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– Siéntese -dijo, indicándole el arrugado sofá de piel.

Maureen se sentó, con las manos junto a las piernas encima del sofá y los ojos clavados en él. Tam Parlain se movía como un fumador de dos paquetes diarios y tenía los ojos hundidos y mentirosos.

– Tam -dijo Maureen-. ¿Me ha enviado un mensaje a mi busca?

– Sí.

Se sentó junto a ella en el sofá, girándose para mirarla de frente, con el brazo estirado por encima de la cabeza de ella, igual que un adolescente torpón que no sabe cómo pegarse el lote con una chica. Volvió a dibujar una media sonrisa y la señaló con el dedo.

– Perdona -dijo-. ¿Cómo has dicho que te llamabas?

Maureen no quería que aquel tipo tan repulsivo supiera su nombre. Posiblemente, el camarero ya se lo habría dicho.

– Marian -dijo ella.

Si verificaran los nombres, los dos pensarían que el otro lo había entendido mal.

– Marian. -Él se tomó su tiempo para pensar en ello y Maureen supo que el camarero le había dicho que se llamaba Maureen.

– ¿De qué parte de Glasgow eres, Marian? -dijo él, intentando situarla en la ciudad y adivinar si tenía algún contacto en su mundo.

– De Glasgow -dijo ella, incorporándose y sacando los cigarros del bolsillo. No quería ofrecerle a Parlain un cigarro por si la tocaba-. El camarero del Coach and Horses le dio mi número, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Sabe algo de Ann?

– Sí, Ann. Pobre Ann. -Apoyó la cabeza en el sofá-. Fue horrible.

Maureen se llevó el cigarro a la boca y, mientras lo encendía, notó que tenía las manos mojadas y que le olían mal, como a detergente. Se las notó arenosas. Aquel tipo había limpiado el sofá de piel con detergente líquido. También había fregado el suelo y la mesita de café, y los armarios de la cocina estaban vacíos. Había lavado todos los objetos y superficies de la casa. Liam se habría vuelto igual de paranoico si no hubiera dejado de traficar. Maureen se giró hacia él, compadeciéndolo por su vida, asintiendo a todo lo que decía.

– Sí -dijo-, horrible. ¿Y cómo es que conocía a Ann?

– Bebíamos en los mismos bares -dejó que la conversación titubeara.

– ¿Conoce a su hermana? -preguntó Maureen.

Parlain negó con la cabeza y se volvieron a encontrar los dos mirándose a los ojos sin saber qué decirse.

– Vive unas calles más arriba -dijo ella.

– No, no la conozco -dijo él, mirando fijamente a Maureen como si estuviera esperando que hiciera algo.

– ¿Qué quería decirme, Tam?

– Ah, sí. -Miró al suelo y se puso muy serio-. Estabas preguntando por un hombre. Creo que lo conozco.

– ¿Lo conoce?

– ¿Esa foto que enseñas…?

Esperó, inclinándose hacia ella expectante. El tipo más paranoico de Brixton había llamado a una extraña para que fuera a su piso fortaleza para ver si podía ayudarla en algo. Maxine ya les había advertido sobre eso: les había dicho que se deshicieran de aquella foto.

– Me temo que la he perdido -dijo ella, inocentemente-, pero ¿qué le parece si le describo al tipo de la foto?

Parlain no estaba muy convencido.

– ¿Sería capaz de identificarlo? -preguntó ella.

Parlain no estaba nada convencido.

– Es inconfundible, creo yo -dijo ella.

– ¿Cómo la has perdido? -dijo él bruscamente.

– ¿Cómo he perdido el qué?

– La foto -hablaba casi gritando.

– Estaba en un bar y se la enseñé a alguien y me pidió si podía quedársela.

– ¿En el Coach? -Se estaba poniendo rojo, se había levantado y se fue hasta la ventana con barrotes con las manos en la espalda.

– No. -Maureen intentó recordar el nombre de otro bar-. Era el que está junto a… -Señaló con el dedo y frunció el entrecejo como si no se acordara muy bien-. Junto a… Frente a la estación de tren, cruzando la calle.

Él estaba a su lado, inclinado y con la frente arrugada.

– ¿El Swan?

– Es posible, no conozco demasiado bien esta zona.

Maureen quería salir de allí. Lo sentía mucho por Parlain pero no sabía de qué era capaz. Él se acercó todavía más y ella notaba su respiración en la frente.

– ¿Un bar grande, con una barra muy larga y un camarero calvo? ¿Habla como un maricón?

– Creo que sí -dijo ella, con muchas ganas de largarse-. Exacto, en ese.

– ¿Cómo era el hombre?

– ¿Qué hombre?

– ¿El que se quedó con la foto?

– Bajo, con acento inglés y llevaba un abrigo negro…

– ¿Gordo?

– Sí, estaba bastante gordo.

– Ya -dijo él, con los brazos colgando y los dedos retorcidos como gusanos. Volvió hasta la ventana y miró el paisaje-. ¿Y estaba allí cuando te fuiste?

– Sí, fue hace quince minutos. Me sonó el busca cuando estaba con él. -Parlain iba a marcharse al Swan y la iba a dejar allí.

– Yo lo llevaré hasta el lugar. Era un tipo amable, estoy segura de que me devolverá la foto si se la pido.

Él la miró.

– Sí. -Se le estiraba el cuello cada vez que movía la cabeza-. Tú vendrás conmigo.

Salió disparado hacia otra habitación y volvió con una vieja chaqueta de piel.

Maureen se preguntó si también habría tenido la precaución de lavarla con agua y jabón. Se levantó, con una sonrisa estúpida en la cara.

– Pues vamonos -dijo contenta-. Le invitaré a una cerveza, si quiere.

Sin embargo, Parlain no se ablandó con la cortesía. Ignoró la oferta de Maureen, abrió la puerta y salieron al rellano. Maureen notó la corriente de aire cálido que subía por las escaleras y supo que era muy afortunada por haber salido de aquel sitio. Parlain miraba de reojo las escaleras mientras cerraba la puerta con cuidado. Se dirigió hacia la escalera, girándose de vez en cuando para verificar que ella lo seguía. Bajaron las escaleras y salieron a Argyle Street.

– No estoy muy segura de que se llame Swan -dijo Maureen, pensando mientras caminaba-. Está pasada la boca del metro y un poco más arriba.

Parlain se paró.

– No es el Swan.

Maureen lo cogió por el codo, indicándole que ella se quedaría con él todo el rato.

– Da igual, vamos, se lo enseñaré. Por aquí.

Tomaron la calle que iba a parar a la calle principal. La paranoia de Parlain no se reducía a su casa, andaba cabizbajo, mirando al frente, intentando pasar desapercibido.

– Recto y al otro lado de la calle -dijo ella.

Caminó a su lado mientras bajaban la colina, parloteando sobre lo malo de Escocia, el frío que hacía, lo mucho que le gustaba Londres y lo amable que era todo el mundo. Parlain dejó de contestarle después de los primeros doscientos metros y Maureen dejó que la conversación se fuera apagando gradualmente. Cuando habían pasado el edificio de la seguridad social, Maureen empezó a reducir la marcha, andando en el límite del campo visual de Parlain durante un rato, retrocediendo un poco cuando giraron la esquina de una calle estrecha. Dejó que él cogiera un metro de distancia y entonces salió disparada, primero andando lo más rápido que pudo y luego corriendo, girando la esquina, corriendo, corriendo para alejarse de él. Bajó corriendo por Brighton Terrace y acortó el camino por una serie de callejuelas antes de llegar a la calle principal y entrar disparada en el McDonald's. Se sentó en la mesa del fondo de espaldas a la ventana. Kilty Goldfarb la vio entrar. Miró a su alrededor, se rió y se levantó, caminando despacio hacia la mesa como el malo de la película.

– Hola -dijo-. ¿Me estás evitando?

– Kilty -dijo Maureen, sudando y mirando hacia la mesa-. ¿Te apetece ir a tomar algo?

– Sí.

– ¿Por qué no sales a la calle y paras un taxi para ir al centro?