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La cinta de vídeo aterrizó en la cama.

– ¿Acaso es…?

– El vídeo del cajero automático de la sucursal del First Philadelphia -dijo Win-. Seis dieciocho del jueves por la tarde. Tal como solicitaste. -Una sonrisa más, una despedida más-. Que tengáis un buen día.

Esperanza lo observó marcharse.

– Que tengáis un buen día -repitió.

Myron se encogió de hombros.

– ¿Quién diablos era ese sujeto? -preguntó Esperanza.

– Wink Martindale -dijo Myron-. Venga. Bajemos y echemos un vistazo a esto.

12

Linda Coldren abrió la puerta antes de que Myron llamara.

– ¿Qué ocurre? -preguntó-. El cansancio se reflejaba en su rostro, acentuando los pómulos ya de por sí prominentes. Tenía la mirada perdida y apagada. No había dormido. La tensión se hacía insoportable. Era una mujer fuerte e intentaba resistir, pero la desaparición de su hijo estaba haciendo mella en su ánimo.

Myron le mostró la cinta.

– ¿Tiene un reproductor de vídeo? -preguntó.

Visiblemente aturdida, Linda Coldren lo condujo hasta el mismo televisor ante el cual la había visto por primera vez, el día anterior Jack Coldren surgió de una habitación de la parte de atrás de la casa, con la bolsa de golf al hombro. También se le veía cansado. Tenía unas profundas ojeras. Jack quiso darle la bienvenida con una sonrisa, que se extinguió en cuanto la hubo esbozado.

– Hola, Myron.

– Hola, Jack.

– ¿Qué hay de nuevo?

Myron introdujo la cinta en el reproductor de vídeo.

– ¿Conocen a alguien que viva en la calle Green Acres?

Jack y Linda se miraron.

– ¿Por qué quiere saberlo? -inquirió Linda.

– Porque anoche estuve vigilando esta casa. Vi a alguien salir por una ventana.

– ¿Una ventana? -repitió Jack, frunciendo el entrecejo-. ¿Qué ventana?

– La de su hijo.

– ¿Y qué tiene eso que ver con la calle Green Acres? -preguntó Linda tras una pausa.

– Seguí al intruso. Se metió en Green Acres y desapareció; o entró en una casa o se internó en el bosque.

Linda bajó la cabeza. Jack dio un paso al frente y dijo:

– Los Squires viven en Green Acres. Me refiero a Matthew, el mejor amigo de Chad.

Myron asintió con la cabeza al tiempo que encendía el televisor.

– Esto es una grabación de la cámara de seguridad del First Philadelphia.

– ¿Cómo la ha obtenido? -preguntó Jack.

– Eso es lo de menos.

La puerta principal se abrió y entró Bucky. El anciano, que llevaba pantalones a cuadros y un polo verde y amarillo, se aproximó al estudio efectuando sus habituales estiramientos de cuello.

– ¿Qué está pasando aquí? -inquirió.

Nadie contestó.

– He dicho que…

– Mira la pantalla, papá -le indicó Linda.

– Oh -dijo Bucky en voz baja, acercándose.

Myron seleccionó el canal tres y pulsó el botón de lectura. Todos los ojos estaban puestos en la pantalla. Myron ya había visto la cinta. Ahora estudiaba los rostros de los presentes en busca de reacciones.

En el televisor apareció una imagen en blanco y negro. Era el camino de acceso al banco. Se veía desde arriba y un tanto distorsionado, debido al ojo de pez cóncavo empleado para abarcar el mayor espacio posible. No había sonido. Myron había rebobinado la cinta hasta el punto exacto. Casi de inmediato, un coche entró en el campo de visión. La cámara se hallaba en el lado del conductor.

– Es el coche de Chad -musitó Jack Coldren.

Observaron en silencio cómo se abría la ventanilla del coche. El ángulo era un poco raro, picado hacia el coche y desde el punto de vista de la máquina, pero no cabía la menor duda. Chad Coldren iba al volante. Se asomó por la ventanilla y metió su tarjeta en la ranura del cajero automático. Sus dedos se movían sobre los botones como si de un experto mecanógrafo se tratara.

El joven Chad Coldren exhibía una sonrisa radiante y feliz.

Cuando hubo pulsado el número secreto, se arrellanó en el asiento a esperar. Dio la espalda a la cámara por un instante, volviéndose hacia el asiento del acompañante. Había alguien sentado a su lado. Una vez más, Myron esperó una reacción. Linda, Jack y Bucky miraban con los ojos entrecerrados, tratando de identificar el rostro, pero les fue imposible. Cuando Chad por fin se volvió otra vez hacia la cámara, sonreía. Cogió el dinero y la tarjeta, se acomodó en el asiento, cerró la ventanilla y se marchó.

Myron desconectó el vídeo y esperó. El silencio en la habitación era absoluto. Linda Coldren levantó la cabeza lentamente. Mantuvo una expresión firme, aunque el mentón le temblaba debido a la tensión acumulada.

– Había otra persona en el coche -señaló-. Puede que apuntara a Chad con un arma o…

– ¡Ya basta! -gritó Jack-. ¿No has visto su cara, Linda? Por el amor de Dios, ¿no te has fijado en su maldita sonrisa presuntuosa?

– Conozco a mi hijo. No haría algo así.

– No lo conoces -replicó Jack-. Admítelo, Linda. Ninguno de nosotros dos lo conoce.

– No es lo que parece -insistió ella, hablando más para sí misma que para los presentes.

– ¿Ah no? -Jack señaló el televisor al tiempo que se le enrojecía el semblante-. ¿Cómo demonios te explicas entonces lo que acabamos de ver, eh? Estaba riéndose, Linda. Se lo está pasando en grande a costa nuestra. -Hizo una pausa, luchando por contenerse-. A costa mía -se corrigió.

Linda le dedicó una prolongada mirada.

– Ve a jugar, Jack.

– Eso es exactamente lo que pienso hacer. -Jack cogió la bolsa. Sus ojos se encontraron con los de Bucky, que permanecía en silencio. Una lágrima rodó por la mejilla del anciano. Jack apartó la mirada y se dirigió hacia la puerta.

– Jack -dijo Myron requiriendo su atención.

Coldren se detuvo.

– Todavía es posible que no esté pasando lo que parece -dijo Myron.

Jack enarcó las cejas.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó.

– He seguido el rastro de la llamada que recibió anoche -explicó Myron-. Se hizo desde el teléfono público de un centro comercial.

Les refirió brevemente la visita al centro comercial Grand Mercado y el descubrimiento del Nazi Sarnoso. El rostro de Linda pasaba de la esperanza a la congoja. Estaba confusa, y Myron comprendía que así fuese. Quería que su hijo estuviera a salvo, pero, al mismo tiempo, no quería que aquello fuese una broma pesada y cruel. Difícil combinación.

– Está en peligro -dijo Linda en cuanto hubo terminado-. Esto lo demuestra.

– Esto no demuestra nada -replicó Jack Coldren con exasperación-. Los niños de papá suelen perder el tiempo en los centros comerciales y también les da por vestirse como punkis. Lo más probable es que sea un amigo de Chad.

Una vez más, Linda miró a su marido con dureza. Una vez más, le dijo en tono mesurado:

– Ve a jugar, Jack.

Jack movió los labios como si pretendiese añadir algo, pero no lo hizo. Sacudió la cabeza, se acomodó la bolsa al hombro y se marchó. Bucky cruzó la habitación y trató de abrazar a su hija, pero ésta se puso tensa con su sola proximidad. Se apartó, escrutando el rostro de Myron.

– Usted también cree que Jack está fingiendo -afirmó.

– Su explicación tiene sentido.

– ¿Eso significa que pondrá fin a la investigación?

– No lo sé -repuso Myron.

– Siga adelante -dijo ella en tono perentorio-, y le prometo que firmaré con usted.

– Linda…

– Es por lo que está metido en esto, ¿verdad? Quiere hacer negocios conmigo. Bien, pues le propongo un trato. Usted continúa con el caso y yo firmo lo que quiera. Tanto si se trata de una broma de mal gusto como si no ¿Sería un buen golpe, ¿no? Ficharía a la jugadora de golf número uno de la clasificación mundial.