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– Por supuesto que no, señor -respondió el policía alto.

– Muy amable. -Myron pulsó la tecla de conexión-. ¿Diga?

– ¿Está solo?-Era Linda Coldren.

– No.

– No le diga a nadie que soy yo. ¿Puede venir lo antes posible? Es urgente.

– ¿Cómo que no pueden entregarlo hasta el jueves?

– Yo tampoco puedo hablar ahora. Venga cuanto antes. Y no diga nada hasta que me haya visto. Por favor. Confíe en mí. -Linda colgó el auricular.

– Muy bien, pero entonces prefiero que pongan rosquillas gratis. ¿Entendido?

Myron desconectó el teléfono celular. Miró por la ventanilla. La ruta que habían tomado los polis le resultaba en extremo conocida. Era la misma que seguía él para ir al Merion. Al llegar a la entrada del club en la avenida Ardmore, Myron vio varios coches de policía y unidades móviles de la televisión.

– ¡Maldita sea! -masculló el policía más alto.

– Ya sabías que no tardarían en enterarse -señaló su compañero.

– Es un notición -convino el alto.

– ¿No podéis adelantarme algo?

El poli más bajo se volvió hacia Myron.

– No, señor. -Miró nuevamente al frente.

– Estupendo -dijo Myron, aunque aquello le daba mala espina.

El coche patrulla avanzó sin aminorar la marcha ante el cerco de la prensa. Los reporteros se apiñaban contra las ventanillas, escrutando el interior del vehículo. Varios flashes centellearon ante el rostro de Myron. Un policía les abrió el paso. Los periodistas se fueron apartando del coche. Llegaron al aparcamiento del club. En las proximidades había por lo menos una docena de coches de policía, con y sin distintivos.

– Venga conmigo, por favor -dijo el uniformado más alto.

Myron obedeció. Recorrieron la calle del hoyo dieciocho. Un nutrido destacamento de agentes caminaba con la cabeza gacha, recogiendo trozos de Dios sabe qué y metiéndolos en bolsitas de plástico.

Era evidente que algo iba mal.

Al llegar a lo alto de la colina, Myron divisó a varias docenas de policías formando un círculo perfecto en la famosa cantera. Algunos sacaban fotografías. Fotografías de la escena del crimen. Otros estaban agachados. Cuando uno de ellos se puso en pie, Myron lo vio.

Le flaquearon las piernas.

– Oh, no…

En medio de la cantera, tumbado en el famoso obstáculo que le había costado el torneo veintitrés años atrás, yacía el cuerpo exánime de Jack Coldren.

Los policías lo observaron, analizando su reacción. Myron no reveló nada.

– ¿Qué ha sucedido? -preguntó.

– Espere aquí, por favor.

El poli más alto descendió por la colina; el más bajo permaneció junto a Myron. El alto intercambió unas cuantas palabras con un hombre vestido de paisano que Myron supuso debía de ser el detective Corbett. Corbett echó un vistazo hacia donde Myron se encontraba mientras el agente le hablaba. Hizo una seña con la cabeza al poli más bajo.

– Sígame, por favor.

Todavía aturdido, Myron avanzó con paso vacilante hacia la cantera. No quitaba los ojos del cadáver. La sangre coagulada envolvía la cabeza de Jack como si de un peluquín se tratara. El cuerpo se encontraba en una postura que nunca habría adoptado por sí mismo. Oh, Dios. Pobre tipo.

Corbett lo saludó con un efusivo apretón de manos.

– Muchas gracias por venir, señor Bolitar. Soy el detective Corbett.

Myron asintió sin salir de su asombro.

– ¿Qué ha pasado?

– Un empleado de mantenimiento lo ha encontrado a las seis de esta mañana.

– ¿Le han disparado?

Corbett esbozó una sonrisa. Tenía aproximadamente la edad de Myron y era menudo para ser policía. No sólo menudo, pues hay muchos polis menudos, sino enclenque. Lucía una gabardina al estilo Colombo. «De ver demasiada televisión», pensó Myron.

– No quisiera resultar grosero ni nada por el estilo -dijo Corbett-, pero, si no le importa, las preguntas las haré yo.

Myron echó un vistazo al cadáver. No salía de su asombro. Jack muerto. ¿Por qué? ¿Qué había ocurrido? ¿Debido a qué la policía había decidido interrogarle?

– ¿Dónde está la señora Coldren? -preguntó Myron.

Corbett miró a los dos agentes y luego a Myron.

– ¿Por qué quiere saberlo?

– Quiero asegurarme de que está sana y salva.

– Muy bien, pues -dijo Corbett, cruzándose de brazos-, en ese caso, tendría que haber preguntado «¿Cómo está la señora Coldren?», o «¿Está bien la señora Coldren?», en lugar de «¿Dónde está la señora Coldren?». Es decir, si realmente le interesa saber cómo está.

Myron miró fijamente a Corbett por espacio de varios segundos.

– Veo que es usted muy perspicaz -dijo al cabo.

– No hay motivo para ponerse sarcástico, señor Bolitar. Es sólo que parece estar muy preocupado por ella.

– Lo estoy.

– ¿Son amigos?

– Sí.

– ¿Amigos íntimos?

– ¿Cómo dice?

– Una vez más, no quisiera mostrarme grosero ni nada por el estilo -dijo Corbett-, pero dígame, ¿ha recibido usted…, ya sabe, sus favores?

– ¿Ha perdido el juicio?

– ¿Eso es un sí?

Corbett pretendía hacerle perder la calma. Myron conocía a la perfección las reglas del juego. Sería una estupidez caer en la trampa.

– La respuesta es no. No hemos tenido contacto sexual de ninguna clase.

– ¿En serio? Qué raro.

Quería que Myron picara, pero éste no lo complació.

– Verá, un par de testigos los vieron juntos en varias ocasiones durante los últimos días. La mayor parte de las veces en una tienda del village. Pasaron varias horas a solas, hablando muy arrimados. ¿Seguro que no están enrollados?

– No -repuso Myron.

– Que no están enrollados, o que no…

– No, no estamos enrollados ni nada por el estilo.

– Ajá, ya veo. -Corbett simuló que rumiaba sobre aquel dato-. ¿Dónde estuvo anoche, señor Bolitar?

– ¿Soy sospechoso, detective?

– Sólo estamos charlando amistosamente, señor Bolitar. Eso es todo.

– ¿Sabe a qué hora aproximada se produjo la muerte? -preguntó Myron.

Corbett le dedicó otra de sus cínicas sonrisas.

– Una vez más, no tengo la menor intención de resultar obtuso o grosero -dijo-, pero ahora mismo preferiría concentrarme en usted. -Su voz adquirió un tono más autoritario-. ¿Dónde estuvo anoche?

Myron recordó la reciente llamada de Linda a su teléfono móvil. Sin duda la policía ya la habría interrogado. ¿Les habría contado lo del secuestro? Probablemente no. En cualquier caso, él no era quién para mencionarlo., No sabía cómo estaban las cosas. No podía arriesgarse a decir algo que estuviera fuera de lugar; la seguridad de Chad estaba en juego. Lo mejor sería largarse de allí cuanto antes.

– Me gustaría ver a la señora Coldren.

– ¿Por qué?

– Para asegurarme de que se encuentra bien.

– Muy amable de su parte, señor Bolitar, y muy noble, pero me gustaría que contestara a mi pregunta.

– Antes quiero ver a la señora Coldren.

Corbett entornó los ojos en el más puro estilo policial.

– ¿Se niega a responder a mis preguntas?

– No, pero ahora mismo considero prioritario velar por el bienestar de mi futura cliente.

– ¿Cliente?

– La señora Coldren y yo hemos estado discutiendo la posibilidad de que firme un contrato con MB SportsReps.

– Entiendo -dijo Corbett, frotándose la barbilla-. Eso explicaría el rato que estuvieron juntos en la tienda.

– Contestaré a sus preguntas después, detective. Ahora preferiría comprobar cómo se encuentra la señora Coldren.

– Se encuentra bien, señor Bolitar.

– Me gustaría comprobarlo personalmente.

– ¿No se fía de mí?

– No es eso, pero si voy a ser el agente de la señora Coldren, ante todo tengo que estar a su disposición.