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– Pero no como Ann, ¿o sí? -dijo Maureen, imaginando que quizá Leslie lo hubiera sido. Maureen ya no sabía cuánto bebía Leslie-. ¿Ann bebía cuando estaba contigo?

– A veces.

– Eso va contra las reglas, ¿no?

Leslie la miró fijamente.

– Nunca bebía en la casa. -Parecía estar a la defensiva-. Decía que se iba a la compra y volvía borracha.

Maureen apagó su cigarro en la taza, aumentando el olor de sus dedos. No debería hacer eso, quedarse en aquella horrible oficina intentando averiguar lo que quería decir Leslie en realidad. Si ya no confiaba en ella, debería buscarse a alguien en quien sí confiara y aburrirlo con sus historias.

– He oído que pediste que fuera a tu casa de acogida -dijo Maureen.

– No, no lo hice.

– Yo he oído que sí. Creí que andabas corta de dinero.

– Eso son gilipolleces -dijo Leslie, agresiva y enfadada-. No pedí que viniera, lo único que pasó es que me quedó una plaza libre.

Maureen la miró y silbó entre dientes.

– Leslie -dijo-, ¿conoces a Ann?

– No.

– Entonces, ¿por qué te interesa tanto?

Leslie hizo una pausa y sacó otro cigarro del paquete, pero Maureen sabía que no era una fumadora compulsiva. Mientras lo encendía tendría algo con que entretenerse y no tendría que mirar a Maureen

– No conozco a Ann -dijo Leslie lentamente, midiendo sus palabras-, pero estoy preocupada por ella.

Apretó el cigarro con los labios acercando la punta al encendedor. La llama naranja le iluminó la cara por completo y Maureen vio que le temblaba la barbilla. Lo que fuera que estaba ocultando seguro que no la dejaba dormir por la noche. Leslie miraba la Polaroid del hombre alto con el niño pequeño. El niño tenía el mismo pelo rubio, suave y sedoso que Ann y su misma piel rosada. No parecía contento y Maureen podía ver por la tensión en el antebrazo que estaba intentando soltarse. Con la otra mano agarraba una tarjeta de Navidad hecha a mano decorada con purpurina y algodón pegado.

– ¿Es el hijo de Ann? -preguntó con suavidad.

– Sí -dijo Leslie, hablando un poco alto, un poco descontrolada-. Tiene tres más, todo chicos.

– Se parece a ella, ¿verdad?

Leslie asintió, se aclaró la garganta y recuperó la compostura. Maureen se sentó junto a ella en la mesa otra vez, haciendo ver que miraba la fotografía pero con la cadera junto a la suya, a su lado.

– Después de que se marchara de la oficina no la volví a ver -dijo Maureen con voz suave-. ¿Se le curó bien el labio?

Leslie asintió otra vez.

– Sí. Le quedó una cicatriz pero la hinchazón desapareció bastante rápido. -Su cara recuperó el color-. Mauri, me temo que está muerta -le soltó.

Maureen la miró y puso cara de sorpresa.

– ¿De dónde sacas eso?

– De aquí -Leslie agitó la fotografía en su mano con fuerza-. Son fotos de todo lo importante que le había pasado. No las dejaría nunca. Creo que la perseguía alguien.

– Venga ya, Leslie. Es una casa de acogida para mujeres maltratadas, a todas las persigue alguien.

– Esto es distinto.

– ¿Por qué es distinto?

Esa era exactamente la pregunta que Leslie no quería responder.

– Creo que deberíamos buscarla -dijo-. A ver qué podemos descubrir.

– No sabríamos por donde empezar.

– Lo hicimos la última vez

– Ya -dijo Maureen-, pero la última vez no mentías como una cosaca.

Estaban ahí sentadas, la una junto a la otra, mirando la oficina, como si la respuesta se hubiera perdido en la mesa de alguien. Maureen se frotó un ojo.

– Winnie vino a verme esta mañana -dijo, volviendo a la vieja costumbre de contarle a Leslie todo lo que se le pasaba por la cabeza-. Michael tiene un piso en Glasgow. -Ojalá no hubiese dicho eso. Se estaba confesando a Leslie por costumbre, explicándole sus preocupaciones más íntimas y Leslie no tenía la cabeza allí ni le importaba lo que le estaba diciendo.

Leslie la miró de forma agresiva.

– Si en algún momento te molesta -dijo-, le romperé los dientes.

– Sí -dijo Maureen, escéptica-. Vale.

Leslie ya lo había hecho cuando perseguían a Angus. Fue la primera y única vez que Maureen tuvo que pedirle que se detuviera, pero Leslie aún hablaba como el gángster más duro del mundo. Maureen había empezado a sospechar que Leslie necesitaba sentirse fuerte en respuesta a un miedo profundo y aterrador. Leslie trabajaba en Hogar Seguro desde hacía mucho tiempo y necesitaba diferenciarse de las demás mujeres. Si no podía desenvolverse, sería una candidata a pasar por todo lo que veía allí, una víctima en potencia, tan vulnerable como las otras, esperando a que la violaran y la descuartizaran, a que el destino le tendiera una trampa.

– ¿Tienes hambre? -dijo Leslie, poniéndose la chaqueta de cuero.

Maureen se encogió de hombros. No quería eso, pasar la noche con la nueva y distante Leslie, engañada, sintiéndose utilizada y haciendo ver que no le importaba. Quería estar sola, en casa con una botella de whisky y la compañía incondicional de la televisión.

– Bueno, ¿vienes o no?

Cansinamente, Maureen cogió su abrigo y su bolso y siguió a Leslie escaleras abajo. Eran las siete, pero estaba tan oscuro como si fuera medianoche. Caía una llovizna muy fina que el fuerte viento arrastraba, empapándolo todo.

Leslie tenía la moto aparcada al otro lado de la calle. Le dio a Maureen el otro casco que llevaba en la maleta lateral y, al quinto intento, encendió la moto. Maureen se agarró a su cintura y apoyó la cabeza en su hombro.

La calle estaba cubierta por una capa de agua y Leslie conducía muy deprisa. Se colaba entre los coches y las camionetas, acelerando el motor antes de cambiar de marcha. Al pie de una colina empinada resbaló en una curva cerrada, se asustó y corrigió su postura, estabilizando la moto en el último momento.

Maureen pensó que se iban a estrellar, que podían morir y esa posibilidad la hizo sentirse eufórica. Soltó la cintura de Leslie a medida que el suelo se apartaba de ellas, no se agarraba a nada, sentía el viento que la empujaba de un lado a otro. Se balanceaba como un junco en el asiento trasero a medida que cruzaban la oscura y mojada ciudad hacia el oeste.

6. Amigas para siempre

Maureen siempre había sabido que Leslie podía ser una puta descarada, pero nunca antes había sido hostil con ella. Jamás hubiera creído que un novio pudiera interponerse entre ellas, porque no eran de esa clase de mujeres. Estaban por encima de eso, tenían una historia heroica a sus espaldas y estaban demasiado unidas. Interpretó, erróneamente, que Cammy sólo sería uno más en la lista. Salió con ellos un par de veces pero al final siempre se iba con la incómoda sensación de que habían hablado de ella, puede que con buenas palabras, pero de ella.

Sólo llevaban juntos un par de meses pero Leslie había cambiado. Ya no quería estar con nadie más que con Cammy y siempre se iba temprano para llegar cuanto antes a casa y estar con él. Empezó a hablar de tener hijos y había cambiado su manera de vestir. Se compró unos pantalones de piel para ocasiones informales, que ya eran de risa, y encima los combinó con unos tops cortos y sexys de generoso escote que la hacían parecer barata y vulnerable.

La última vez que habían quedado para salir, Leslie le dio plantón a Maureen. Ella la esperaba en el bar, al principio bebiendo despacio, mirando el reloj cada cinco minutos, cada tres minutos, cada indignante y maldito minuto hasta que se dio cuenta de que Leslie no vendría. La llamó a su casa. Leslie dijo que se le había olvidado. Lo sentía. Sin embargo, Maureen se preguntó cómo se le podía haber olvidado. Por el amor de Dios, habían quedado el día antes. Leslie rió y le susurró a Cammy que se estuviese quieto y Maureen se sonrojó cuando los escuchó, íntimos y cómplices, burlarse de ella. Colgó el teléfono y se fue caminando hasta su casa sintiéndose una idiota.