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Maureen y Leslie se habían conocido a causa de un miedo mutuo por el Slosh. Fue una boda espantosa. Lisa y Kenny tenían casi veinte años y sólo llevaban saliendo siete meses, malgastados en pelearse borrachos y en practicar sexo en público. La comida estaba insípida, la novia iba borracha y el novio no dejó de hacer muecas a la cámara de vídeo. El conocimiento compartido de que aquel matrimonio tenía los días contados añadió histerismo a la recepción. Todos reían demasiado fuerte, simulaban estar borrachos antes de estarlo y bailaban confiados. Maureen y Leslie estaban sentadas solas con cara de pocos amigos en dos mesas paralelas mientras los demás bailaban desgarbados la conga en fila alrededor de la sala, chillando y estirando la ropa del que tenían delante. Leslie miró con cara de desagrado a Maureen, le cogió un cigarro de su paquete y la avisó que la orquesta amenazaba con tocar el Slosh. El Slosh es un baile muy poco elegante consistente en una fila sólo de mujeres y en el que no participar es motivo de castigo en las bodas escocesas, penado con el ritual de un baile en solitario en el centro de la pista.

– Larguémonos de aquí -dijo Maureen, y se quedaron en la barra el resto de la noche.

Bebieron whisky y fumaron puros baratos y secos que compraron en la barra. Maureen creyó que eran cigarros grandes e inhaló con tuerza. Al día siguiente casi no podía hablar pero también fue porque tuvo que gritar mucho para hacerse oír por encima de las risas; fue la charla de bar más estimulante que jamás había tenido. Leslie creía que los hombres y las mujeres nacían distintos pero Maureen creía que cada sexo aprendía cuál era su comportamiento. Leslie comentó, en términos generales, la naturaleza de los hombres y las mujeres basándose en evidencias muy poco sólidas: todos los hombres eran malos conductores, todos los hombres eran unos arrogantes y unos prepotentes, todas las mujeres eran amables y generosas. Era como escuchar a un misógino intolerante, pero al revés. Maureen dijo que si las mujeres tuvieran una naturaleza esencial, no sólo abarcaría cosas positivas, algunas características tendrían que ser negativas, como ser unas negadas con los números o como ser demasiado simples mentalmente como para votar. Leslie no tenía una respuesta para eso pero siguió la conversación gritando una y otra vez los mismos argumentos. Se intercambiaron los números de teléfono y siguieron en contacto. Fueron juntas a la cena del divorcio de Lisa. Cuando Maureen acabó sus estudios ya eran tan buenas amigas que Leslie y Liam fueron sus invitados en la cena de graduación.

La clase de historia de arte no era un grupo representativo de la sociedad. Era una escuela intelectual de postgrado para niñas pijas, una base para trabajar en casas de subastas y otros trabajos tan mal pagados y tan reputados que sólo los ricos podían desempeñar. Maureen no se estaba preparando para trabajar, sencillamente le gustaba la asignatura, y nunca pensó que llegase a los veintiún años. La mayor parte de las chicas eran de Londres o de Manchester, todas llevaban unas melenas perfectas, ropa nueva cada día y joyas de la familia. Maureen les daba un poco de miedo a esas chicas de casa bien y a ella le gustaba. Posiblemente, era el único grupo social de Glasgow en la que la consideraban una pueblerina maleducada. Leslie, que sí era una pueblerina maleducada, se sintió ofendida en la cena de graduación y trató de insultar a todas las compañeras de Maureen, metiéndose sobre todo con Sarah Simmons porque había malinterpretado la noche y se había puesto la tiara de filigranas de su madre muerta. Las chicas coincidían en casi todos los puntos de Leslie, así que no le dieron mucha importancia, y sugirieron irse a una discoteca de mala reputación a ver si veían a un grupo de estudiantes de medicina que habían oído que iban por allí. Maureen, Liam y Leslie declinaron la invitación. Intentando aguarles la fiesta. Leslie les dijo que en la ciudad aquella discoteca era conocida como «una cerveza y un polvo». Las chicas se emocionaron todavía más y se fueron sin tomarse el café.

Maureen no estudió demasiado para los finales. Sabía que le estaba pasando algo. Los recuerdos, la desorientación y los miedos nocturnos habían llegado a un punto insoportable. Cuando estaba en la biblioteca de la universidad, se iba a la sexta planta a leer libros y artículos de enfermedades mentales. Creía que se estaba volviendo esquizofrénica pero no lo comentó con nadie. Tenía miedo de que la marginaran, de que Leslie se fuera y se llevara consigo las noches agradables y normales.

Maureen tuvo la crisis casi un año después y la naturaleza fiel de Leslie salió a la luz.

Después de que Liam la encontrara en el armario del recibidor en Garnethill y la llevase al hospital envuelta en una manta, susurrándole que estuviera tranquila y bautizándola con sus lágrimas, Leslie fue la primera persona en visitarla y lo siguió haciendo. Planificaba los turnos en la casa de acogida dependiendo de las horas de visita, le llevaba revistas y buena comida y pasaba tiempo con ella. Sin embargo, ni Leslie podía detener los sueños, ni el miedo, ni el pánico aterrador, ni los gritos en medio de la noche. Winnie fue a visitarla, sollozando, cada día más borracha y atrayendo miradas de lástima de los pacientes. Una fue a visitarla con Alistair. Sonrieron nerviosos y se fueron muy pronto. Marie, la hermana mayor, no pudo viajar desde Londres. Demasiado trabajo en el banco.

Maureen ya llevaba algunas semanas en el hospital cuando Alistair volvió, solo, a visitarla. Rompió la promesa que le había hecho a Una y les contó a los doctores que aquello ya había sucedido antes. Maureen tenía diez años cuando la encontraron encerrada en el armario de debajo de las escaleras. Winnie abrió la puerta y la sacó por las piernas mientras Marie y Una esperaban junto a ella. Maureen tenía un gran moretón en una mejilla y cuando la bañaron le encontraron sangre reseca entre las piernas. Nadie sabía lo que había pasado pero Michael se fue de Glasgow para siempre, llevándose la chequera y jamás se puso en contacto con ellos. Winnie no tenía que decirles que era un secreto: los niños lo supieron instintivamente. Nadie lo había vuelto a mencionar hasta que Una se lo confesó a Alistair y él mismo decidió contárselo a los médicos de Maureen.

Entonces todo tenía sentido: el miedo de Maureen a la gente que entraba en su habitación mientras dormía, al olor a alcohol en cierta cantidad, a los sueños de dedos implorantes y al silencio y la torpeza en la oscuridad. Él se había aterrorizado cuando había visto la sangre. Ella se acordaba del puñetazo en la mejilla, de las mantas blancas cubriéndole los ojos, de que él la levantó, la encerró y la dejó allí sola con el olor a sangre esperando que se muriera antes de que él regresara. Cuando se recuperó del reciente horror del hospital y de la crisis, lo que más le dolía era que, en su memoria, las acciones de Michael no respondían a un impulso incontrolable. Los abusos eran desganados, como si estuviera probando, verificando sobre el terreno una nueva forma de libertinaje.

Desde el día en que Alistair fue a ver a los médicos en el hospital, Maureen siempre había creído que Michael la había hecho sangrar por una herida interna con una uña mal cortada. No fue hasta más tarde, mucho más tarde, cuando atacó a Angus y él se lo dijo a la cara, cuando empezó a considerar la otra posibilidad. Angus le dijo que Michael la había violado. Todos los sueños y las marcas lo indicaban, y en su corazón sabía que podía ser cierto. No importaba, se dijo a sí misma, le dolió y sangró y eso era todo. Era una niña, y los niños no perciben el sexo sólo como la penetración. Los curas, los abogados y los ginecólogos sí, pero los niños no. La posibilidad de que él la hubiera violado no tendría por qué cambiar nada, pero lo hizo, lo cambió todo radicalmente. Esa posibilidad la violaba de maneras que ni siquiera podía nombrar.

Winnie había dejado muy claro en el hospital que no creía que Michael hubiera abusado de ella y Maureen deseaba de verdad que eso fuera cierto. Era mucho más fácil admitir que ella se equivocaba y dejar a todo el mundo tranquilo. Se deslizó en la oscuridad como la arena de un reloj en el compartimento inferior. Durante todo ese tiempo, Leslie fue a visitarla, tan incansable como el flujo de la lava. Hizo que Maureen escribiera una lista con las razones por las que no salía del pozo en el que estaba metida. Le llevó libros sobre supervivencia y artículos acerca de las reacciones de la familia ante la propia destrucción. Le dijo que ella no era la única que no quería creérselo: nadie quería; nadie quería saber nada de los abusos.