Myron pestañeó.
– Es bastante probable que el señor Morris sea condenado -concluyó Win.
– ¿Qué se sabe de la persona que llamó para informar? ¿Actuará como testigo?
– Lo curioso -dijo Win- es que llamó desde un teléfono público y no dio su nombre. Al parecer nadie sabe de quién se trata.
– ¿Y la policía ha arrestado a Kevin Morris?
– Sí.
– Me sorprende que no lo mataras -le dijo Myron.
– Entonces es que en realidad no me conoces.
Un caballo relinchó. Win se volvió y contempló al magnífico animal. Algo extraño le oscureció el semblante por un segundo; un sentimiento de pérdida, tal vez.
– ¿Qué te hizo, Win?
Win siguió con la mirada perdida en la distancia. Ambos sabían a quién se refería Myron.
– ¿Qué te hizo para que le guardes tanto rencor?
– No te pases con las hipérboles, Myron. No soy tan simple. Mi madre no es la única responsable de mi forma de ser. Un hombre no es fruto de un único incidente, y disto mucho de estar loco, tal como antes has sugerido. Como todo ser humano, elijo mis propias batallas. Lucho un poco, tal vez más que la mayoría, y normalmente en el bando adecuado. He luchado por Billy Waters y Tyrone Duffy, pero no tengo el menor deseo de luchar por los Coldren. Ésa es mi elección. Tú, como mi amigo más íntimo, deberías respetar eso. No deberías aguijonearme ni hacerme sentir culpable por el hecho de que no me implique en una batalla en la que no me interesa participar.
Myron no estaba seguro de lo que debía decir. Se asustaba cuando no comprendía la fría lógica de Win.
– Win.
Win apartó la vista del caballo. Miró a Myron, que agregó:
– Estoy en apuros. Necesito que me ayudes.
La voz de Win se tornó de repente amable; en su rostro reflejó algo parecido a la aflicción.
– Si fuese cierto, sabes bien que estaría contigo. Pero no estás en ningún apuro del que no puedas salir con facilidad. Da marcha atrás, Myron. Tienes la opción de poner fin a tu compromiso. Arrastrarme a esto contra mi voluntad, haciendo semejante uso de nuestra amistad, está mal. Abandona, por una vez.
– Sabes que no puedo hacerlo.
Win asintió y se dirigió hacia su coche.
– Como he dicho antes, cada cual elige su propia batalla.
Cuando Myron entró en la casa de invitados, Esperanza estaba gritando:
– ¡Bancarrota! ¡Pierde un turno! ¡Bancarrota!
Myron se le acercó por detrás. Estaba viendo La rueda de la fortuna.
– ¡Esta mujer es tan codiciosa! -exclamó ella, indicando la pantalla-. Ha ganado más de seis mil dólares y sigue apostando. Me pone enferma.
La ruleta se detuvo, señalando la reluciente casilla de los mil dólares. La mujer pidió una B. Había dos. Esperanza gimió.
– Has vuelto pronto -observó-. Pensaba que salías a cenar con Linda Coldren.
– He cambiado de planes.
Ella por fin se volvió y lo miró a los ojos.
– ¿Qué ha pasado?
Myron se lo contó. Esperanza fue palideciendo a medida que escuchaba.
– Necesitas a Win -dijo cuando Myron terminó.
– No piensa colaborar.
– Tienes que tragarte ese estúpido orgullo masculino y pedírselo. Ruégaselo si es necesario.
– Acabo de hacer ambas cosas. Ha sido inútil.
En la televisión, la mujer insaciable seguía tentando a la suerte. Aquello siempre desconcertaba a Myron. ¿Por qué los concursantes que a todas luces conocían la solución del rompecabezas seguían arriesgándose? ¿Para gastar dinero? ¿Para asegurarse de que sus oponentes también conocían la respuesta?
– Sin embargo -dijo-, tú estás aquí.
Esperanza lo miró.
– ¿Y?
Él sabía cuál era la auténtica razón por la que Esperanza había acudido allí sin demora. Por teléfono le había dicho que no trabajaba bien estando sola. Aquellas palabras revelaban mucho sobre el verdadero motivo por el cual había huido de la Gran Manzana.
– ¿Me quieres ayudar? -preguntó Myron.
La mujer de la televisión se inclinó hacia delante, hizo girar la rueda y empezó a aplaudir y a chillar.
«¡Vamos, vamos, otros mil!»
Sus contrincantes también aplaudían, como si deseasen que se saliera con la suya. Era increíble.
– ¿Qué quieres que haga? -preguntó Esperanza.
– Te lo explicaré por el camino. Si me quieres acompañar.
Ambos observaron cómo la rueda perdía velocidad. La cámara se desplazó para ofrecer un primer plano. La flecha se situó finalmente sobre la palabra BANCARROTA. El público gimió. La mujer mantuvo la sonrisa, pero ahora presentaba el aspecto de alguien que acaba de recibir un puñetazo en la boca del estómago.
– Eso es un presagio -comentó Esperanza.
– ¿Bueno o malo? -se interrogó Myron.
– Ya lo veremos.
19
Las chicas seguían en la misma mesa de la zona de bares y restaurantes del centro comercial. Resultaba asombroso. El cielo soleado y el gorjeo de los pájaros invitaban a disfrutar de los largos días de verano al aire libre. Los colegios estaban cerrados y, sin embargo, montones de adolescentes perdían el tiempo encerrados en una versión magnificada de la típica cafetería de centro docente, lamentándose del día en que tendrían que regresar al colegio.
Myron sacudió la cabeza. Reprobaba la actitud de los adolescentes, signo inequívoco de juventud desaprovechada. Pronto les estaría gritando que espabilaran.
En cuanto entró en la zona de restaurantes, todas las chicas del grupo se volvieron hacia él. Era como si tuvieran detectores de personas conocidas en cada una de las entradas del recinto. Myron no titubeó. Forzando una expresión lo más severa posible, avanzó decidido hacia ellas. Mientras se acercaba, estudió sus rostros. Al fin y al cabo, no eran más que adolescentes. La culpable, Myron estaba seguro, se delataría.
Y así fue. Casi al instante.
Era la que había sido el blanco de las bromas del día anterior, de quien se habían mofado por ser la destinataria de una sonrisa del Sarnoso. Missy, Messy o algo por el estilo. Todo encajaba. El Sarnoso no había seguido el rastro de Myron. Le habían pasado la información. Lo habían planeado todo. Por eso él sabía que Myron había estado haciendo preguntas sobre él. Así se explicaba la aparente coincidencia fortuita de que el Nazi Sarnoso estuviese vagando por la zona de restaurantes hasta que apareció Myron.
Le habían tendido una trampa.
La del cabello a lo Elsa Lancaster levantó la cara y preguntó en tono prepotente:
– ¿Qué pasa?
– Aquel tío intentó matarme -espetó Myron.
Un montón de gritos de asombro. La emoción encendió sus rostros. Para la mayoría de ellas, aquello era como un programa de televisión en vivo y en directo. Sólo Missy, Messy o como se llamase permaneció inmóvil como una roca.
– Aunque no hay de qué preocuparse -prosiguió Myron-. Estamos a punto de pillarlo. En un par de horas estará bajo arresto. En estos momentos, la policía lo está buscando. Sólo quería daros las gracias por vuestra cooperación.
– Pensaba que no eras policía -dijo Missy o Messy.
– Voy de incógnito -repuso Myron.
– Oh. Vaya. Cielos.
– ¡Joder!
– ¡Jo!
– Qué alucinante.
– ¿Vamos a salir en tele?
– ¿En las noticias de las seis?
– Ese tío de Canal Cuatro es todo una monada, ¿sabes?
– Tengo el pelo hecho un asco.