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El Fugitivo asintió, temeroso.

Lamentarás haber nacido. Dios mío.

En la casa no había teléfono, de modo que no te nía que preocuparse por eso. Tras unas cuantas severas advertencias más, ligeramente sazonadas con tópicos del tipo «antes de que haya acabado contigo, me rogarás que te mate», dejó al neonazi a solas, temblando como una hoja.

Fuera no había nadie. Myron subió a su coche y se preguntó una vez más qué estarían haciendo los Coldren. ¿Habría llamado ya el secuestrador? ¿Les habría dado instrucciones? ¿Cómo afectaba la muerte de Tito al desarrollo de los acontecimientos? ¿Habría sufrido Chad una nueva mutilación o habría logrado escapar? Quizá se hubiera apoderado del arma y hubiese disparado contra alguien.

Quizás. Aunque no era probable. Más bien, algo había salido mal. Alguien había perdido el control. Alguien se había vuelto loco.

Tenía que prevenir a los Coldren.

Sí, Linda Coldren le había dado instrucciones muy precisas de que se mantuviera al margen, pero lo había hecho antes de que él encontrase un cadáver. ¿Cómo iba a quedarse cruzado de brazos dejándolos a ciegas? Alguien le había cortado un dedo a su hijo. Alguien había asesinado a uno de los secuestradores. Un «simple» secuestro, si es que tal cosa existía, se había salido de madre. La sangre había corrido gratuitamente.

Tenía que avisarles. Tenía que establecer contacto con los Coldren y ponerlos al corriente de todo lo que había descubierto.

Pero ¿cómo?

Enfiló Golf House Road. Era muy tarde, casi las dos de la mañana. No habría nadie despierto. Myron apagó los faros del coche y avanzó despacio y en silencio. Deslizó el coche hasta el pasaje que separaba una casa de otra; si por casualidad alguno de los ocupantes estaba despierto y miraba por la ventana, podría creer que el coche pertenecía a una visita de los vecinos. Se apeó y caminó lentamente hacia la casa de los Coldren.

Ocultándose aquí y allá, Myron se fue aproximando. Sabía, por supuesto, que no era posible que los Coldren estuviesen durmiendo. Jack quizás hubiese hecho un intento simbólico, pero Linda ni siquiera se habría sentado. Sin embargo, dadas las circunstancias aquello no tenía demasiada importancia.

¿Cómo establecería contacto con ellos?

No podía llamar por teléfono. No podía acercarse y golpear la puerta. Y no podía lanzar piedras contra la ventana, como el pretendiente de una mala comedia romántica. Así pues, ¿en qué situación se encontraba?

Perdido.

Avanzó de arbusto en arbusto, acercándose poco a poco hacia la casa de los Coldren, con cuidado de no ser visto. No tenía la menor idea de lo que iba a hacer, pero cuando estuvo lo bastante cerca como para detectar una luz encendida en el estudio se le ocurrió una idea.

Una nota.

Sí, escribiría una nota, contándoles su descubrimiento, advirtiéndoles que anduvieran con sumo cuidado, ofreciendo de nuevo sus servicios. Pero ¿cómo haría llegar la nota hasta la casa? Podría hacer un avión de papel con la nota y mandarla volando. Ah, claro, con las habilidades mecánicas de Myron, sin duda daría resultado. Myron Bolitar, el hermano Wright judío. ¿Qué más? ¿Atar la nota a una piedra, tal vez? ¿Y entonces qué? ¿Romper el cristal de una ventana?

Dio la casualidad que no tuvo que hacer ninguna de esas cosas.

Oyó un ruido a su derecha. Pisadas. En la calle. A las dos de la mañana.

Myron corrió a zambullirse de nuevo tras un arbusto. Las pisadas se acercaban más deprisa. Corría.

Permaneció agachado. Por un instante creyó que el corazón se le saldría de la boca. Las pisadas se oyeron cada vez más fuertes y de súbito se detuvieron. Myron miró a hurtadillas entre las ramas del arbusto. Otros setos le tapaban la visión.

Contuvo el aliento y esperó.

Las pisadas reanudaron su marcha. Más despacio ahora. Sin prisa. Con despreocupación. Como dando un paseo. Myron asomó la cabeza. Nada. Se puso en cuclillas. Se fue irguiendo lentamente, a pesar de las protestas de la rodilla lesionada. Venció al dolor. Sus ojos alcanzaron las hojas altas del arbusto. Myron se asomó y por fin vio quién era.

Linda Coldren.

Llevaba un chándal azul y zapatillas de deporte. ¿Habría salido a correr? No parecía el momento más indicado. Aunque nunca se sabía. Jack golpeaba bolas de golf. Myron lanzaba una pelota naranja contra un aro de metal. Quizás a Linda le gustaba correr de madrugada.

Aunque le parecía bastante improbable.

Se acercaba al final del camino de entrada. Myron tenía que llamar su atención. Levantó una piedra del suelo y la lanzó a ras de tierra hacia ella. Linda se detuvo y miró alrededor en actitud de alerta. Myron arrojó otra piedra. Ella miró hacia el arbusto. Myron le hizo señas con una mano. Dios, cuánta sutileza. Si Linda se había sentido lo bastante segura como para abandonar la casa, si al secuestrador no le había importado que saliera a dar un paseo nocturno, aproximarse a un arbusto tampoco debería ser motivo de alarma. No era una buena argumentación lógica, pero ya empezaba a hacerse tarde.

Si no había salido a correr, ¿qué hacía Linda en la calle a esas horas?

A no ser…

A no ser que hubiera salido a pagar el rescate.

Sin embargo, el fin de semana no había terminado y los bancos aún estaban cerrados. No podía haber reunido cien mil dólares sin ir antes a un banco. Lo había dejado bien claro, ¿no era así?

Linda Coldren se acercó despacio al arbusto.

Cuando estuvo a unos tres metros, Myron asomó la cabeza.

Linda dio un respingo.

– Lárguese de aquí -susurró entre dientes.

Él no perdió el tiempo.

– He encontrado muerto al tipo del teléfono público -le dijo en voz baja-. Dos disparos en la cabeza. El anillo de Chad estaba en su coche. Pero ni rastro del muchacho.

– ¡Lárguese!

– Sólo quería prevenirla. Tenga cuidado. Este juego va en serio.

Linda miró nuevamente alrededor, asintió y se volvió.

– ¿Cuándo es el intercambio? -preguntó Myron-. Y ¿dónde está Jack? Asegúrese de ver a Chad con sus propios ojos antes de entregar nada.

Suponiendo que Linda lo oyera, no dio ninguna muestra de ello. Enfiló deprisa el camino hacia la entrada de la casa, abrió la puerta y entró.

25

Win abrió la puerta del dormitorio.

– Tienes visita.

Myron no levantó la cabeza de la almohada. Ya no lo desconcertaba que los amigos no llamaran antes de entrar.

– ¿Quién es?

– Agentes de la ley -dijo Win.

– ¿Polis?

– Sí.

– ¿De uniforme?

– Sí.

– ¿Tienes idea de lo que quieren?

– Lo siento, pero la verdad es que no. Mejor baja a averiguarlo por ti mismo.

Myron se frotó los ojos para espabilarse y se vistió a toda prisa. Se calzó unos mocasines náuticos sin calcetines. Muy al estilo de Win.

Se cepilló los dientes, más por tener buen aliento que por la salud dental a largo plazo, y decidió calarse una gorra de béisbol en lugar de perder tiempo mojándose la cabeza. Le encantaba aquella gorra. Se la había regalado Jessica.

Los dos uniformados esperaban con paciencia policial en la sala de estar. Eran jóvenes y rebosaban salud.

– ¿El señor Bolitar? -preguntó el más alto.

– Sí.

– Le agradeceríamos que nos acompañara.

– ¿Adónde?

– El detective Corbett se lo explicará cuando lleguemos.

– ¿No puede darme una pista?

– Preferiríamos no hacerlo, señor.

Myron se encogió de hombros.

– En ese caso, andando.

Se sentó en la parte trasera del coche patrulla. Los dos uniformados ocuparon los asientos delanteros. Circularon a bastante velocidad pero sin conectar la sirena. El teléfono móvil de Myron sonó.

– ¿Os importa si contesto la llamada?