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– He intentado hablar con Linda -dijo Esme-, pero comunica todo el rato.

– ¿Has probado con la línea de Chad?

El rostro de Esme se ensombreció por una fracción de segundo.

– ¿La línea de Chad?

– Tiene su propio teléfono en la casa -explicó él-. Suponía que lo sabrías.

– ¿Por qué iba a saberlo?

Myron se encogió de hombros.

– Creía que conocías a Chad.

– Así es -admitió ella, con cautela-. Quiero decir que he estado en su casa unas cuantas veces.

– Ajá. ¿Y cuándo viste a Chad por última vez?

Esme se llevó una mano al mentón.

– Me parece que no estaba cuando fui el viernes por la noche -dijo-. La verdad es que no lo sé. Unas semanas, quizá.

Myron emitió varios chasquidos de desaprobación.

– Respuesta incorrecta.

– ¿Perdón?

– No lo entiendo, Esme.

– ¿El qué?

Myron le siguió caminando, Esme lo seguía de cerca.

– ¿Cuántos años tienes -preguntó él-, veinticuatro?

– Veinticinco.

– Eres lista, las cosas te van bien, eres atractiva, pero un adolescente… ¿A santo de qué?

Esme se detuvo.

– ¿De qué estás hablando?

– ¿De verdad no lo sabes?

– No tengo la menor idea.

Myron la miró fijamente a los ojos.

– Tú. Chad Coldren. El Court Manor Inn. ¿Me sigues?

– No.

– Venga ya.

– ¿Te lo ha dicho Chad?

– Esme…

– Miente, Myron. Dios mío, ya sabes cómo son los chicos de su edad. ¿Cómo has podido creer algo semejante?

– Está grabado, Esme.

Su expresión se alteró de golpe.

– ¿Qué?

– Parasteis en el cajero automático que está junto al motel, ¿recuerdas? Hay cámaras. Tu imagen aparece con nitidez.

Era un farol, pero un farol condenadamente bueno. Esme se fue derrumbando poco a poco. Miró alrededor y se desplomó en un banco. Se volvió hacia un edificio colonial cubierto de andamios. Los andamios, pensó Myron, arruinaban el efecto, como el pelo en las axilas de una mujer bella. No debería tener importancia, pero para él la tenía.

– Por favor, no se lo digas a Norm -le rogó ella con voz distante-. Por favor, no lo hagas.

Myron no dijo nada.

– Fui una estúpida, me consta -añadió Esme-, pero eso no debería costarme el empleo.

Myron tomó asiento a su lado.

– Cuéntame lo que pasó.

Ella lo miró.

– ¿Por qué? ¿Acaso es asunto tuyo?

– Tengo mis motivos.

– ¿Qué motivos? -La voz de Esme denotaba nerviosismo ahora-. Mira, no estoy orgullosa de lo que he hecho, pero tú no eres el guardián de mi conciencia.

– Muy bien. Entonces se lo preguntaré a Norm. Quizás él me ayude.

– ¿Ayudarte a qué? No lo entiendo. ¿Por qué me haces esto?

– Lo que necesito son respuestas. No tengo tiempo para explicaciones.

– ¿Qué quieres que te diga? ¿Que fui una estúpida? Lo fui. Podría decirte que me sentía sola en un lugar hermoso. Que me pareció un muchacho dulce y atractivo y supuse que a su edad no tendría miedo de contagios ni de compromisos. Ahora bien, en resumidas cuentas, eso no cambia mucho las cosas. Me equivoqué y lo lamento, ¿de acuerdo?

– ¿Cuándo viste a Chad por última vez?

– ¿Por qué vuelves a preguntármelo? -insistió Esme.

– Limítate a contestar a mis preguntas o se lo digo todo a Norm, te lo juro.

Ella escrutó su rostro. Él puso su cara más impenetrable, la que había aprendido de los polis duros de verdad y de los cobradores de peaje de la autopista de Nueva Jersey. Segundos después, ella confesó:

– En aquel motel.

– ¿El Court Manor Inn?

– Como se llame. No recuerdo el nombre.

– ¿Qué día fue eso? -preguntó Myron.

Reflexionó un momento.

– El viernes por la mañana. Chad aún dormía.

– ¿Has vuelto a verlo o a hablar con él desde entonces?

– No.

– ¿No hicisteis planes para volver a veros?

– No, lo cierto es que no -admitió ella en tono de desdicha-. Pensé que el chico sólo buscaba un poco de diversión, pero una vez allí me di cuenta de que se podía enamorar. No contaba con aquello. A decir verdad, me preocupó.

– ¿El qué, exactamente?

– Que se lo contara a su madre. Chad juró que no lo haría, pero ¿quién sabía de lo que era capaz de hacer si yo hería sus sentimientos? Me alivió no volver a tener noticias suyas.

Myron buscaba en su rostro alguna señal de que estaba mintiendo. Pero no encontró ninguna. Eso no significaba, sin embargo, que no existieran.

Esme cruzó las piernas.

– Sigo sin comprender por qué me preguntas todo esto. -Lo meditó un momento y de pronto se le iluminaron los ojos. Se volvió hacia Myron-. ¿Tiene algo que ver con el asesinato de Jack?

Myron no respondió.

– Dios mío. -Su voz parecía un graznido-. No puede ser que creas que Chad está implicado.

Myron esperó un instante. Todo o nada.

– No -dijo-, pero no estoy tan seguro de que no lo estés tú.

– ¿Qué? -exclamó ella, confusa.

– Creo que secuestraste a Chad.

– ¿Has perdido el juicio? ¿Secuestrarlo? Fue absolutamente de mutuo acuerdo. Chad se moría de ganas, créeme. De acuerdo, es muy joven, pero ¿acaso piensas que me lo llevé a ese motel a punta de pistola?

– No me refiero a eso -dijo Myron.

– Entonces, ¿a qué diablos te refieres? -preguntó Esme, desconcertada.

– Al salir del motel el viernes, ¿adónde fuiste?

– Al Merion. Me viste allí, ¿recuerdas?

– ¿Qué me dices de anoche? ¿Dónde estuviste?

– Aquí.

– ¿En tu suite?

– Sí.

– ¿Desde qué hora?

– Desde las ocho en adelante.

– ¿Alguien puede confirmarlo?

– ¿Por qué voy a necesitar que alguien lo confirme? -espetó.

Myron volvió a poner su expresión impenetrable, ni siquiera el aire podía atravesarla. Esme suspiró.

– Estuve con Norm hasta medianoche. Trabajando.

– ¿Y después?

– Me acosté.

– ¿El portero de noche del hotel puede verificar que no saliste de tu suite después de medianoche?

– Supongo que sí. Se llama Miguel. Es muy amable.

Miguel. Le pediría a Esperanza que se encargara de seguir aquella pista. Si la coartada de Esme era verificable, el guión de Myron se iba al traste.

– ¿Quién más estaba al corriente de lo tuyo con Chad Coldren?

– Nadie -contestó ella-. Al menos, yo no se lo he contado a nadie.

– ¿Qué hay de Chad? ¿Se lo ha contado a alguien?

– En principio, da la impresión de que te lo ha contado a ti -señaló Esme con mordacidad-. Puede que se lo haya contado a alguien más, no lo sé.

Myron reflexionó. La figura que vio salir por la ventana del dormitorio de Chad. Matthew Squires. Myron recordó sus años de adolescencia. Si hubiera conseguido acostarse con una mujer adulta tan guapa como Esme Fong, se habría muerto de ganas de contárselo a alguien, y nadie mejor que su amigo más íntimo.

Una vez más el círculo se estrechaba en torno al hijo de los Squires.

– ¿Dónde estarás si necesito ponerme en contacto contigo? -preguntó Myron.

Esme se metió la mano en un bolsillo y sacó una tarjeta.

– El número de mi teléfono móvil está aquí apuntado.

– Hasta la vista, Esme.

– Myron.

Se volvió hacia ella.

– ¿Piensas decírselo a Norm?

Parecía que lo único que la preocupaba fuera por su reputación y su empleo, no el que se hubiera cometido un asesinato. ¿O acaso no era más que una forma inteligente de distraerlo? No había forma de saberlo.