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Sin embargo, el guión de la broma de mal gusto también presentaba fisuras.

Por ejemplo, ¿cómo encajaba aquel tipo «grunge total» del centro comercial?

En efecto, ahí residía el quid de la cuestión. ¿Qué papel desempeñaba el Nazi Sarnoso en todo aquello? ¿Acaso Chad Coldren contaba con un cómplice? Posiblemente, pero lo cierto era que aquello no encajaba bien en un guión que tenía como tema la venganza. Aun considerando que Chad estuviera detrás del asunto, Myron se cuestionaba hasta qué punto un golfista repipi y ricachón habría decidido aliarse con un «cabeza rapada de pega» con su esvástica tatuada incluida.

Así pues, ¿de qué manera quedaba Myron ante todo aquello…?

Perplejo.

Al detener el coche junto a la casa de invitados, el corazón le dio un vuelco. El Jaguar de Win estaba allí, así como un Chevy Nova verde.

Oh, Dios.

Myron bajó lentamente del coche. Se fijó en la matrícula del Nova: desconocida, tal como suponía. Tragó saliva y se alejó.

Abrió la puerta principal de la casa y agradeció el súbito encontronazo con el aire acondicionado. Las luces estaban apagadas. Permaneció un instante de pie en el vestíbulo con los ojos cerrados, dejando que el aire fresco le acariciara la piel. Un enorme reloj de caja hacía tictac.

Myron abrió los ojos y encendió la luz con un gesto rápido.

– Buenas noches.

Se volvió hacia la derecha. Win estaba arrellanado en un sillón de piel de respaldo alto, junto a la chimenea. En la mano tenía una copa de coñac.

– ¿Estabas sentado ahí a oscuras? -le preguntó Myron.

– Sí.

Myron frunció el entrecejo.

– Un poco teatral, ¿no te parece?

Win encendió una lámpara cercana. Tenía el rostro sonrosado, tal vez por efecto de la bebida.

– ¿Te apuntas?

– Claro. Vuelvo enseguida.

Myron se sirvió un Yoo-Hoo frío de la nevera y tomó asiento en un sofá, frente a su amigo. Agitó la lata y la abrió. Bebieron en silencio durante un rato. Se oía el tictac del reloj. Unas sombras alargadas reptaban por el suelo formando finos zarcillos semejantes a hebras de humo. Lástima que estuvieran en pleno verano. A un marco como aquél sólo le faltaba el crepitar de un buen fuego y tal vez el aullido del viento. El aire acondicionado no causaba el mismo efecto.

Myron empezaba a sentirse a gusto cuando oyó correr el agua del váter. Dirigió a su amigo una mirada de interrogación.

– No estoy solo -explicó Win.

– Oh. -Myron recompuso su postura en el sofá-. ¿Una mujer?

– Tus dotes adivinatorias nunca dejarán de asombrarme.

– ¿La conozco? -preguntó Myron.

Win negó con la cabeza.

– Ni yo la conozco -repuso.

Como siempre… Myron miró fijamente a su amigo.

– ¿Quieres que hablemos de ello?

– No.

– Estoy dispuesto, si quieres hacerlo.

– Sí, ya lo veo.

Win hizo girar la copa entre las manos, apuró su contenido de un trago y alargó el brazo con esfuerzo para coger la botella de cristal. Hablaba con cierta dificultad. Myron trató de recordar la última vez que había visto a Win, el vegetariano, el maestro en varias artes marciales, el meditador trascendental, el hombre tan a gusto y a sus anchas en su entorno social, beber más de la cuenta.

Hacía mucho tiempo.

– Me gustaría hacerte una pregunta sobre golf -dijo Myron.

Win asintió, invitándolo a proseguir.

– ¿Crees que Jack Coldren se mantendrá al frente de la clasificación hasta el final?

Win se sirvió coñac.

– Ganará -sentenció.

– Pareces muy seguro.

– Lo estoy.

– ¿Por qué?

Win se llevó la copa a los labios y miró por encima del borde.

– He visto sus ojos.

Myron hizo una mueca.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó.

– El brillo en la mirada. Vuelve a tenerlo.

– Estás de broma, ¿verdad?

– Tal vez, pero deja que te pregunte una cosa.

– Adelante.

– ¿Qué diferencia a los grandes deportistas de los muy buenos? ¿Qué los convierte en ganadores?

– Él talento -repuso Myron-. El entrenamiento. La habilidad.

Win negó con la cabeza.

– Vamos, sé que sabes la respuesta -dijo.

– ¿Ah, sí?

– Sí. Muchos tienen talento y entrenan. Hay algo más en el arte de crear a un verdadero ganador.

– ¿Ese brillo en la mirada al que te refieres?

– Sí.

– No te pondrás ahora a cantar Eye of the Tiger, ¿verdad? -dijo Myron en tono burlón.

Win irguió la cabeza.

– ¿Quién cantaba esa canción?

El constante juego de las trivialidades. Win conocía la respuesta, por supuesto.

– Salía en Rocky II, ¿verdad?

– En Rocky III -corrigió Win.

– ¿Es en la que sale Míster T?

Win asintió.

– ¿Quién interpretaba…?

– Clubber Lange.

– Muy bien. Ahora contéstame, ¿quién cantaba la canción?

– No me acuerdo.

– El nombre del grupo era Survivor -señaló Win-. Resulta irónico teniendo en cuenta lo pronto que desaparecieron del mapa, ¿no?

– Así es -convino Myron-. ¿Y en qué consiste esa línea divisoria, Win? ¿Qué hace a un ganador?

Win tomó otro sorbo de coñac.

– El deseo -respondió.

– ¿El deseo?

– El anhelo.

– Ajá.

– No tiene nada de sorprendente -dijo Win-. Piensa en los ojos de Joe DiMaggio. O en los de Larry Bird. O en los de Michael Jordan. Recuerda las fotografías de John McEnroe en sus comienzos, o las de Chris Evert. Fíjate en Linda Coldren. -Hizo una pausa-. Mírate en el espejo.

– ¿En el espejo? ¿Yo tengo esa mirada?

– Cuando estabas en la pista -dijo Win despacio-, tus ojos eran los de un demente.

Se sumieron en un profundo silencio, Myron tomó un trago de Yoo-Hoo. El aluminio frío era agradable al tacto.

– Hablas como si todo este asunto del deseo fuese algo ajeno a ti -observó Myron.

– Lo es.

– Pamplinas.

– Soy un buen golfista -admitió Win-. Rectifico: soy un muy buen golfista. Jugué bastante en mi juventud. Incluso he ganado algún que otro torneo, pero nunca lo he deseado lo bastante como para subir al siguiente nivel.

– Yo te he visto en el ring -contraatacó Myron-. En combates de artes marciales. Y a mí me parecías lleno de esa clase de deseo.

– Se trata de algo muy distinto -pretextó Win.

– ¿Qué quieres decir?

– No considero que los torneos de artes marciales sean competiciones deportivas en las que el vencedor se lleva a casa un trofeo que le permite vanagloriarse ante colegas y amigos; como tampoco los considero competiciones que conduzcan a esa clase de emoción vacía que los más inseguros percibimos como gloria. Para mí, la lucha no es un deporte. Tiene que ver con la supervivencia. Si me permitiera perder allí -señaló hacia un ring imaginario-, podría acabar perdiendo en la vida real. -Win miró hacia arriba-. Aunque… -Su voz de desvaneció.

– ¿Aunque? -repitió Myron.

– Aunque quizás ya lo hayas comprendido.

– Vaya.

– Mira, Myron, para mí la lucha es cuestión de vida o muerte. Ahora bien, los deportistas de quienes estamos hablando se pasan de rosca. Cada competición, hasta la más banal, la contemplan como una cuestión de vida o muerte; y perder es morir.

Myron asintió. No se lo tragaba, pero qué más daba. Que hablase.

– Hay algo que se me escapa -dijo-. Si Jack experimenta ese deseo tan especial, ¿por qué no ha ganado ni un solo torneo profesional?