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Maureen estaba en desventaja porque Leslie la había visto en su momento más bajo. Veía que Leslie se compadecía de otros pacientes, los evitaba, ponía mala cara sin disimular en absoluto cuando Pauline iba hacia ellas en el jardín, con pantalones cortos. No había mirado así a Maureen ni una sola vez pero, en aquel entonces, era muy difícil no compadecer a Pauline. La admitieron en el hospital cuando pesaba treinta kilos y ella quería adelgazar hasta los quince; jamás pudo contarle a la policía lo que su padre y su hermano le habían hecho. Su madre se moriría si lo supiera. Le habían dado de alta hacía dos semanas cuando una mujer la encontró en los parques desiertos cerca de su casa mientras paseaba con su perro. Estaba debajo de un árbol, acurrucada como una pelota y con la cara tapada con la falda. Tenia semen seco en la espalda, y la policía pensó que la habían asesinado hasta que encontraron la carta en su casa, un relato vago y enternecedor acerca de los malos sentimientos y las dificultades de sobrellevar su vida.

Leslie no fue al funeral, dijo que no podría estar callada, pero los demás habían acordado que no se lo dirían a la madre. Había sido la única ambición de Pauline. Su madre lloró tanto que se le reventaron los vasos sanguíneos de los ojos. El padre estaba sentado a su lado, abrazándola por el hombro cuando su llanto era demasiado escandaloso. Los hermanos llevaban trajes baratos y se dieron prisa en salir a fumarse un cigarro, olvidándose de la fila para recibir las condolencias. Nadie de los presentes sabía cuál de los hermanos era el que la había estado violando. Pauline nunca se lo dijo a nadie. La familia se reunió en el bar después del funeral, tomando whisky en silencio y fumando un cigarro detrás de otro. Liam insistió en invitar al padre a una cerveza y vació dos dosis de ácido en el vaso. Unos meses más tarde, se enteraron de que el padre había enloquecido de la pena y lo habían hospitalizado.

Leslie se entusiasmó con ese pequeño y depravado gesto. Desde que Maureen la conocía, Leslie siempre hablaba con mucho entusiasmo de las acciones directas y de cómo le gustaría hacer estallar esto, apuñalar a aquel o liderar la revolución. La única vez que las dos habían intentado algo fue cuando se enfrentaron a Angus Farrell. Angus había matado a Douglas y a otro hombre muy querido llamado Martin pero no pudieron descubrirlo. Lo había hecho para cubrir su hábito de violar a mujeres de manera sistemática en la caseta del guarda del hospital psiquiátrico Northern, a sabiendas de que ninguna de las mujeres gravemente heridas podría presentar pruebas fiables en su contra. Maureen y Leslie lo persiguieron, atrayéndolo hasta la pequeña localidad costera de Millport en la isla Cumbrae, pero Leslie se echó atrás en el último momento diciendo que sabía que se iba a quedar helada si lo único que tenía que hacer era sentarse con Siobhain. Maureen atacó sola a Angus.

Con toda esa historia a sus espaldas, sabían demasiado la una de la otra y Maureen estaba segura de que superarían la mala elección de novio de Leslie. Antes de que se diera cuenta de que realmente Cammy no era un ligue de una noche, de que su amistad se estaba muriendo, ya había llegado la Nochevieja.

La Nochevieja del Milenio no era la salida social más prometedora para Liam. Había champán seco del malo y la demanda de fiestas con drogas era excepcionalmente alta. Parecía como si todo el mundo en Glasgow quisiera celebrar dos mil años del mensaje cristiano divirtiéndose a su costa. Liam había dejado de traficar hacía unos meses; todavía tenía muchos contactos pero aún así no consumía nada. Poco acostumbrado como estaba a beber sin una respuesta química inmediata, perdió el control hacia las diez y media.

Liam nunca había organizado una fiesta; hacía poco que tenía acceso al resto de la casa. Durante sus días oscuros de traficante había dejado la planta baja de una casa de tres pisos tan desgastada y sucia como cuando la había comprado. Mantuvo la separación al principio de las escaleras para dar a las visitas desconfiadas la impresión de que el segundo piso era independiente. La policía había hecho una redada en su casa por lo del asesinato de Douglas y habían incautado toda la droga que tenía. Vinieron con perros e hicieron pedazos el suelo. A él y a su novia los hicieron desnudarse y los registraron. Hablaron con todos sus vecinos y les dijeron por qué estaban allí. Vaciaron todos los armarios de la casa, tiraron cada caja y recipiente. No fue hasta mucho tiempo después cuando le contó a Maureen que habían encontrado sus revistas pornográficas bajo las toallas del baño. No eran nada raro pero se las enseñaron a Maggie y la obligaron a que las mirara. No necesitaba explicarle a Maureen por qué le dolió tanto. También registraron la casa de Maggie y encontraron sus vibradores y se tomaron la molestia de dejarlos en una pila aparte. No se había vuelto a masturbar libremente desde entonces.

Liam lo dejó casi inmediatamente después de aquello. Se las arregló para volver a la universidad para estudiar cine, a pesar de que había aceptado algunas becas en efectivo antes de dejar la carrera de derecho hacía unos años. Invertía su tiempo libre entre clase y clase renovando la casa. Era precioso. Sacó las contraventanas de madera para que volvieran a funcionar, arrancó el papel pintado de la pared y empapeló las paredes de yeso desnudas con papel de vitela amarillo. Levantó y limpió las alfombras, pegajosas después de treinta años de pies arrastrados y pequeños derrames, y pulió y barnizó el suelo. Compró un lote de sillas victorianas en una casa de subastas y la fiesta del milenio era su oportunidad para estrenar la casa. Leslie llegó a las once y diez con Cammy.

Cammy lo tenía todo: era alto, delgado y rubio, pero el destino le había hecho una mala jugada porque era un idiota.

Se había engominado el flequillo de manera que le quedaba puntiagudo como las púas de un peine encima de la frente, llevaba una camiseta de fútbol encima de unos vaqueros de pierna recta y tenía un grano en la nuca que requería atención médica urgente. Impresionado por los magníficos alrededores, Cammy asumió que Maureen y Liam eran unos parásitos superprivilegiados. Le preguntó a Liam si su papaíto le había dejado la casa y Liam, molesto y sin darse cuenta del tono acusatorio, se rió a carcajada limpia y dijo que sí, exacto, su papi se la había dado. Leslie se quitó la chaqueta de motorista. Liam observó su cambio de estilo y le preguntó por qué iba vestida como una azafata de una casa de putas. La ofensa a Leslie se perdió en la memoria de la noche porque Liam continuó y tuvo momentos mucho más gloriosos. Dejó plantada a Maggie veinte minutos antes de las campanadas, diciéndole que era demasiado buena para él, demasiado buena, y que de todos modos él aún estaba enamorado de Lynn. Lynn lo escuchó y se puso furiosa, le dijo que la había hecho parecer una vaca maquinadora y le dijo a Maggie que no volvería a salir con él. Maggie, desconsolada, se cerró en el único baño que funcionaba, lo que provocó un charco de casi tres centímetros de orina en el jardín de atrás. La mitad de la gente entró en el nuevo siglo haciendo cola con las piernas cruzadas.

Leslie y Cammy se fueron de la fiesta de Nochevieja de Liam a la una, un gesto con las mismas connotaciones sociales que abofetear a alguien en la cara con un guante, como en los duelos de antes. Ya en la puerta, cuando se iban, Cammy se molestó en volver dentro y decirle a Maureen que le hubiera gustado ir a otra fiesta. Ella le contestó que a ella también.