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De repente, Linda Coldren los miró; primero a Myron, con expresión airada, y luego a su padre.

– Pensaba que ibas a traer a Jack -le espetó.

– Todavía no ha terminado el recorrido.

Linda señaló con la mano el televisor.

– Ya está en el hoyo dieciocho. Pensaba que ibas a esperarlo.

– He traído al señor Bolitar en su lugar.

– ¿A quién?

Myron dio un paso al frente y sonrió.

– Soy Myron Bolitar.

Linda Coldren le echó un vistazo y volvió a mirar a su padre.

– ¿Quién diablos es éste?

– Es el hombre de quien me habló Cissy -repuso Buckwell.

– ¿Quién es Cissy? -preguntó Myron.

– La madre de Win.

– Oh -exclamó Myron-. Entiendo.

– No pinta nada aquí -dijo Linda Coldren-. Deshazte de él.

– Escucha, Linda. Necesitamos ayuda.

– Pero no la suya.

– Él y Win tienen experiencia en esta clase de cosas.

– Win -sentenció ella con parsimonia- es un psicópata.

– Vaya -intervino Myron-, veo que lo conoce bien.

Linda Coldren por fin se dignó prestar atención a Myron. Sus ojos, profundos y pardos, se encontraron con los de él.

– No he hablado con Win desde que tenía ocho años -dijo ella-. Pero no es preciso saltar por encima de las llamas para saber que el fuego quema.

Myron asintió.

– Bonita analogía.

Linda Coldren soltó un bufido de desaprobación y volvió a mirar a su padre.

– Ya te he dicho que nada de policía. Haremos lo que dicen.

– Pero si no es policía -arguyó Bucky.

– Y no debías contárselo a nadie.

– Sólo se lo he contado a mi hermana -protestó Bucky-. No dirá una palabra.

Myron sintió que volvía a estremecerse.

– Espere un momento -le dijo dirigiéndose a Bucky-. ¿Su hermana es la madre de Win?

– Sí.

– Entonces, usted es el tío de Win. -Myron miró a Linda Coldren.- Y usted su prima hermana.

Ella lo miró con expresión de desdén.

– Con tamaña sagacidad -repuso en tono burlón-, me alegra tenerlo de nuestra parte. Si aún no le ha quedado claro, señor Bolitar, puedo traer una pizarra y dibujarle nuestro árbol genealógico.

– ¿Lo haría con varios colores? -preguntó Myron-. Me encantan los colorines.

Ella hizo una mueca y le dio la espalda. En el televisor, Jack Coldren se disponía a dar un putt de tres metros y medio. Linda observó atentamente. El golpe fue suave, la bola describió un arco y fue a dar justo en el hoyo. La tribuna aplaudió con entusiasmo moderado. Jack cogió la bola con dos dedos y saludó. El marcador de IBM centelleó en la pantalla. Jack Coldren iba en primera posición con una fabulosa ventaja de nueve golpes.

– Pobre cabrón -masculló Linda Coldren.

Myron guardó silencio. Bucky hizo lo mismo.

– Ha esperado este momento durante veintitrés años -prosiguió ella-. Y ahora va y lo consigue.

Myron echó un vistazo a Bucky, que lo miró y sacudió la cabeza.

Linda Coldren siguió con los ojos fijos en el televisor hasta que su marido salió en dirección a la casa club. Entonces dejó escapar un profundo suspiro y se volvió hacia Myron.

– ¿Sabe, señor Bolitar?, Jack jamás ha ganado un torneo profesional. Lo más cerca que estuvo de lograrlo fue cuando empezaba, hace ya veintitrés años, con sólo diecinueve. Fue la última vez que se celebró el Open de Estados Unidos en el Merion. Quizá recuerde los titulares.

La verdad es que no le resultaban del todo desconocidos. Los periódicos de la mañana habían publicado algunas crónicas de la época.

– Perdió el liderazgo, ¿verdad?

– Eso suena a eufemismo, pero así es -admitió Linda Coldren-. A partir de entonces su carrera ha sido cualquier cosa menos espectacular. Ha habido años en los que ni siquiera ha pasado el corte de un solo torneo.

– Le ha llevado mucho tiempo enganchar una buena racha -dijo Myron-. En el Open de Estados Unidos, quiero decir.

Ella lo miró con cierta curiosidad y se cruzó de brazos.

– Su nombre me suena -dijo-. Usted jugaba a baloncesto, ¿verdad?

– Así es.

– En la ACC. ¿Carolina del Norte?

– Duke -la corrigió.

– Eso es, Duke. Ahora lo recuerdo. Se rompió la rodilla poco después de que lo seleccionaran para la NBA.

Myron asintió.

– Aquello puso fin a su carrera, ¿no es así?

Myron asintió de nuevo.

– Tuvo que ser un duro golpe -agregó ella.

Myron no contestó.

Ella trató de quitarle importancia al asunto con un gesto de la mano.

– Lo que le ha pasado a usted no es nada comparado con lo que le ha ocurrido a Jack -dijo.

– ¿Por qué?

– Usted se lesionó. No dudo que le resultase duro, pero al menos no fue culpa suya. Jack llevaba una ventaja de seis golpes en el Open de Estados Unidos, a falta de sólo ocho hoyos. ¿Sabe lo que significa eso?

Es como tener una ventaja de diez puntos cuando sólo queda un minuto de juego en el séptimo partido de los play off de la NBA. Es como fallar un lanzamiento a canasta en el último instante y perder el campeonato. Jack no volvió a ser el mismo después de aquello. Creo que aún no lo ha superado. Desde entonces se ha pasado toda la vida esperando la ocasión de redimirse. -Se volvió hacia el televisor. El marcador aparecía de nuevo en la pantalla. Jack Col-dren seguía en cabeza con nueve golpes-. Si vuelve a perder…

No se tomó la molestia de acabar la frase. Todos guardaron silencio. Linda mantuvo la vista fija en el televisor. Bucky estiró el cuello, con los ojos húmedos y el rostro tembloroso, al borde del llanto.

– ¿Qué ha sucedido, Linda? -preguntó Myron.

– Nuestro hijo -respondió-. Lo han secuestrado.

2

– No debería contarle nada de esto -prosiguió Linda Coldren-. Dijo que lo mataría.

– ¿Quién lo dijo?

Ella respiró profundamente varias veces, como un niño en lo alto de un trampolín. Myron esperó. Le llevó unos segundos, pero por fin dio el paso decisivo.

– Esta mañana he recibido una llamada -explicó. Sus grandes ojos no paraban de moverse-. Un hombre me ha dicho que tenía a mi hijo y que si llamaba a la policía lo mataría.

– ¿Le ha dicho algo más?

– Sólo que volvería a llamar para darnos instrucciones.

– ¿Eso es todo?

Asintió con la cabeza.

– ¿A qué hora ha llamado? -preguntó Myron.

– Serían las nueve, o las nueve y media.

Myron se acercó al televisor y contempló una de las fotografías enmarcadas.

– ¿Es un retrato reciente de su hijo?

– Sí.

– ¿Qué edad tiene?

– Dieciséis. Se llama Chad.

Myron examinó la fotografía. El risueño adolescente presentaba los mismos rasgos rollizos de su padre. Llevaba una gorra de béisbol con la visera hacia atrás, al estilo de los chavales. El palo de golf, que apoyaba con orgullo en el hombro, le confería el aspecto de un miliciano con la bayoneta calada. Tenía los ojos entrecerrados como si se hallara de cara al sol. Myron inspeccionó el rostro de Chad como si éste pudiera proporcionarle alguna pista o iluminar su discernimiento. Pero no fue así.

– ¿Cuándo se ha percatado de la ausencia de su hijo?

Linda Coldren dirigió una mirada rápida a su padre, y luego irguió la cabeza, como si se preparara para que éste le propinara un cachete.

– Chad lleva dos días fuera -respondió lentamente.

– ¿Fuera? -interrogó Myron Bolitar, en tono de gran inquisidor.

– Sí.

– Cuando dice fuera…

– Quiero decir exactamente eso -me interrumpió-. No lo he visto desde el miércoles.

– ¿Y el secuestrador no ha telefoneado hasta el día de hoy?