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– ¿Estás contenta con la actuación de Crispin en el Open?

– Por supuesto -contestó ella con premura-. Éste es su primer grande, y ocupa el segundo puesto.

Norm Zuckerman puso una mano sobre el brazo de la chica.

– Reserva el discurso para los imbéciles de la prensa. Estos dos tipos son como de la familia.

Esme Fong se aclaró la voz y dijo:

– Linda Coldren ganó el Open de Estados Unidos hace unas semanas. Saldremos en la televisión, en la radio y en la prensa; ambos estarán en todas partes. Es una línea nueva, completamente desconocida para los aficionados al golf. Está claro que el que dos ganadores del Open anunciaran la nueva línea de Zoom sería muy útil para nosotros.

Norm volvió a señalarla con el pulgar.

– ¿No es extraordinaria? «Útil.» Bonita palabra. Ambigua. Escucha, Myron, tú sueles leer la sección de deportes, ¿estoy en lo cierto?

– Desde luego.

– ¿Cuántos artículos leíste sobre Crispin antes de que comenzara el torneo?

– Muchos.

– ¿Cuánta atención le han prestado en los dos últimos días?

– No mucha.

– Por no decir ninguna. No hacen más que hablar de Jack Coldren. En dos días ese pobre hijo de perra se convertirá en un hombre prodigio de proporciones mesiánicas o en el más lamentable perdedor de la historia del mundo. Piensa en ello por un instante. La vida entera de un hombre, tanto su pasado como su futuro, depende de cómo le dé a una bola con un palo. De locos, si te paras a pensarlo. ¿Y sabes qué es lo peor de todo?

Myron negó con la cabeza.

– ¡Que deseo con toda mi alma que la pifie! Me siento como un grandísimo cabrón, pero es la pura verdad. Si mi chico reacciona y gana, espera y verás el partido que le saca Esme. Ya puedo leer los titulares: «El deslumbrante juego del recién llegado Tad Crispin fuerza la derrota de un veterano.» «La joven revelación planta cara a un doble desafío: Palmer y Nicklaus juntos.» ¿Sabes lo que eso significaría para el lanzamiento de la nueva línea? -Zuckerman miró a Win y lo señaló-. Dios, ojalá tuviera tu aspecto. Miradlo, por el amor de Dios. ¡Qué guapo!

Win forzó una sonrisa. Varios hombres de tez rubicunda volvieron airados la mirada hacia ellos. Norman los saludó con la mano y, dirigiéndose a Win, dijo:

– La próxima vez que venga me pondré un solideo.

Win rió esta vez a carcajadas. Myron trató de recordar la última vez que había visto a su amigo reírse con tantas ganas. Hacía mucho tiempo. Norm solía provocar en la gente este tipo de sensaciones.

Esme Fong echó un vistazo a su reloj de pulsera y se puso en pie.

– Sólo he pasado para saludarlos -explicó-. Ahora he de marcharme.

Los tres hombres se levantaron. Norm dio un sonoro beso en la mejilla a la muchacha.

– Cuídate, Esme, ¿de acuerdo? Nos veremos por la mañana.

– Sí, Norm. -Esme dedicó sendas sonrisas remilgadas a Myron y a Win, acompañándolas de una tímida inclinación de la cabeza. Un poco al estilo de Lady Di, pero con algo más de sinceridad-. Encantada de conocerlo, Myron. Win.

Se marchó. Los tres hombres volvieron a sentarse. Win juntó las yemas de los dedos.

– ¿Qué edad tiene? -preguntó.

– Veinticinco. Matrícula de honor en Yale.

– Impresionante.

– Ni se te ocurra, Win -le advirtió Norm.

Win sacudió la cabeza. Desde luego que no. Los negocios están ante todo. Cuando se trataba del sexo opuesto, Win prefería los finales rápidos y definitivos.

– Se la robé a esos hijos de perra de Nike -explicó Norm-. Era un pez gordo del departamento de baloncesto. No me malinterpretes. Estaba ganando un montón de pasta, pero se espabiló. Oye, es tal como le dije: en la vida no todo es dinero. ¿Sabes a qué me refiero?

Myron se contuvo para no poner los ojos en blanco.

– Además, trabaja como una condenada. Siempre comprobando y volviendo a comprobar. De hecho, ahora mismo va a ver a Linda Coldren. Han quedado para una merienda cena o no sé qué zarandaja típica de chicas.

Myron y Win cruzaron una mirada.

– ¿Dices que va a casa de Linda Coldren?

– Sí, ¿porqué?

– ¿Cuándo la ha llamado?

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Fijaron la cita con mucha antelación?

– Pero, bueno, ¿tengo pinta de recepcionista?

– Olvídalo.

– Olvidado.

– Perdonadme un momento -dijo Myron-. ¿Os importa que haga una llamada?

– ¿Acaso soy tu madre? -Zuckerman hizo ademán de espantarlo-. Anda, ve y llama.

Myron estuvo tentado de emplear su teléfono móvil, pero decidió no enfurecer a los dioses del Merion. Encontró un teléfono público en el vestíbulo del vestuario de hombres y marcó el número de los Coldren. Utilizó la línea de Chad. Linda Coldren contestó.

– ¿Diga?

– Sólo quería comprobar si había sucedido algo más -dijo Myron.

– Pues no -repuso Linda.

– ¿Sabe que Esme Fong está en camino?

– No he querido cancelar la cita -explicó Linda Coldren-. No pienso hacer nada que pueda llamar la atención.

– Entonces, ¿todo va bien?

– Sí -afirmó ella.

Myron vio a Tad Crispin dirigirse hacia la mesa de Win.

– ¿Ha podido hablar con la escuela?

– No; no había nadie -contestó Linda-. ¿Qué vamos a hacer ahora?

– No lo sé -reconoció Myron-. Ya hemos conectado el identificador de llamadas a su teléfono. Si vuelve a llamar, en teoría, tendríamos que poder descodificar su número.

– ¿Y qué más?

– Trataré de hablar con Matthew Squires, a ver qué me cuenta.

– Ya he hablado con Matthew -repuso Linda con impaciencia-. No sabe nada. ¿Qué más?

– Podría involucrar a la policía. Con discreción. No puedo hacer mucho más por mi cuenta.

– No -replicó ella con firmeza-. Nada de policías. Jack y yo somos inflexibles en ese punto.

– Tengo amigos en el FBI…

– No.

Recordó su reciente conversación con Win.

– Cuando Jack perdió el Open, ¿quién era su cadi?

Ella titubeó.

– ¿Por qué quiere saberlo? -preguntó.

– Tengo entendido que Jack culpó al cadi de su fracaso.

– En parte, sí.

– Y lo despidió.

– ¿Y qué?

– Pues que pregunté por sus enemigos. ¿Cómo le sentó aquello al cadi?

– Está hablando de algo que sucedió hace más de veinte años -dijo Linda Coldren-. Aunque guardara un profundo rencor a Jack, ¿por qué iba a esperar tanto tiempo?

– Es la primera vez que el Open se celebra en el Merion desde entonces. Quizás esto haya servido para despertar en él una cólera latente. No lo sé. Es probable que no haya nada de esto, pero merece la pena comprobarlo.

Myron oyó que alguien hablaba al otro extremo de la línea. Era la voz de Jack. Ella le pidió que no colgara.

Unos instantes después, Jack Coldren se puso al teléfono. Sin más preámbulos, inquirió:

– ¿Cree que existe una conexión entre lo que me sucedió a mí hace veintitrés años y la desaparición de Chad?

– No lo sé -respondió Myron.

– Pero usted cree…

– No sé lo que creo -lo interrumpió Myron-. Estoy intentando tener controlada la situación desde todos los ángulos.

Se produjo un silencio sepulcral. Luego:

– Se llama Lloyd Rennart -le informó Jack Coldren.

– ¿Sabe dónde vive?

– No. No he vuelto a verlo desde aquel día.

– ¿El día en que lo despidió?

– Sí.

– ¿Desde entonces nunca ha topado con él en el club, en un torneo o en otra parte?

– No -respondió Jack Coldren-. Nunca.

– ¿Dónde vivía Rennart en aquella época?

– En Wayne. Es el pueblo vecino.

– ¿Qué edad tendría ahora?

– Sesenta y ocho -contestó Jack sin titubear.

– Antes de lo ocurrido, ¿estaban muy unidos?

– Eso creía yo -dijo Jack en voz baja-. No en el plano personal. No teníamos trato social. No conocí a su familia, ni visité su casa ni nada por el estilo. Pero en el campo de golf… -hizo una pausa- siempre creí que estábamos muy unidos.