– Si no me echan, nunca volverán a confiar en mí. Acabaré trabajando en esa asquerosa oficina contigo.
Maureen tosió y dudó un momento.
– No voy a volver a ese trabajo, Leslie. Voy a hacer otra cosa.
– Vale -dijo Leslie, mirando a su alrededor-, pues guárdame un sitio.
– Escucha -dijo Maureen, más aliviada-, ¿qué dice Jimmy de las fotos?
– Dice que se las dejaron por debajo de la puerta, igual que el billete. Pensó que habías sido tú.
– Esa imbécil de Senga Brolly.
– Eso mismo pensaba yo -añadió Leslie.
Volvieron al piso expresionista de Martha y pasaron una velada horrible cambiando de canal, buscando algo soportable que ver mientras escuchaban a Martha hablar de lo increíble que era y de cómo la gente la confundía con una modelo. Miraron un programa muy aburrido sobre JFK y Martha se puso a explicar anécdotas obscenas. Alex había salido por un par de días. De hecho, Alex y Martha no congeniaban demasiado bien y ella estaba pensando en separarse. Maureen fumó hasta que se le durmió la lengua. Quería marcharse, irse a Brixton, perderse en el mundo de Ann. Martha y Alex llevaban juntos más de seis años, eso era mucho tiempo, ¿verdad? La separación de Una y Alistair debió de ser más dura para Liam de lo que lo era para Maureen. Una habría ido a hablar con Liam, confiado en él y hecho que se pasara horas enteras en casa con Michael. A Martha le gustaría tener el pelo como el de Maureen y Liam, un pelo negro y rizado precioso. Se levantó y fue hasta Liam para tocárselo y comentar con ellos la textura. Le encantaría tener el pelo así. Maureen nunca se había tomado muy en serio el proyecto de un nuevo bebé en la familia, a pesar de que Una y Alistair lo habían estado intentando durante años. La magnitud de la situación empezó a tomar forma. Una iba a tener un hijo sin el sentido común ni la presencia protectora de Alistair. Durante todos los años que habían estado intentando tener un hijo ninguno de ellos se imaginó que Martha se iba a cortar el pelo, muy corto…
– ¡Martha! -dijo Maureen, bruscamente. Estaba a punto de empezar una pelea pero Liam la miró fijamente.
– ¿Qué? -dijo Martha, sonriendo a Liam.
– ¡No te lo cortes! -exclamó Maureen, manteniendo la misma cara de rabia por continuar con lo mismo-. ¡Déjatelo largo!
– ¿De verdad? -Martha estaba encantada. No se dio cuenta de que Liam se apartaba de su lado y sonreía mientras alargaba el brazo hasta el cenicero.
– ¡Sí! ¡Es precioso!
Liam expulsó el humo por la boca y empezó a toser.
Eran las doce y la mediocre programación era cada vez peor. Martha insistió en que Maureen durmiese en el sofá, porque le gustaba mucho, ¿no es cierto? Le dio un saco de dormir y una almohada y le dio a Maureen una camiseta y unos pantalones de pijama. Le dijo a Liam que podía dormir en el suelo de su habitación. Él intentó resistirse pero Martha insistió sin ninguna vergüenza.
– ¿Te doy miedo? -dijo ella, sonriéndole a Maureen para que se pusiera de su lado.
– No, Martha, no me das miedo pero prefiero dormir aquí.
Martha sonrió.
– Pero hay más espacio allí. No seas tonto, te haré la cama en el suelo -dijo, y salió del salón.
Liam suspiró y cogió la chaqueta del suelo.
– Te veré mañana por la mañana, Mauri.
Maureen se acomodó en el sofá, vestida de pies a cabeza, enfadada con Martha y su piso hortera decorado al estilo hippy. Sabia que debía tomar una decisión. Podía abandonar al bebé de Una a su destino, quedarse lejos de todos y seguir con su vida con los ojos cerrados a gente decente como Vik. O bien podía levantarse y afrontarlo. Quería a Vik y las noches de cine y los días en la playa y la botella de vino. Quería una compañía normal, decente. Quería a Vik.
Había estado pensando en Michael y en el bebé de Una durante más de una hora cuando escuchó que el suelo de la habitación de al lado crujía y oyó los gemidos de Liam. Maureen golpeó el suelo para recordarles que ella estaba allí pero no le hicieron caso. Intentó no oírlos cerrando la puerta del recibidor pero se quedaba abierta por el suelo inclinado y el marco dado de sí.
Se sentó junto a la ventana, lo más lejos que pudo de la puerta, observando los camiones y los taxis negros que se paraban en el semáforo, mientras Liam se estaba tirando a Martha para quitársela de encima.
Se despertó en el hueco sillón, convencida de que estaba en casa y de que Una estaba vomitando sangre por la ventana. Se le había caído el cigarro y había quemado la alfombra. No podía ponerse enfrente de Liam ni de Martha, no podría disimular su enfado. Metió las cosas en la bolsa y dejó una nota para Liam en la que le decía que se encontrarían en el aeropuerto. Salió del piso de puntillas, bajó la escalera y salió a la calle. Quería encontrar a Elizabeth.
Con la guía de Londres en la mano, fue desde la casa de Martha hasta Brixton. Había pocas nubes y los rayos del sol inundaban las calles. Hacía calor. Lynn estaría en su casa en Glasgow, esperando que su Liam volviera. Pensó en Liam e intentó recordar qué le había dicho a Tonsa. Necesitaba dormir dos días enteros. Se paró a comprar cigarros y un cartón de medio litro de leche, y se lo bebió por el camino desde Oval hasta Brixton. Le vino a la cabeza la imagen de Michael con el hijo de Una en brazos, le estaba cortando las piernecitas con las afiladas uñas.
Estaba de pie al borde de la acera de la calle más ancha, esperando para cruzar, cuando levantó la mirada y vio a Frank Toner caminando por la acera con una cría colgada del brazo. Era alta pero increíblemente joven, como una niña alargada y con pechos. Toner la cogió por la cintura y la apretó contra él, haciendo que se le doblara el tobillo mientras él hundía la cara en la abundante melena de la chica. La chica sonrió ampliamente, abrió la boca y enseñó todos los dientes, pero los ojos dejaban entrever que estaba asustada. Cuando Toner apartó la cara, se giró y miró directamente a Maureen. Se paró y a Maureen se le cortó la respiración.
Venía directo con la cabeza alta, cruzando la calle con la chica, ahora la llevaba de la mano. Los coches frenaron y ella lo siguió cautelosa, precavida encima de los tacones de aguja que llevaba. Toner aceleró el paso, moviendo el brazo libre como si fuera un lustre. La chica lo hacía ir más despacio así que la soltó y la dejó en mitad de la calle. Se quedó helada, el pelo negro le caía encima de los ojos mientras los frenos de un Volvo chirriaban delante de ella. Frank Toner venía.
Maureen se quedó quieta en la acera, observándolo. Debería haber echado a correr pero estaba sudada y muy cansada, y sabía que tampoco habría ido demasiado lejos. Si moría ahora, jamás volvería a casa, jamás vería Ruchill o tendría que salvar al hijo de Una, Liam estaría a salvo y Vik quedaría para siempre como una posibilidad. Contuvo el aliento y él alargó un brazo, la agarró por el sobaco con una mano rígida, la levanto y sus pies perdieron el contacto con el suelo, y cruzó toda la acera llena de gente. Detrás de ellos, la chica estaba temblando encima de los tacones y gritaba «¡Frank! ¡Frank!». El aire olía a agua, como la brisa de Garnethill, y Maureen se resignó.
Toner la llevaba al principio de Coldharbour Lane. Le hacía daño, le estiraba los tendones, le apretaba los huesos, la cogía más fuerte de lo necesario. La gente los miraba, Toner calle arriba con la barbilla bien alta y una mujer menuda y cansada colgada del brazo. No parecía asustada, ni preocupada, sólo estaba colgada junto al hombre como un títere con una mata de pelo rizado.
Giraron la esquina y subieron por Coldharbour, pasaron por delante de las bonitas tiendas y de los bares de hombres de negocios, en dirección al Coach and Horses. Pero Leslie necesitaba la Polaroid. Leslie la necesitaba. Maureen empezó a forcejear, rascándole la mano a Toner y llamando su atención cuando pasaron por delante de Electric Avenue. Una sombra se les acercó, Toner cayó al suelo, soltando a Maureen y se quedó boca abajo. Un brazo rodeó a Maureen por la cintura, la levantó, la puso horizontal y empezó a correr calle abajo, la llevó al mercado y se mezclaron entre las tiendas.