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Mark Doyle estaba esperando en el Equal Café. No se había quitado la chaqueta, era un hombre sucio y solo sentado en una mesa pequeña junto a la ventana, fumando. Movió la cabeza cuando la vio.

– ¿Todo bien?

– ¿Has llegado temprano? -dijo ella.

– Sí, un poco.

– ¿Quieres comer algo?

Él se encogió de hombros. No parecía estar muy cómodo. Maureen no sabía si había estado alguna vez en un café.

– ¿Qué hay? -dijo, comportándose como un espía nervioso.

– ¿Pastel casero? -Él agitó la cabeza-. ¿Algo frito?

Él volvió a agitar la cabeza.

– Tengo el estómago revuelto.

– ¿Sopa?

– ¿De qué tipo?

– Minestrone.

– Vale, esa me gusta. Tomaré una taza.

La camarera estaba tomando nota en otra mesa. Maureen miró a Doyle. No era un hombre al que le gustara andarse por las ramas, así que ella ni lo intentó.

– ¿Crees que a Pauline le hubiera gustado que nosotros nos conociéramos ahora?

Él se rozó la piel escamada de la cara.

– Creo que sí -dijo-. Sin embargo, nunca me habló de ti. Por lo que sé, igual podría ser que no te aguantara.

Levantó una ceja y Maureen sonrió. La huraña camarera se acercó a su mesa y Maureen pidió dos tazones de sopa y un poco de pan.

Vik giró para cruzar la calle y miró hacia el interior del Equal Café. Maureen O'Donnell estaba sentada junto a la ventana, iluminada por la luz blanca brillante. Llevaba un collarín de color carne y estaba relajada y feliz. Frente a ella, había un hombre alto, moreno, con la espalda ancha. No era su hermano: no se parecía en nada a ella. Vik siguió caminando y cruzó un poco más abajo. Cuando entró en el Va-riety, pidió una cerveza y descubrió que estaba temblando del disgusto. Cuando Maureen se fuera a Garnethill, tendría que pasar por delante del Variety. Se acordaría de que él estaba allí. Siempre iba allí los lunes. Él y Shan siempre iban al Variety.

– Elizabeth -dijo Doyle-. Está muerta.

– ¿Qué ocurrió?

– Salió bajo fianza. Fue a comprar droga. Sobredosis -explicó la historia como si leyera por encima una noticia breve de la parte de sociedad del periódico.

– Dios -dijo Maureen-, eso es terrible.

– No, no lo es -dijo Doyle.

La camarera les trajo dos platos de sopa con picatostes grasientos y un plato con pan blanco cortado a rebanadas.

– ¿Por qué querías verme? -preguntó Doyle, apoyando las grandes manos en la mesa, sin tocar los cubiertos.

Maureen se detuvo con la cuchara a un centímetro de la boca. La volvió a dejar en el plato.

– Mi padre ha vuelto a Glasgow.

Doyle asintió como si ya lo supiera.

– Es un mal padre -dijo ella-. Es como el tuyo.

Él la miró a los ojos.

– No -dijo él.

– Pero…

– Después, no puedes dar marcha atrás. Al principio, piensas que los tienes metidos en la cabeza, pero cuando cruzas la línea, entonces sí que te tienen prisionera para siempre. No eres mejor que ellos.

Sin embargo, lo de Millport no la había hecho más débil, se había sentido mejor, después, más fuerte, más poderosa. Si era capaz de controlarse y no perder los estribos como hizo con Toner, sabía que esta vez podría conseguirlo.

– Lo que me hizo, fuera lo que fuera -dijo ella-, forma parte del pasado.

Doyle asintió.

– Ya pasó -dijo él.

– Esa época pasó.

Se miraron el uno al otro. Doyle levantó la cuchara y sorbió un poco de sopa.

– ¿Y qué época toca ahora? -dijo él.

– Mi hermana está embarazada. Quiero saber qué tengo que hacer.

– Ponla sobre aviso.

– Ya lo he hecho. No me cree.

Doyle agitó la cabeza, mirando la mesa.

– No lo hagas.

– ¿Qué más puedo hacer?

– Aléjate. Vete. No es asunto tuyo.

– No puedo irme.

– No puedes detenerlo.

– Sí que puedo. Tú lo sabes. Los dos lo sabemos. Sí que puedo detenerlo.

Doyle volvió a agitar la cabeza.

– Te arruinarás la vida.

Envolvió el mango de la cuchara con la mano y lo dobló, nervioso, arrancándose la piel de los nudillos y convirtiéndola en cortes rojos de piel fragmentada. Empezó a comerse la sopa. Maureen, decepcionada, lo observaba. A ella le hubiera gustado que él hubiera dicho que sí, que hubiera hecho sugerencias o incluso que se hubiera ofrecido a ayudarla.

– Las cosas nunca se acaban, ¿verdad? -dijo ella.

– No -dijo Doyle, y masticó un picatoste.

Vik esperó toda la noche. Se quedó sentado en un taburete, observando la puerta durante cuatro horas, fingiendo hablar con Shan sobre Gram Parsons y la alienación del Motherwell. Cada vez que se abría la puerta, el corazón le daba un vuelco. Esperó y esperó hasta que los camareros gritaron que era la hora de cerrar, pero Maureen no apareció.

Agradecimientos

Quiero expresar mi gratitud al Departamento de Servicios de Información y Prensa de la Policía de Strathclyde, y en especial al comisario Iain Gordon, por su ayuda en el proceso de investigación de este libro; a Philip Considine por sus consejos técnicos y su apoyo; y a Gerry Considine, que nos matará a los dos si no le menciono. Asimismo, muchas gracias de todo corazón a Rachel Calder, Katrina Whone y, por supuesto, a mi madre, por su apoyo incondicional. Úrsula, hasta pronto, amiga. Finalmente, Stephen Evans se merece un agradecimiento especial por razones que no son de vuestra incumbencia.

Mina Denise

Denise Mina nació en Glasgow en 1966. Debido al trabajo como ingeniero de su padre, la familia le siguió por toda Europa, cuando el boom del petróleo en el Mar del Norte en los años 70. En dieciocho años se trasladaron veinte veces, desde París a la Haya, a Londres, a Escocia y a Bergen. Mina dejó la escuela a los dieciséis años e hizo toda serie de trabajos mal pagados: en una empresa cárnica, en un bar, pinche y cocinero. Finalmente trabajo como enfermera auxiliar para cuidar pacientes terminales en un geriátrico. A los 20 años aprobó los exámenes para estudiar Leyes en la Universidad de Glasgow. Fue para su tesis posgrado para la Universidad de Strathclyde cuando investigó sobre las enfermedades mentales de las mujeres delincuentes, enseñando criminología y derecho penal mientras tanto.

Durante este tiempo escribió su novela Garnethill, que ganó el premio de la Asociación de Escritores del Crimen John Creasy Dagger. Es la primera de una trilogía completada con Exile y Resolution. Posteriormente escribió una cuarta novela Sanctum y en el 2005 The field of blood (Campo de sangre) con la que comenzó una serie de cinco libros sobre la vida de una periodista Paddy Meehan.

También ha escrito comics y durante un año escribió Hellblazer una serie de John Constantine para Vértigo. Publicó una novela gráfica fuera de serie sobre una oleada de violencia llamada A Sickness in the family.

En el 2006 escribió su primera obra teatral, Ida Tamson, una adaptación de una historia corta que fue representada en una serie durante cinco noches en Evening Times. Además escribe historias cortas publicadas en diferentes colecciones, historias para la BBC, Radio 4 y contribuye en algunos programas de TV y radio. Actualmente está escribiendo una adaptación de la obra Ida Tamson para el cine y varios proyectos más.