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– ¿Todavía estás durmiendo? -preguntó una voz que le resultó familiar.

Myron tuvo que hacer un esfuerzo para abrir los ojos. Estaba acostumbrado a que Esperanza Diaz irrumpiera en su despacho sin llamar, pero no a que lo hiciera donde dormía.

– ¿Qué hora es? -refunfuñó.

– Las seis y media.

– ¿De la mañana?

Esperanza le lanzó una de sus características miradas feroces. Con un dedo se puso unos mechones sueltos de pelo detrás de la oreja. Su piel morena hacía pensar en cruceros por el Mediterráneo a la luz de la Luna, en aguas claras, te traía la imagen de campesinas con la blusa arremangada y en olivares…

– ¿Cómo has llegado hasta aquí? -preguntó.

– Amtrack -respondió ella.

Myron aún estaba medio dormido.

– ¿Y luego qué has hecho? ¿Tomar un taxi?

– ¿Acaso eres mi agente de viajes? Sí, he tomado un taxi.

– Sólo era una pregunta.

– El idiota del conductor me ha pedido la dirección tres veces. Supongo que no está acostumbrado a traer hispanos a este barrio.

Myron se encogió de hombros.

– Lo más probable es que pensara que eras una sirvienta -dijo.

– ¿Con estos zapatos? -Esperanza alzó un pie para que se los viera.

– Muy bonitos. -Myron se incorporó como pudo, el cuerpo le imploraba un poco más de sueño-. No es que quiera darle más vueltas al tema, pero ¿se puede saber exactamente qué haces aquí?

– He conseguido cierta información relativa de el cadi.

– ¿A Lloyd Rennart?

Esperanza asintió.

– Está muerto.

– Vaya. -Myron no se esperaba aquello-. No era necesario que vinieses para decírmelo.

– Es que hay más.

– ¿Más?

– Las circunstancias que rodean su muerte son… -se mordió el labio inferior- confusas.

Myron se incorporó un poco.

– ¿Confusas?

– Según parece, Lloyd Rennart se suicidó hace ocho meses.

– ¿Cómo?

– Ésa es la parte confusa del asunto. Él y su esposa estaban de vacaciones en los Andes peruanos. Una mañana se levantó, escribió una breve nota y saltó por un precipicio, o algo así.

– Me tomas el pelo.

– No. Todavía no he conseguido reunir todos los detalles. El Philadelphia Daily News sólo sacó una nota breve al respecto. -Esperanza esbozó una sonrisa-. Según el artículo, todavía no han encontrado el cadáver.

Myron empezó a despabilarse,

– ¿Qué?

– Por lo visto, Lloyd Rennart decidió arrojarse al interior de una garganta inaccesible. Quizás a estas alturas ya hayan dado con el cadáver, pero no he encontrado ningún otro artículo sobre el caso. Ninguno de los periódicos locales ha publicado una nota necrológica.

Myron sacudió la cabeza, con el entrecejo fruncido. No había cadáver. Las preguntas que acudían a su mente resultaban obvias: ¿era posible que Lloyd Rennart siguiera con vida? ¿Había simulado su propia muerte con el fin de fraguar su venganza? Sonaba un tanto infantil, pero no podía descartarse. En tal caso, ¿por qué había esperado veintitrés años? Ciertamente, el Open de Estados Unidos se jugaba en el Merion. Aquello podía reabrir viejas heridas. Pero aun así…

– Qué raro -dijo. Levantó la vista hacia ella-. Podrías haberme contado todo esto por teléfono. No era preciso que viajaras hasta aquí.

– ¿A qué demonios viene tanto alboroto? -le espetó Esperanza-. Me apetecía pasar el fin de semana fuera de la ciudad. Se me ocurrió que ver el Open podría resultar divertido. ¿Te importa?

– Sólo era un comentario.

– ¡A veces eres tan entrometido!

– ¡De acuerdo, de acuerdo! -Myron levantó las manos en gesto de rendición-. Olvida lo dicho.

– Olvidado -dijo ella-. ¿Te importaría ponerme al corriente de lo que ha ocurrido hasta el momento?

Le refirió lo del Nazi Sarnoso del centro comercial y cómo se le había escapado el sospechoso vestido de negro.

Cuando hubo terminado, Esperanza sacudió la cabeza.

– Por Dios -se lamentó-. Sin Win estás perdido.

– Hablando de Win -dijo Myron-, no comentes el caso con él.

– ¿Por qué?

– Ha reaccionado mal.

Ella lo miró atentamente.

– ¿Cómo de mal?

– Anoche salió de ronda.

– Creía que había dejado de hacerlo -dijo ella tras una pausa.

– Lo mismo pensaba yo.

– ¿Estás seguro?

– Había un Chevy aparcado en el camino de entrada -explicó Myron-. Anoche salió con él y no regresó hasta las tres y media de la madrugada.

Win guardaba un puñado de viejos Chevys sin matricular. «Coches disponibles», los llamaba. Rastrearlos era del todo imposible.

– Estás jugando con dos barajas, Myron -dijo Esperanza en voz baja.

– ¿De qué estás hablando?

– No puedes pedirle a Win que lo haga cuando te conviene, y luego cabrearte cuando lo hace por su cuenta.

– Yo jamás le pido que haga de matón.

– Sí que lo haces. Lo involucras en acciones violentas. Cuando te conviene, le das rienda suelta, como a un perro. Como si fuese una especie de herramienta a tu disposición.

– No es cierto.

– Sí que lo es -replicó ella-. Cuando Win sale de ronda por la noche, no hace daño a ningún inocente, ¿verdad?

Myron reflexionó por un instante.

– No -admitió.

– Entonces, ¿dónde está el problema? Lo único que pasa es que elige él mismo el culpable en lugar de hacerlo tú.

Myron sacudió la cabeza.

– No es lo mismo.

– ¿Por qué? ¿Sólo porque crees que eres el único que está capacitado para tomar decisiones?

– Yo no lo envío a que agreda a nadie. Le pido que vigile a determinadas personas o que me cubra las espaldas.

– No acabo de ver la diferencia.

– ¿Sabes lo que hace en sus rondas nocturnas, Esperanza? Deambula por los peores barrios. Sus viejos camaradas del FBI le dicen dónde suelen reunirse los traficantes de drogas, dónde actúan las redes de pornografía infantil, o las bandas callejeras, y él se da una vuelta por esos sitios repugnantes en los que ningún poli con un mínimo de cordura osaría poner los pies.

– Me recuerda a Batman -dijo Esperanza.

– ¿No opinas que eso está mal?

– Desde luego -respondió ella-, pero no sé si tú piensas lo mismo.

– No te entiendo.

– Reflexiona -dijo Esperanza-. Piensa qué es lo que realmente te disgusta.

Unas pisadas se aproximaron. Win asomó la cabeza. Sonreía como un artista invitado en los títulos de crédito de Vacaciones en el mar.

– Buenos días a todos -saludó con un buen humor a todas luces exagerado. Dio un beso a Esperanza en la mejilla. Lucía el típico atuendo de golfista, aunque, a decir verdad, bastante discreto. Camisa Ashworth, gorra de golf y pantalones de pinzas color azul celeste-. ¿Te quedarás con nosotros, Esperanza? -preguntó en tono solícito.

Esperanza lo miró, miró a Myron y asintió.

– Maravilloso. Puedes instalarte en el dormitorio que hay a la izquierda del vestíbulo. -Win se volvió hacia Myron-. ¿Sabes qué?

– Soy todo oídos -dijo Myron.

– Crispin sigue interesado en reunirse contigo. Al parecer, tu desaparición de anoche le causó una profunda impresión. -Win esbozó una sonrisa y se encogió de hombros-. La estrategia del aspirante reticente. Tengo que probarla alguna vez.

– ¿Tad Crispin? ¿Hablas del auténtico Tad Crispin? -preguntó Esperanza.

– El mismo -confirmó Win, y dirigió a Myron una mirada de aprobación.

– ¡Jo!

– En efecto -dijo Win-. Bueno, tengo que irme. Nos veremos en el Merion. Estaré en la tienda de Lock-Horne la mayor parte del día. -Volvió a sonreír-. Ciao. -Se disponía a marcharse pero de pronto se volvió hacia Myron y añadió-: Casi se me olvida. -Le arrojó una cinta de vídeo-. A lo mejor esto te ahorra tiempo.