– ¿Cómo está Winnie? -dijo Maureen-. ¿Sigue sobria?
– Sobria como un juez nervioso. No dejará que Michael se quede más en casa y ella y George vuelven a dormir en la misma cama.
– Eso es genial -dijo Maureen, sonriendo-. Una también estará contenta. Ya no tendrá que mantener a la niña alejada de una abuela borracha.
De repente, Liam clavó la mirada en la mesa.
– Sí -dijo Liam-. Es cierto, sí.
– ¿Qué? -dijo Maureen, que ya conocía esa mirada-. ¿Es que Una no se habla con Winnie o qué? ¿Al final Alistair se ha impuesto, o qué pasa?
– Alistair, bueno, Alistair se ha ido.
– ¿Ido?
– Sí, se ha marchado.
– ¿Qué quieres decir con que se ha marchado?
– Una lo ha echado de casa. Se van a divorciar. Estaba liado con la vecina del piso de arriba.
Maureen se reclinó y lo miró.
– ¿Alistair?
– Sí, el formal señor Eddie Alistair.
– Pero si era el único bueno de la familia.
– Lo sé -dijo Liam-. ¿El panorama es distinto, no crees, si Una tiene que criar sola a la niña?
– ¿Michael sigue yendo por su casa?
– Como una peste persistente. Ella es la única que no ha perdido la fe en él. Creo que esa es la razón por la que Winnie dejó de beber. Quiere vigilar a la niña.
– ¿La histérica de Winnie va a cuidar a la niña? -dijo Maureen, perdiendo la voz a mitad de la frase.
Detrás del mostrador, había dos hombre gritándose hasta que uno de ellos aplastó un pan frito en la encimera. El café se quedó en silencio. Todavía no había nacido, se decía Maureen, todavía no. No podía preocuparse por eso, no tenía tiempo de preocuparse por eso. Quería llegar hasta el fondo del problema de Jimmy y Ann, y no volver a pensar en Michael.
– Oye, si alguien sube droga a Glasgow, ¿se les paga antes o cuando la entregan?
Liam se rió.
– A la entrega.
Maureen frunció el ceño.
– ¿Por qué te ríes de mí?
– Eres muy inocente, Mauri. El viaje es la parte más peligrosa. Estaríamos todos arruinados si se pagara antes.
Maureen le sacó la lengua. A veces era muy condescendiente.
– Esa mujer -dijo ella-, murió de una forma muy rara.
– ¿Cómo?
Observó que Liam se metía una cucharada de cuscús en la boca.
– ¿Seguro que quieres oírlo mientras comes?
– No me importa -dijo él.
– Bueno, pues -dijo ella-. Le quemaron los pies y las manos, le cortaron los brazos y las piernas y le fracturaron el cráneo. ¿Te parece que es propio de un gángster?
Liam rebañó el plato con el último trozo de cordero.
– En realidad, no -dijo-. No, a menos que la torturaran para conseguir información -miró el plato vacío-. Seguramente intentaban borrar su identidad.
– Eso es exactamente lo que no hicieron. Le dejaron un nomeolvides con su nombre.
– Entonces, la debieron haber torturado. ¿Por dónde le cortaron las piernas?
– Por detrás de las rodillas.
Liam se incorporó y la miró con curiosidad.
– ¿De veras?
– Sí.
Miró hacia delante con la mirada perdida y recorrió las heridas de su propio cuerpo, moviendo los labios y tocándose las piernas, los pies y finalmente las manos, como una pequeña reverencia.
– Son lugares en los que te pinchas -dijo.
– ¿Eh?
– Los yonquis, se inyectan la droga en las venas de los brazos, las manos, los pies y, un poco más tarde, detrás de las rodillas.
– Tal vez consumía.
– Puede. -Liam encendió un cigarro y se reclinó, rascándose la barriga hinchada-. Estaba delicioso.
– ¿Sabes quién me da pena? -dijo Maureen-. La novia de Hutton. Está embarazada.
Liam resopló.
– Yo no gastaría energía sintiendo pena por Maxine Parlain.
Maureen dejó caer el tenedor encima de la mesa.
– ¿Es una Parlain? ¿De Paisley? -dijo.
Liam asintió.
Maureen se incorporó, moviendo un dedo frente a su hermano.
– Su hermano está aquí, Tam Parlain me envió un mensaje por el busca para que fuera a verlo a su casa.
– No fuiste, ¿verdad?
– No sabía que era él hasta que lo tuve delante. Es un traficante…
– Baja la voz -dijo Liam entre dientes.
– Lo siento, lo siento -susurró Maureen-, pero está en Londres y tiene algo que ver con toda esta historia. Martha dice que trabaja para Toner.
– Bueno -dijo Liam, escéptico-. No trabajará para él, puede que pase droga para él.
– ¿Por qué no puede trabajar para él?
– Porque es un Parlain, y son como un equipo, así que Tam siempre trabajará para ellos. Puede que Toner acepte que trabaje para él pero sabe perfectamente que siempre será leal a su familia. Quizá sólo se le haya acercado para establecer contacto con ellos. Es como el hijo idiota al que contrata otra empresa en un gesto conciliador.
– ¿Así que Toner tendrá muchos contactos en Escocia?
– Sí.
– Ann debía de ser un correo de Toner, no de Hutton.
– Bueno, ya lo tienes, se la vendería a los Parlain. Ese Tam tiene la cara llena de cicatrices.
– Ya lo sé -dijo Maureen-. ¿Es muy duro?
– No, todos dicen que es un gilipollas. Lo acuchillaban por molestar a la gente. Posiblemente está en Londres para mantenerse a salvo.
Maureen le dio a Liam el resto de la cena como recompensa y se reclinó y lo observó mientras comía. Los Parlain podían haber pasado el billete de avión por debajo de la puerta de Jimmy. Senga podía haberle dado a Maxine las fotos y Toner debía de tener en Glasgow una legión de lacayos dispuestos a falsificar fotos para él. Se quedó pensando en Elizabeth, la de la camiseta de Las Vegas. Había ido a Escocia en tren, puede que ella también fuera un correo. Liam se terminó la carne y se reclinó, limpiándose los dientes con un palillo. Maureen fue al teléfono público que había al fondo del restaurante. Contestaron el móvil antes de que dieran la señal.
– Hola -dijo Maureen alegre.
– Maureen, por el amor de Dios, vuelve a casa -dijo Leslie.
– ¿Qué?
Leslie apoyó el teléfono en el bolsillo, pero Maureen pudo oír cómo pedía permiso para salir. Escuchó el ruido de una silla y Leslie le dijo «espera, no cuelgues» antes de salir a algún sitio y cerrar una puerta.
– ¿Estás bien?
– No. Van a detenerme. La policía no se cree lo de la Polaroid. -Respiraba rápido y parecía muy asustada-. Creen que le dije a Jimmy dónde estaba Ann y que le di el dinero para el avión a Londres. Encontraron las fotos de Navidad en casa de Jimmy, y creen que volvió a casa después de estar en el albergue.
– Pero tú tienes las de Ann.
– Ya se lo he dicho, pero no me creen. Incluso si no me detienen, si el comité se entera de esto perderé el trabajo. -Por la voz se adivinaba que estaba a punto de llorar. Leslie se apoyó el teléfono en el hombro para recuperar la compostura, y Maureen oyó un ruido extraño mientras Leslie se lo apretaba contra el abrigo. Se aclaró la garganta y volvió a hablar-. Estaba en Londres, Mauri, estaba en Londres cuando la mataron.
– No les has enseñado las fotos de la paliza, ¿verdad?
– ¿Estás loca? ¿Están a punto de detenerme y voy a hacer eso?
– Oye -dijo Maureen-, diles que el hermano de Maxine Parlain vive en Londres y que conocía a Ann.
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– Tú díselo. Vuelvo mañana.
– No pierdas la Polaroid.
– No lo haré, te lo prometo. Quédate tranquila, todo saldrá bien, lo prometo.