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– ¿Es este el oficial con el que quería hablar por teléfono? -preguntó Williams.

– Sí -dijo Maureen.

Hugh estaba de pie en la puerta del salón y asintió sin levantar la mirada. Williams y Bunyan captaron la indirecta y se levantaron y se fueron a la cocina con Inness a esperar. Hugh los vio salir por la puerta y se giró hacia ella, con los ojos azules achinados vivos otra vez.

– ¿Estás bien?

– Sí -dijo Maureen, sintiéndose como un caso difícil de resolver-. Es agradable volver a estar en casa.

– Grabaron la llamada de Londres -dijo Hugh-. Fueron a casa de Parlain y encontraron restos de sangre y cabellos debajo del sofá. Coinciden con el cabello del cadáver.

– ¿Dejarán libre a Jimmy?

– Ya está en la calle -dijo Hugh-. Todavía no lo habían acusado de nada.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué hay de Leslie?

– También está libre. Esa tal Elizabeth tiene un mono increíble. Lo está confesando todo a cambio de un poco de metadona.

– Ya -dijo Maureen-. A mí me lo confesó todo por quinientas libras.

– Desesperada -dijo Hugh, asintiendo y mirándola a los ojos-. ¿Farrell te ha estado escribiendo todo este tiempo?

– Sí.

Él suspiró.

– Maureen -dijo-, no puedo creer que no me lo dijeras.

– Es tu trabajo, Hugh, tu obligación hubiera sido contárselo a Joe. -Se miraron y Hugh asintió lentamente-. Sólo está haciendo ver que está loco -dijo Maureen-. Os está tomando el pelo. Al principio no entendía por qué me escribía las cartas pero al final lo descubrí. Para vosotros era muy fácil seguir el rastro de las cartas hasta aquí. Está dándole información a Joe sobre su estado mental en cuentagotas. Sabe que es más probable que Joe se lo crea si le cuesta mucho trabajo conseguir las cartas.

– No lo sé…

– ¿Qué vais a hacer con las cartas?

– Se las tendremos que dar al fiscal. No tenemos otra opción, son pruebas físicas de su estado mental.

– Saldrá, Hugh -dijo ella-. Joder, es psicólogo, sabe exactamente qué hacer para que le suelten.

– Lo sé. Es un tramposo. -Inclinó la cabeza para mirarle el cuello-. Déjame ver eso. -Ella levantó la barbilla todo lo que pudo-. Deberías ir a hacerte unas radiografías -dijo Hugh-. Si quieres, te llevo al hospital Alpert.

– No -dijo ella-, ya iré después. ¿Quieres una taza de té?

Hugh pestañeó despacio y sonrió.

– Me encantaría.

La siguió hasta la cocina llena de gente. Bunyan estaba sentada junto a la mesa y Williams estaba de pie en la esquina, sonriendo mientras Inness le explicaba una historia. Se callaron cuando se abrió la puerta, poniéndose más serios cuando vieron que era Maureen.

– Hola otra vez -dijo Williams, amablemente.

– Perdón -dijo Maureen-, sólo venía a preparar una taza de té.

Williams se movió y miró a Inness, que estaba junto a él.

– Tengo entendido -dijo- que pasó una temporada en un psiquiátrico -dijo, y la miró inocentemente pero la pregunta era de lo menos inocente.

– ¿Y qué?

Williams se encogió de hombros.

– Sólo es, ya sabe, interesante.

Maureen encendió otro cigarro y el corazón le palpitó más rápido cuando sintió otra punzada de dolor en el pulmón. Ahora Hugh ya estaba allí y ella no necesitaba el compañerismo de aquel hombre prepotente.

– No -dijo ella, encendiendo la tetera-, se equivoca. No fue nada interesante.

– Mientras estuvo allí…

– No estoy respondiendo preguntas sobre mi vida. Respondo preguntas sobre la muerte de Ann Harris y sobre lo que pasó en Londres, no sobre mí.

Williams señaló a Inness.

– Mi colega me ha dicho que su hermano era traficante de drogas. ¿Tenía alguna relación con Frank Toner?

– No. Ninguna.

– Pero es interesante, ¿no cree? Que encontráramos un montón de drogas en casa de Tam Parlain y que su hermano se dedicara a traficar. ¿Por eso fue a Londres?

Si no hubiera ido a Ruchill, ella misma habría pensado que aquello era raro. Le habría dado vueltas pero ahora estaba segura de todo. La tetera empezó a sacar vapor y se apagó sola.

– Esta vista es magnífica -suspiró Bunyan. Los hombres la miraron. Estaba sentada, con la mano apoyada en la mesa y un cigarro entre los dedos. Tenía una sonrisa en los labios y estaba mirando hacia el perfil norte de la ciudad y la torre en llamas-. Magnífica.

– Nos quedaremos las cartas -dijo Inness, dando un paso al frente, reafirmando su autoridad.

Maureen se giró hacia él.

– Oiga -dijo-, ¿ve esas cartas? Él quería que yo se las diera. Quiere que piensen que está loco para poder conseguir una reducción de la condena en un edificio de seguridad menor.

– ¿De veras? -Inness lanzó una mirada maliciosa a Williams-. ¿Así que ahora es médico?

Maureen lo odiaba con todas sus fuerzas.

– ¿Ha oído hablar del estudio Rosenhad de 1971? -dijo ella, y esperó, obligándolo a decirlo.

– No -dijo él, al final.

– Aquella gente fue a varios manicomios y dijeron que oían voces. Su comportamiento era normal aparte de las afirmaciones retrospectivas. Estaban mintiendo, no les pasaba nada.

– ¿Entonces por qué lo hicieron?

– Por el estudio -dijo Maureen, con paciencia-. A todos les diagnosticaron esquizofrenia y todo lo que hicieron a partir de aquel momento lo achacaban a su enfermedad; se tomaban notas para el estudio, los observaban a ellos y a los demás pacientes, la gente preguntaba por su caso. A algunos los tuvieron allí días, a algunos incluso semanas. Los únicos que sabían que aquellas personas no estaban locas eran los demás pacientes. Yo soy un caso diagnosticado de enfermedad mental -miró a Williams, que se estaba mordiendo el labio inferior y escuchando-, y puedo decirles que a Angus Farrell no le pasa nada.

Williams levantó las cejas y le sonrió a Inness.

– Una señorita lista -dijo.

Inness no sonrió.

Ya se iban. Inness estaba haciendo muy bien su papel de policía agradecido por su ayuda, pero a él no le gustaba Maureen y a ella no le gustaba Inness, y para los dos fue muy difícil disimularlo.

– Adiós -dijo Inness-. Estoy seguro de que nos veremos muy pronto.

La miró despectivamente y se fue hacia las escaleras, saliendo antes de que dijera algo de lo que después pudiera arrepentirse, dejando a Maureen y a Williams solos.

Williams parecía muy divertido con la situación.

– Digamos que no es usted muy de su agrado.

– Conflicto de personalidades.

– Pero sí que es de mi agrado -dijo él-. ¿No piensa volver a irse de la ciudad, verdad?

– No -dijo ella sonriendo-. No durante una larga temporada.

– Volveremos mañana para llevarla a Carlisle. ¿Le va bien hacia las doce?

– Sí.

– Vaya a hacerse una radiografía -dijo Williams, girándose y señalándole el cuello-. Por aquí hay pequeños huesos.

– Sí -dijo ella, rozándose el cuello-, seguro que no es nada.

– De acuerdo, pues -dijo Hugh. El aliento le olía a té amargo-. Ya nos veremos.

– Cuídate, Hugh -dijo ella, intentando levantar la cara para mirarlo sin doblar el cuello.

– Ve a hacerte una radiografía.

– Lo haré, Hugh, lo haré.

Los observó mientras bajaban la escalera. La mujer rubia inglesa iba la última, mirando a Maureen mientras desaparecían por el hueco de las escaleras. Sonrió y levantó la mano, cerrando los dedos contra la palma, como si se estuviera despidiendo de una niña pequeña.

Maureen llamó al número del teléfono móvil que tenía.

– Oh, Mauri, por Dios, jamás en mi vida había pasado tanto miedo. -Leslie hizo una pausa y Maureen escuchó el ruido que hacía al darle una calada al cigarro.