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Crispin esbozó una sonrisa y miró a Win.

– Quiero que lleve mi cuenta -declaró.

– Yo no «llevo» cuentas -le corrigió Win-. Me dedico a dar consejos sobre ellas.

– ¿Acaso hay diferencia?

– Por supuesto, y mucha -respondió Win-. Tú ejercerás en todo momento el control sobre tu dinero. Yo te daré recomendaciones. Directamente a ti. A nadie más. Las discutiremos. Y entonces tú tomarás la decisión final. No compraré, venderé ni negociaré nada sin que estés por completo al corriente de ello.

Crispin asintió con la cabeza.

– Me parece muy bien.

– Confiaba en que así fuera -dijo Win-. Por lo que veo, tienes previsto vigilar de cerca tu dinero.

– Sí.

– Sabia decisión. -Win asintió con la cabeza-. Habrás leído sobre muchos casos de deportistas que se retiran arruinados por culpa de administradores sin escrúpulos y demás aprovechados.

– Así es.

– Mi trabajo consistirá en ayudarte a incrementar al máximo tus ganancias, ¿de acuerdo?

Crispin se inclinó un poco hacia delante.

– De acuerdo.

– Muy bien, pues. Mi tarea será contribuir a aumentar tus oportunidades de inversión con el dinero que hayas ganado. Pero no estaría velando como es debido por tus intereses si además no te indicara cómo ganar más.

Crispin entrecerró los ojos.

– No sé si le sigo.

– Win… -intervino Zuckerman.

Win hizo caso omiso de él.

– Como tu asesor financiero, incurriría en negligencia si no te hiciera la siguiente recomendación: necesitas un buen agente.

Crispin desvió la vista hacia Myron, que permaneció inmóvil, sosteniéndole la mirada con firmeza. Se volvió de nuevo hacia Win.

– Me consta que trabaja con el señor Bolitar -le dijo Crispin.

– Sí y no -repuso Win-. Si contratas sus servicios, yo no gano ni un centavo más. -Hizo una pausa-. Bueno, en realidad no es del todo cierto. Si te decides por Myron, ganarás más dinero y por consiguiente tendré más activos tuyos para invertir. De modo que, en cierto sentido, ganaré más.

– Gracias -dijo Crispin-, pero no estoy interesado.

– La decisión es tuya -concedió Win-, pero permíteme que lo explique un poco mejor. Administro bienes por un valor aproximado de cuatrocientos millones de dólares. Los clientes de Myron representan menos del tres por ciento del total. No soy empleado de MB SportsReps ni Myron Bolitar lo es de Lock-Horne Securities. Tampoco somos socios. Yo no he invertido en su empresa ni él en la mía. Myron nunca ha indagado, preguntado o comentado la situación financiera de ninguno de mis clientes. Somos absolutamente independientes. Salvo por una cosa.

Todos los ojos estaban puestos en Win Myron, que no era conocido precisamente por saber mantener la boca cerrada, no la abrió.

– Soy el asesor financiero de todos y cada uno de sus clientes -añadió Win-. ¿Sabes por qué?

Crispin negó con la cabeza.

– Porque Myron insiste en ello.

Crispin parecía algo perplejo.

– No lo entiendo. Si no saca nada a cambio…

– No he dicho eso.

– ¿Cómo…?

– Él también fue deportista; ¿lo sabías?

– Algo he oído.

– Sabe lo que les ocurre a los deportistas. Sabe cómo los timan. Cómo despilfarran sus ganancias, sin acabar nunca de aceptar que su carrera puede verse truncada en un abrir y cerrar de ojos. De modo que insiste, fíjate bien, insiste en no hacerse cargo de sus finanzas. Lo he visto rechazar clientes por este motivo. Además, insiste en que sea yo quien se ocupe de sus fortunas. ¿Por qué? Por la misma razón por la que has acudido a mí. Sabe que soy el mejor. Presuntuoso, pero el mejor. Asimismo, Myron insiste en que me vean en persona al menos una vez por trimestre. No basta con unas cuantas llamadas telefónicas. No basta con los faxes, el correo electrónico y la correspondencia. Insiste en que repase personalmente cada uno de los asientos contables.

Win se reclinó en la silla y juntó las yemas de los dedos. Le encantaba aquel gesto. Le otorgaba cierto aire de hombre sabio.

– Myron Bolitar es mi mejor amigo -prosiguió-. Me consta que daría su vida por mí, y yo haría lo mismo por él. Pero si alguna vez tuviera el presentimiento de que yo no estoy haciendo lo mejor por el interés de un cliente, se llevaría la cartera sin pensárselo dos veces.

– Bonito discurso, Win -comentó Norm-. Me ha llegado aquí -se señaló la barriga.

Win le lanzó una mirada asesina. Norm dejó de sonreír.

– Cerré el trato con el señor Zuckerman por mi cuenta -dijo Crispin-. Podría hacer otros.

– No voy a comentar nada sobre el negocio con Zoom -dijo Win-, pero te voy a decir una cosa. Eres un muchacho despierto. Un hombre listo conoce tan bien sus capacidades como sus puntos ñacos, y les otorga la misma importancia. Yo, por ejemplo, no sabría cómo negociar un contrato de promoción. Conozco los rudimentos, pero no es a lo que me dedico. No soy fontanero. Si se revienta una tubería en mi casa, soy incapaz de arreglarla. Tú eres jugador de golf, uno de los mejores que he visto en mi vida. Deberías concentrarte en el juego.

Tad Crispin bebió un sorbo de té helado. Cruzó las piernas. Hasta sus calcetines eran amarillos.

– Le está haciendo mucha publicidad a su amigo -dijo.

– Te equivocas -repuso Win-. Sería capaz de asesinar a alguien por mi amigo, pero en términos financieros no le debo nada. Tú, por otra parte, eres mi cliente, y por ello tengo una seria responsabilidad fiscal para contigo. Seamos francos, me has pedido que incremente tus ganancias. Te propondré varias posibilidades-de inversión. Aunque ésta es la mejor recomendación que puedo hacerte.

Crispin se volvió hacia Myron. Lo observó de arriba abajo con mirada escrutadora. Myron estuvo a punto de rebuznar para que pudiera examinarle la dentadura.

– Según parece es usted muy bueno -le dijo Crispin a Myron.

– Lo soy -convino Myron-, pero no quiero que te lleves de mí una impresión equivocada. No soy tan altruista como Win ha dado a entender. No trato de convencer a mis clientes de que cuenten con él porque yo sea un tipo fenomenal. Me consta que el hecho de que se encargue de mis clientes es un valor añadido a los servicios que presto. Contribuye a que estén satisfechos. Ése es el beneficio que obtengo. Sí, es cierto que insisto en que mis clientes participen en la toma de decisiones relacionadas con su dinero, pero lo hago para proteger tanto sus intereses como os míos.

– ¿Y eso?

– Me imagino que habrás oído hablar de mánagers y agentes que roban a los deportistas que representan.

– Sí.

– ¿Sabes a qué se debe en gran parte?

Crispin se encogió de hombros.

– A la codicia, supongo.

Myron ladeó la cabeza en un ademán que afirmaba y negaba al mismo tiempo.

– La mayor culpable es la apatía. La escasa implicación de los deportistas. Se vuelven perezosos. Les parece más fácil confiar a ciegas en su agente, y eso es malo. Que el agente pague las facturas, dicen. Que el agente invierta el dinero. Ese tipo de cosas. Ahora bien, eso no sucederá jamás en MB SportsReps. Y no será porque yo vigile las operaciones, ni porque las vigile Win, sino porque las vigilarás tú mismo.

– Eso ya lo hago -dijo Crispin.

– Vigilas tu dinero, es cierto, aunque dudo que vigiles todo lo demás.

Crispin meditó sobre aquello por unos instantes.

– Le agradezco la charla -dijo-, pero creo que me basto por mí mismo.

Myron señaló la cabeza de Tad Crispin.

– ¿Cuánto ganas por esa gorra? -preguntó.

– ¿Cómo dice?

– Llevas una gorra sin ningún logotipo -explicó Myron-. Para un jugador como tú, eso supone, por lo menos, una pérdida de un cuarto de millón de dólares.

– Pero voy a trabajar con Zoom -arguyó Crispin tras una pausa.