– ¿Te han dejado en libertad?
– Sí y estoy en casa, y Jimmy también, gracias a Dios. Se lo han dicho al comité de Hogar Seguro. Me van a despedir pero no me importa. No me importa en absoluto. -Cammy llamó a Leslie impaciente para que fuera. Leslie suspiró y se apartó el teléfono para hablar con él-. Estoy hablando por teléfono, Cameron. Espérate, ¿quieres?
– Bueno -dijo Maureen-, han encontrado sangre y cabellos en casa de alguien, así que supongo que retirarán los cargos.
– Nunca habían tenido un caso con pies y cabeza. Fue ridículo desde el principio -dijo Leslie, y se dio cuenta de cómo sonaba lo que estaba diciendo-. Estaba rodeada de órdenes judiciales, pero no tuve miedo, no. Pongamos un negocio juntas ahora que las dos estamos libres.
Maureen se rió, contenta de que Leslie volviera a ser la misma de siempre.
– ¿Un negocio? ¿De qué?
– Vigilando las calles -dijo Leslie-. Yo conduzco.
– Es una locura. No creo que las calles hagan nada malo.
– Maureen -dijo Leslie, seria-. Hacer juegos de palabras provoca cáncer.
45. Equal
En el Equal Café servían comidas. Oficinistas hambrientos y estudiantes de la escuela de arte se mezclaban en las mesas negras y doradas de fórmica, comiéndose los bollos y sorbiendo té de los vasos de cristal ahumado. Maureen y Liam encontraron una mesa vacía al fondo del café. Estaba debajo de un techo inclinado de pino barato, de modo que en el asiento de Maureen sólo podía sentarse un enano jorobado. Clientes que habían pasado por allí antes habían dejado su nombre grabado en la madera. La camarera de mediana edad que se acercó a su mesa cojeaba mucho, y todavía era peor cuando tenía que devolver un pedido o alguien pedía algo muy sofisticado. También parecía que tenía hongos en un pie porque llevaba una zapatilla sin la parte del talón.
– Hola -asintió Liam.
– ¿Qué queréis?
– Dos desayunos del día -dijo él-. Yo tomaré té con el mío. ¿Mauri?
Maureen estaba cansada y quería un café pero se imaginó que le traerían un vaso de agua manchada de café.
– Yo también tomaré té.
La camarera se paró en la mesa de al lado para tomar nota a un hombre de negocios que comía solo.
– Siento lo de Martha -dijo Liam, mirando a la camarera y asintiendo, como si sus disculpas fueran una conclusión satisfactoria por todo el asunto.
Maureen se reclinó en la silla, indignada. Se golpeó el cuello lleno de moretones con el techo de pino y volvió a sentarse hacia delante.
– Liam, ¿qué vas a hacer con Lynn?
– No tiene por qué saberlo -dijo, repentinamente-. ¿Qué te pasó en Londres?
– Oye, no puedes perseguirla para que vuelva contigo y luego hacer cosas como esa. No puedes tratarla así. Lynn es demasiado buena para ti, siempre lo ha sido.
Liam se giró hacia ella, exasperado.
– ¿Y qué esperas que haga? -dijo, molesto sin ningún motivo, porque era él quien lo había hecho mal.
– Bueno -dijo ella, en un tono sarcástico-. Empieza por no tirarte a otras mujeres.
– Oye, si no fuera por ti, no lo habría hecho. Sólo fui a Londres a buscarte. Fuiste tú quien insistió en pasar la noche allí.
El hombre de negocios se movió en la silla, haciendo ver que no escuchaba pero disfrutando con cada palabra.
– Eh -dijo ella-, no me eches a mí la culpa, fuiste tú quien liberó las ganas de joder.
– Vete a la mierda, Maureen.
El hombre de negocios levantó la mirada y sonrió mirando la pared de enfrente.
– Esto no tiene sentido -dijo Maureen-. Es igual, esta semana me he peleado con mucha gente. No voy a decir nada más de este asunto. Pero no fue culpa mía.
– No hablemos más de esto -dijo Liam, y añadió-. Pero tampoco fue culpa mía. ¿Qué te ha pasado en el cuello?
La camarera se acercó a su mesa, con dos tazas y dos platos ovalados. Dejó las tazas en la mesa y puso un plato delante de cada uno, alejándose antes de que la yema del huevo frito hubiera dejado de temblar. El beicon, los huevos, la salchicha y el pudding estaban en su punto. Había un montón de patatas fritas que brillaban por el aceite caliente, en cada punta del plato, como dos comillas. Liam sacó la bolsa de té del vaso. Por alguna razón, a Maureen le habían traído un vaso de naranjada caliente, pero ya le estaba bien.
– Cuéntame lo de tu cuello -dijo Liam, comiéndose un trozo de salchicha untada en la yema del huevo.
– Londres es brutal, ¿sabes? -asintió-. Realmente brutal. Hay gente muy mala por el mundo.
– Lo sé, pequeña.
Maureen se acordó de Elizabeth.
– Y gente muy triste, también -dijo ella.
– Sí -dijo Liam-. Dios, preferiría mil veces enfrentarme a uno de los malos. Ellos sólo lo intentan y, si pueden, te joden. Los tristes te hacen sentir realmente miserable y encima intentan joderte. ¿Descubriste quién la mató?
– Tam Parlain. Le robaron una bolsa de droga de Toner que transportaba. Tam le dijo a Maxine que subiría con la bolsa y ella se lo debió de decir a Hutton. Creo que fue él quien se la quitó. Le dio una buena paliza.
– Sí -dijo Liam-. Estoy seguro. Está loco.
– Pues bueno -dijo Maureen, un poco molesta por la interrupción-. Toner estaba atando cabos y dijo que quería hablar con Ann, y Tam la mató para evitar que se chivara.
– ¿Así que la mató él?
– Sí, delante de un montón de gente. -Cogió un pedazo de pudding y lo puso encima de un trozo de salchicha y lo mojó todo en la yema del huevo.
Liam la estaba mirando, conteniendo la risa.
– ¿La mató delante de un montón de gente?
– Sí. Hizo que le ayudaran.
– Es decir -sonrió-. Tam Parlain mató a una mujer delante de mucha gente porque… ¿por qué? ¿Para encubrir un delito menor?
Maureen dejó de comer y miró el plato.
– Bueno -dijo Liam, escéptico-, puede que sea lo suficientemente alocado como para ser cierto.
– Son todos unos yonquis -dijo Maureen, irritada por el tono superficial de su hermano-. Yo nunca supe cómo era ese mundo. ¿Cómo pudiste meterte en eso, Liam, sabiendo cómo es?
Liam se detuvo y la miró, enfurecido y ofendido. Antes, siempre tenía esa cara.
– No sé -dijo, apretando la mandíbula-. No todos son así. La mayoría empieza por los amigos. Empiezas haciéndole un favor a un amigo, luego haces favores para varios amigos y luego son amigos de amigos. Antes de que te des cuenta de dónde estás, ya te has convertido en un demonio y la policía te está buscando y te echan la culpa cuando alguien hace un mal uso de las drogas o se muere por una sobredosis. ¿Tú no culpas a los vinicultores por las borracheras de Winnie, verdad?
Se irguió y la miró. Liam siempre se había portado bien con ella y Maureen no tenía ningún derecho a echarle en cara su pasado.
– Lo siento -dijo ella-. Estaba furiosa. Estoy muy cansada.
Sin embargo, Liam continuó.
– Me gusta haber dejado de vivir así -dijo-. Me gusta salir a sacar la basura como todo el mundo y no preocuparme de si la puerta se cierra o se abre mientras estoy fuera. Era bueno traficando, eran ellos los que escogían drogarse, y si no me la hubieran comprado a mí se la hubieran comprado a otra persona. Sin embarco, ahora he conseguido arreglarme la casa y voy a la universidad y puedo coger un avión a Londres al cabo de un segundo para ir a buscarte y no puedo mentir y decir que lo siento. Hice algo que estuvo mal y no lo siento.
El hombre de negocios llamó a la camarera y le preguntó dónde estaba su naranjada caliente. Maureen cogió el vaso con las dos manos, con miedo de que se lo quitaran.
– No debí de preguntarte sobre eso -dijo ella-. Forma parte del pasado y no debí preguntarte.
La camarera insistió en que ella le había traído la naranjada y lo acusó de perderla. Él le dijo que cómo iba a perderla si no se había movido de aquella mesa desde que entró. La camarera chasqueó la lengua, murmuró una serie de palabrotas y se fue.