– ¿Alan no va a bajar?
– No, le gusta sentarse al lado de los pequeños hasta que se duermen -dijo, expulsando una nube de humo, con la cabeza echada hacia atrás, con la espalda recta-. A veces, lo único que necesitas es un cigarro, ¿verdad?
– Sí -dijo, mirando el cigarro, como si supiera qué hacer.
Jimmy se sentó en la silla.
– Lo que hiciste por mí y por los niños -dijo, fumando y mirándola con los ojos entrecerrados-, nunca te lo podré agradecer lo suficiente. Fuiste muy valiente al ir a Londres.
Jimmy estaba mirando el fuego de la estufa, que se estaba apagando. Dio una calada y se tragó el humo, llenándose de nicotina hasta la boca del estómago.
– Te mentí -dijo, susurrando para que los niños no lo oyeran-. Sí que la echo de menos. -Dio otra calada-. Incluso echo de menos sus borracheras y sus ausencias. Echo de menos cuando estaba metida en un lío y me echaba la culpa y les pegaba a los niños, y cuando traía un montón de gente a casa y montaba fiestas y hasta cuando orinaba sangre. La echo de menos. La echo de menos en todo momento.
– No está muerta, Jimmy.
Él agitó la cabeza mirando al suelo y ella se preguntó si la había oído.
– La echo de menos -dijo él
– Jimmy -dijo Maureen-. No era Ann. No está muerta.
Jimmy se encogió de hombros y cerró los ojos.
– La echo tantísimo de menos -susurró.
48. Martirio blanco
La cara de Siobhain medía seis metros y los miraba enfadada. Estaba demasiado cerca de la cámara, el rostro salía por los bordes de la pantalla.
– Me llamo Siobhain McCloud, del clan McCloud.
El público se rió mientras los más inseguros les decían a sus vecinos que los conocían.
Siobhain se alejó de la cámara. Estaba de pie en su salón beige y todo a su alrededor, el suelo, la pantalla de la televisión, el sofá, el alféizar de la ventana, estaba lleno de fotos recortadas. Había fotos de niños en una bañera, de perros, de comida, de modelos y fotos de los lectores, de pasteles caseros, de cimas de montañas y de hoteles para veranear. Le dijo al público que había recortado las fotos que le habían gustado y que se divertía coleccionándolas en álbumes. Abrió uno y la iluminación de Liam dio vida a la foto. Se veía un carruaje de caballos con una pareja dentro, grotescamente feos, vestidos de novios. La cámara acercó la imagen.
– Estos -dijo Siobhain- son Sandra y John, de Newcastle, en el día más feliz de su vida -pasó la página-, y esta es mi foto preferida, la de un cangrejo.
Su actuación era algo rara y muy forzada. Hablaba demasiado alto y decía cosas muy superficiales. Enseñó un plato de pescado y habló de su familia. Eran nómadas en las Highlands de Escocia. Describió cómo dragaban los ríos en verano, caminando por el río y revolviendo las orillas, pasaban de las superficies más movidas a las aguas más tranquilas hacia el sur, encontraban perlas y las vendían en la ciudad. La cámara enfocó el retrato que había encima de la chimenea y ella explicó la historia de su hermano pequeño, Murdo, cuando se ahogó en un pequeño arroyo en otoño y cómo la profunda pena hizo que su madre se fuera lejos de las Highlands. Se giró hacia la foto de un hotel italiano, señaló la bandera que había encima de un castillo fortaleza y explicó que, antiguamente, según la iglesia, había tres tipos de martirio. El rojo significaba la muerte, el verde significaba vivir como un ermitaño en las montañas y el martirio blanco significaba el exilio, abandonar tus tierras y tu familia para preservar la fe. Tenía un acento muy marcado y no se la veía nada guapa. Tenía la cara gorda y la barbilla se le unía al pecho, como a Hitchcock.
– Se me ve muy gorda -le susurró indignada a Maureen.
Los otros cortos habían recibido un breve aplauso, pero cuando se encendieron las luces después del corto de Liam, todo el mundo aplaudió, algunos por educación, otros porque lo sentían de verdad. Un par de jóvenes que querían llamar la atención empezaron a silbar y a gritar desde la última fila. El público se levantó y empezó a desfilar hacia la salida. Maureen intentó encontrar a Lynn entre el gentío pero el collarín no le permitía moverse demasiado.
– Se me veía muy gorda -dijo Siobhain, mirando a la pantalla.
– ¿Qué te ha parecido? -le preguntó Maureen a Leslie.
– Un poco largo, ¿no? -dijo Cammy, como si no estuviera sentado en un cine y no llevara una chaqueta celta acolchada.
– Por Dios -dijo Kilty Goldfarb, agitando el cucurucho que se estaba comiendo hacia él, exasperada-. Ha durado nueve minutos, tío. ¿A ti qué te pasa? ¿Tienes el cerebro defectuoso?
– Tranquila -dijo Cammy incómodo-. Creo que ha durado demasiado… -Echó una ojeada al cine, consciente de que se había equivocado.
– A la gente le ha gustado, ¿no? -dijo Leslie, para encubrirlo.
Liam tenía razón sobre la luna de miel de tres meses. Maureen veía que Leslie se molestaba con Cammy cuando decía algo estúpido. Al parecer, también había cambiado de opinión acerca de lo de tener hijos, aunque no le había dicho a Maureen por qué. Liam llegó desde las últimas filas, abriéndose camino entre la gente, y se quedó junto a Maureen, colorado y orgulloso.
– ¿Qué os ha parecido?
– Brillante -dijo Leslie.
– Increíblemente genial -dio Kilty.
– Me veía muy gorda -dijo Siobhain, molesta, como si Liam hubiera manipulado la imagen con una lente especial.
– Creo que ha sido un poco largo -dijo Cammy, con firmeza ahora que había otro hombre en el grupo.
Liam lo miró perplejo.
– Creo que ha ido bastante bien -dijo mirando a su alrededor-. Lynn tenía que trabajar hasta tarde, pero ya tendría que haber llegado.
Leslie cogió a Maureen del codo y le dijo que ella y Cammy habían venido en coche, que iban a llevar a Siobhain a su casa y que se pasarían por casa de Jimmy a recoger a Isa, ¿le venía de gusto ir y ver a los niños?
– No puedo -dijo Maureen-. Tengo que ir a ver a una persona.
A Cammy le costó reprimir su alegría.
– Genial -dijo, sonriendo-. Hasta otro día, entonces.
Leslie y su séquito se perdieron entre la muchedumbre. Algunas personas reconocieron a Siobhain y se la quedaron mirando mientras salía, pensando que era una actriz fabulosa. Kilty los siguió con la mirada.
– Tenías razón sobre ese tipo, Mauri -dijo-. Es un completo gilipollas.
Maureen suspiró, consternada.
– ¿Qué le habrá visto Leslie?
Liam se encogió de hombros.
– A las de su familia les van los imbéciles, ¿no?
Maureen asintió.
– Pues sí.
– Y aquí -dijo él-, llega otra a la que le van los imbéciles.
Lynn había visto el corto desde la última fila e iba hacia ellos caminando de lado entre la gente. Maureen se sintió implicada en la traición de Liam. No se había sentido igual con Lynn desde lo de Martha. La estaba decepcionando al no contárselo, pero no podía, no era asunto suyo. Había intentado hacer que Liam se sintiera mal diciéndole que Martha podía tener el VIH, pero él le dijo que había tomado precauciones. Lynn pasó por encima de una butaca y llamó a Liam.
– Tu corto ha hecho que Siobhain pareciera idiota.
– No es verdad -dijo él.
– En realidad -dijo Kilty-, parecía que estaba un poco chalada.
– Es tu mejor corto -dijo Maureen.
– ¿En serio? -dijo él.
– Sí. Kilty, ¿tienes tu llave?
– Sí -dijo Kilty-. ¿No vienes a tomar algo con nosotros?
– No puedo -dijo Maureen-. He quedado.
Mientras aparcaba el coche, Vik pensó en Maureen, sentada en su casa con la calefacción al máximo y los grandes rizos bailándole en la cara mientras se reía de algo que daban en la tele. Subió por Sauchiehall Street, con las manos en los bolsillos y la cabeza baja para cortar el viento. Había mucha gente en los bares, para ser lunes. Los vendedores del Issue y los mendigos se arremolinaban alrededor de las colas de los cines y los borrachos iban calle arriba y calle abajo, buscando un bar para beber durante toda la noche. Había un grupo de mujeres de la fábrica con el uniforme de nailon azul frente a la puerta de Porter's, haciendo cola para entrar en el karaoke, y los estudiantes se reunían frente al Baird Hall.