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– Pero ¿qué clase de hombre es el que sigue pensando en ganar en un momento como éste? -añadió Coldren.

Myron no dijo nada. No conocía la respuesta. O quizá temiera conocerla.

5

La sede del Club de Golf de Merion era una enorme casa de campo blanca con las contraventanas negras. La única nota de color la ponían los toldos verdes que daban sombra al famoso porche trasero, e incluso ésta desmerecía dado el verdor circundante. Uno esperaba encontrarse con algo que produjera una mayor impresión, que incluso llegara a intimidar; pero pese a tratarse de uno de los clubes de campo más exclusivos del país, la sencillez parecía decir: «Esto es Merion. No precisamos más.»

Myron cruzó el sector de los jugadores. Las bolsas de golf estaban alineadas sobre una repisa metálica. La puerta del vestuario de hombres quedaba a su derecha. Una placa de bronce recordaba que el Club de Golf Merion había sido declarado lugar de interés histórico. En un tablón de anuncios colgaban las listas con los hándicaps de los socios. Myron echó un vistazo a los nombres buscando el de Win. Hándicap tres. Myron no sabía mucho de golf, pero le constaba que aquello estaba condenadamente bien.

El porche tenía el suelo de piedra; en él se disponían unas dos docenas de mesas. La legendaria zona del comedor no sólo disfrutaba de una vista privilegiada sobre el primer tee; de hecho, parecía cernirse sobre él. Desde allí, los socios observaban a los golfistas dar el primer golpe con la misma mirada experta y airada de los senadores romanos en el Coliseo. Poderosos hombres de negocios y líderes políticos sucumbían con frecuencia bajo semejante escrutinio. Ni siquiera los profesionales se libraban de ello, pues el comedor del porche se mantenía abierto durante el Open. Jack Nicklaus, Arnold Palmer, Ben Hogan, Bobby Jones y Sam Snead habían tenido que soportar el ruido procedente del pequeño restaurante, el irritante tintineo del cristal y la plata, mezclado de la forma más disonante con el rumor amortiguado del público y los vítores distantes.

El porche estaba atestado de socios. La mayoría eran hombres entrados en años, coloradotes y bien alimentados. Vestían chaquetas de esport azules y verdes con distintas insignias. Sus corbatas eran llamativas y la mayor parte de las veces a rayas. Muchos se cubrían la cabeza con sombreros flexibles blancos o amarillos. Sombreros flexibles. Y a Win le había preocupado la forma en que Myron fuese vestido.

Myron divisó a Win sentada a una mesa de un rincón rodeada por seis sillas. Estaba solo. Su expresión era aun tiempo glacial y serena, todo él emanaba la más absoluta tranquilidad. Como un puma que esperara pacientemente a su presa. Al verlo, uno se inclinaba a pensar que el cabello rubio y los hermosos rasgos patricios le brindaban una clara ventaja en la vida. En muchos aspectos, así era; pero en muchos otros, lo estigmatizaban. Todo en su apariencia rezumaba arrogancia, dinero y elitismo. La mayoría de las personas no reaccionaba bien ante aquello. Cuando veían a Win experimentaban una hostilidad contenida hacia él. Era imposible no odiarlo de inmediato.

Win estaba acostumbrado. Las personas que juzgaban por las apariencias le traían sin cuidado. Las personas que juzgaban por las apariencias a menudo se llevaban sorpresas.

Myron saludó a su viejo amigo y tomó asiento.

– ¿Te apetece tomar algo? -dijo Win.

– Claro.

– Como pidas un Yoo-Hoo, te pego un tiro en el ojo derecho.

– El ojo derecho -repitió Myron, asintiendo-. ¡Qué precisión!

Un camarero que debía de tener cien años apareció como surgido de la nada. Lucía chaqueta y pantalones verdes; hasta el servicio armonizaba con el entorno, pensó Myron.

– Tomaré un té helado, Henry -dijo Win.

– Para mí, lo mismo -señaló Myron.

– Muy bien, señor Lockwood.

Henry se retiró. Win miró fijamente a Myron.

– Cuéntame.

– Se trata de un secuestro -anunció Myron.

Win enarcó una ceja.

– El hijo de uno de los jugadores ha desaparecido. Los padres han recibido dos llamadas.

Myron resumió los acontecimientos. Win lo escuchó en silencio. Cuando Myron hubo terminado, dijo:

– Has omitido un detalle.

– ¿Cuál?

– El nombre del jugador.

– Jack Coldren -Myron procuró que su voz sonase firme.

El rostro de Win no reveló nada, pero aun así Myron sintió que una ráfaga de aire frío le atravesaba el corazón.

– Habrás conocido a Linda -dijo Win.

– Sí.

– Y sabrás que está emparentada conmigo.

– Sí.

– Entonces ya te habrás imaginado que no voy a intervenir.

– No.

Win se retrepó en la silla y juntó las yemas de los dedos.

– Pues vete haciéndote a la idea.

– Puede que ese crío esté de veras en peligro -arguyó Myron-. Tenemos que ayudarles.

– No -insistió Win-. Yo no.

– ¿Quieres que lo deje?

– Lo que tú hagas es asunto tuyo.

– ¿Quieres que lo deje? -repitió Myron.

Llegaron los tés helados. Win bebió un sorbo con calma. Apartó la vista y tamborileó con un dedo en la barbilla. Era su señal para dar por concluido cualquier asunto. Myron sabía que no debía presionarlo.

– Dime, ¿para quién son los demás asientos? -le preguntó.

– Me estoy trabajando un filón de primera.

– ¿Un cliente nuevo?

– Para mí, casi seguro. Para ti, apenas una remota posibilidad.

– ¿Quiénes?

– Tad Crispin.

Myron abrió los ojos como platos.

– ¿Vamos a cenar con Tad Crispin?

– Y también con Norman Zuckerman y su última ingénue; bastante atractiva, por cierto.

Norm Zuckerman era el propietario de Zoom, una de las mayores empresas de zapatillas y prendas deportivas que había en el país. También era una de las personas predilectas de Win.

– ¿Cómo has establecido contacto con Crispin? Tenía entendido que actuaba como su propio agente.

– Y así es. -Win asintió-. Pero necesita un asesor financiero.

A sus treinta y tantos años Win ya era considerado casi una leyenda en Wall Street. Que Zuckerman acudiera a él tenía todo el sentido del mundo.

– Lo cierto es que Crispin es un muchacho bastante sagaz -prosiguió Win-. Por desgracia, cree que los agentes son un hatajo de ladrones con la moral de una prostituta metida en política.

– ¿Dijo eso? ¿Una prostituta metida en política?

– No, ésta se me ha ocurrido a mí solito. -Win sonrió-. Es bastante buena, ¿eh?

Myron asintió.

– En efecto.

– Sea como fuere, los de Zoom le van detrás como perros falderos. Están a punto de lanzar una nueva línea de palos y prendas de golf para hombre y quieren los servicios de Crispin.

Tad Crispin iba en segundo lugar, a una considerable distancia de Jack Coldren. Myron se preguntó cuán contenta estaría Zoom ante la posibilidad de que Coldren la privara del éxito perseguido. No mucho, supuso.

– ¿Qué te parece la gran actuación que está teniendo Jack Coldren? -preguntó Myron-. ¿Te ha sorprendido?

Win se encogió de hombros.

– Ganar siempre ha sido muy importante para Jack.

– ¿Hace mucho que lo conoces?

– Sí -respondió Win con rostro inexpresivo.

– ¿Lo conocías cuando perdió aquí siendo un principiante?

– Sí.

Myron calculó que por entonces Win debía de estar en la escuela elemental.

– Jack Coldren me ha insinuado que alguien se ocupó de que no ganase.

Win soltó un bufido.

– Todo eso son cuentos -masculló.

– ¿Cuentos?

– ¿No recuerdas lo que ocurrió?

– No.