maureen-, yo he dicho «es» y usted ha dicho «era».
La miró fijamente a los ojos.
– No la he visto durante una temporada.
– Oh -dijo Maureen. Él sabía que Ann estaba muerta y no tenía ninguna intención de contárselo a Maureen-. Pero ¿los había visto juntos?
Él se encogió y ser rió para sí mismo.
– Hace mucho, antes de Navidad. Quizás era su novia… -Levantó la mirada hacia ella-… Quizás.
– ¿Ella venía por aquí?
– Solía venir muy a menudo. Venía con él. Luego, después de Navidad, vino sola. Estaba muy deteriorada. -Se encogió de hombros otra vez.
Maureen se esperó un segundo pero era obvio que no sabía nada más. Escribió el número de su busca en una hoja de papel de su libreta, la dejó en la barra y la tapó con un billete de cinco libras.
– Mójese la punta de la lengua con eso -dijo ella, intentando sonar agradable pero sonó a chica espabilada-. Ya nos veremos.
Salió del bar a la calle soleada, dejando tras de sí el limón ahumado.
33. Las vacaciones del señor Headie
Kilty Goldfarb estaba sentada junto a la ventana, tomándose un batido; llevaba un abrigo de piel y un gorro de esquiar, parecía preocupada y nerviosa. Observó a Maureen mientras cruzaba la calle y entraba por la puerta. Bajó la mirada y dibujó una pequeña sonrisa antes de volver a levantar los ojos.
– Siento llegar tarde -dijo Maureen mientras se sentaba delante de Kilty-. Me he pasado por el Coach and Horses para ver qué tal era. ¿Lo conoces?
Kilty puso cara de asco.
– Dios Santo, jamás entraría allí. Está lleno de matones escoceses.
– ¿Ah, sí? -Maureen dejó el abrigo doblado encima de la silla y colocó el paquete de tabaco encima de la mesa-. Cuando yo fui estaba bastante tranquilo.
De repente, su encuentro para comer se había convertido en una mala cita. Maureen señaló el batido que Kilty tenía delante.
– ¿Te traigo algo de comer para acompañar eso?
– No, no tengo demasiado tiempo -dijo Kilty, seria, poniendo encima de la mesa una bolsa de plástico de Woolworths, demostrando su disponibilidad para irse-. ¿Por qué no te sientas y me preguntas lo que quieres saber y así podré marcharme?
Maureen la miró fijamente.
– Ya estoy sentada -dijo.
– Oh -dijo Kilty-, bien. Tengo que volver al trabajo, ya llego tarde. Pregúntame lo que quieras y luego me iré.
– Mira -dijo Maureen-, no tenías por qué venir si no querías hablar conmigo.
– Lo que pasa es que no sé qué estoy haciendo aquí -dijo Kilty fríamente-. Ya sabes, en Londres nadie queda con un extraño sin una razón.
– Tengo una razón -dijo Maureen-. Quiero saber en qué parte de Wandsworth está la nueva oficina del señor Headie.
– ¿Por qué?
– Quiero verlo, quiero saber qué clase de casos lleva y quiénes son sus clientes.
– Y conocer la clientela del señor Headie, ¿en qué te va a ayudar?
– Quiero saber qué tipo de gente se relacionaba con el antiguo bufete. La carta con el membrete se entregó en mano en Glasgow y la persona que la envió puede que sea un antiguo cliente suyo.
– ¿Y yo qué obtengo a cambio? -preguntó Kilty.