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– ¿Qué le ha dicho?

– Que tenía a mi hijo -respondió Jack-, y que si llamaba a la policía o a cualquiera por el estilo Chad pagaría por ello. Ha dicho que me estarían vigilando constantemente. -Enfatizó este detalle volviendo a mirar alrededor. No se veía a ningún sospechoso al acecho, sólo a Greg Norman, que los saludó con la mano, sonriente, y les dedicó un gesto de aprobación. Un gran día, colega.

– ¿Qué más? -preguntó Myron.

– Me ha dicho que quería dinero -respondió Coldren.

– ¿Cuánto?

– Sólo ha dicho que mucho. Todavía no estaba seguro de cuánto, pero quería que estuviera preparado. Ha dicho que volvería a llamar.

Myron hizo una mueca.

– Pero ¿no le ha dicho cuánto?

– No. Sólo ha dicho que sería una suma importante.

– Y que se fuera preparando.

– Exacto.

Aquello no tenía sentido. ¿Un secuestrador que no estaba seguro de cuánto pedir por el rescate?

– ¿Puedo serle franco, Jack?

Coldren se irguió cuan alto era, embutido en su chaleco. Tenía el aspecto de lo que algunos considerarían como el típico muchacho encantador. Su rostro era ancho y amable, de rasgos suaves, como de algodón.

– No quiero que me dore la píldora, Bolitar. Dígame la verdad.

– ¿Podría tratarse de una broma de mal gusto?

Jack lanzó una rápida mirada a Diane Hoffman, que hizo un movimiento casi imperceptible que bien podía interpretarse como de asentimiento. Volvió a mirar a Myron.

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Es posible que Chad esté detrás de todo esto?

Los largos cabellos lacios cayeron sobre sus ojos movidos por la brisa. Se los apartó con la mano. Su rostro adquirió una expresión sombría. ¿Reflexionaba, tal vez? A diferencia de Linda Coldren, la idea no lo puso a la defensiva. Ponderaba la posibilidad, aunque quizá lo que estaba haciendo era aferrarse a una alternativa que significaba seguridad para su hijo.

– Había dos voces distintas -señaló Coldren-. En el teléfono, quiero decir.

– Podía tratarse de un modulador de voz. -Myron le explicó lo que era.

Coldren sacudió la cabeza.

– No sé qué decir.

– ¿Se imagina a Chad haciendo algo así?

– No -contestó Coldren-; ¿quién se imaginaría a su propio hijo haciendo algo semejante? Estoy procurando ser imparcial en este asunto, y no es fácil. Por supuesto que yo tampoco podría creer que el mío hiciera algo así, pero, claro, no sería el primer padre que está equivocado con respecto a su hijo, ¿no es cierto?

«Desde luego», pensó Myron.

– ¿Chad se ha fugado alguna otra vez? -preguntó.

– No.

– ¿Han tenido algún problema familiar que pudiera empujarlo a hacerlo?

– ¿Hasta el punto de fingir su propio secuestro?

– No tiene por qué ser algo tan extremo -aclaró Myron-. Quizás usted o su esposa hicieran algo que lo disgustase.

– No -repuso Jack, súbitamente ausente-. No se me ocurre nada. -Levantó la vista. El sol estaba bajo y ya había perdido intensidad, pero aun así miró a Myron con los ojos entrecerrados, llevándose la mano a la frente a modo de visera. Aquella postura recordó a Myron la fotografía de Chad que había visto en la casa-. A usted se le ha metido algo en la cabeza, ¿verdad? -añadió.

– No exactamente.

– Aun así me gustaría oírlo.

– ¿Hasta qué punto desea ganar este torneo, Jack?

Coldren esbozó una sonrisa.

– Usted era deportista, Myron; puede figurárselo.

– Sí -admitió Myron.

– Entonces, ¿adónde quiere llegar?

– Su hijo es deportista. Es probable que él también lo sepa.

– Sí -dijo Coldren, y agregó-: Aunque sigo sin saber a dónde pretende ir a parar.

– Si alguien quisiera hacerle daño -explicó Myron-, ¿qué mejor que echar a perder su oportunidad de ganar el Open?

Jack Coldren, cuyos ojos adquirieron de nuevo la expresión de quien acaba de recibir un puñetazo, dio un paso atrás.

– Sólo se trata de una suposición -se apresuró a aclarar Myron-. No estoy afirmando que su hijo esté haciendo eso…

– Pero tiene que considerar todas las posibilidades.

– En efecto.

Coldren dejó escapar un suspiro.

– Aun suponiendo que lo que sugiere sea cierto -dijo-, no tiene por qué ser obra de Chad. Cualquiera puede haberlo hecho para desconcertarme. -Volvió a echar un vistazo a su cadi. Sin dejar de mirarla, añadió-: No sería la primera vez.

– ¿Qué quiere decir?

Jack Coldren no contestó de inmediato. Miró de reojo hacia donde había lanzando las bolas. Allí no parecía haber nada interesante.

– Me figuro que sabe que hace mucho tiempo perdí el Open.

– Sí.

Jack permaneció en silencio.

– ¿Ocurrió algo raro en aquella ocasión? -inquirió Myron.

– Quizá -respondió Jack-. Ya no sé qué pensar. El caso es que podría haber alguien que quisiera fastidiarme. No tiene por qué ser mi hijo.

– Es posible -convino Myron. No mencionó que había descartado en buena medida aquella posibilidad dado que Chad había desaparecido antes de que Coldren encabezara la clasificación. No había ningún motivo para hacerlo en aquel momento.

Coldren se volvió hacia Myron.

– Bucky me comentó algo sobre una tarjeta bancaria -dijo.

– La tarjeta de su hijo fue empleada anoche. En un cajero automático de la calle Porter.

El rostro de Jack se ensombreció por un instante.

– ¿En la calle Porter?

– Sí -contestó Myron-. En una sucursal del First Philadelphia Bank, en la zona sur de Filadelfia. ¿Está familiarizado con esa parte de la ciudad?

– No -dijo Coldren. Echó un vistazo a su cadi.

Diane Hoffman seguía como una estatua. Aún mantenía los brazos cruzados y los pies separados. La ceniza de su cigarrillo ya se había caído.

– ¿Está seguro?

– Por supuesto.

– La he visitado esta mañana -informó Myron.

– ¿Ha descubierto algo? -quiso saber Jack, imperturbable.

– No.

Jack Coldren hizo un gesto señalando detrás de él.

– ¿Le importa que siga practicando mientras hablamos?

– En absoluto.

Jack se puso el guante.

– ¿Cree que debo jugar mañana? -preguntó.

– La decisión está en sus manos -opinó Myron-. El secuestrador le ha dicho que actuara con normalidad. Si no juega, sin duda levantará sospechas.

Coldren se agachó para poner una bola en el tee. -¿Puedo hacerle una pregunta, Myron?

– Claro.

– Cuando jugaba al baloncesto, ¿cuánta importancia otorgaba al hecho de ganar?

Curiosa pregunta.

– Mucha.

Jack asintió como si hubiese esperado esa respuesta.

– Un año ganó el campeonato de la NCAA, ¿no es verdad?

– Sí.

– Debió de ser algo extraordinario.

Myron no respondió.

Jack Coldren escogió un palo y cerró los dedos en torno al mango. Se puso en posición junto a la bola. Repitió el grácil movimiento del swing. Myron observó la bola alejarse. Por un momento se limitaron a mirar en silencio a lo lejos y contemplar cómo los últimos rayos de sol teñían de púrpura el cielo.

Coldren se decidió por fin a hablar.

– ¿Quiere oír algo verdaderamente espantoso?

Myron se acercó a él. Coldren tenía los ojos arrasados en lágrimas.

– Todavía me importa ganar -confesó.

Myron lo miró. El dolor que reflejaba su rostro era tan patente que poco faltó para que le diera un abrazo. Imaginó que podría ver el pasado de aquel hombre plasmado en sus ojos, los años de tormento pensando en lo que habría podido lograr, el tener por fin la oportunidad de redimirse, el ver cómo le arrebataban esta oportunidad…