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– Bien, habrá que hacer algo al respecto -señaló Squires-. Nadie hace algo así en mi territorio. ¿Me oyes? Nadie.

Aquel tío había visto demasiadas películas de gángsteres.

– Quienquiera que lo haya hecho, es hombre muerto -añadió-. ¿Me oye? Los quiero muertos. ¡Muertos! ¿Comprende lo que estoy diciendo, señor Bolitar?

– Muertos -dijo Myron, asintiendo.

La sombra de Squires lo señaló con un dedo.

– Encuéntrelo para mí. Descubra quién hizo esto y entonces llámeme. Yo me haré cargo. ¿Lo comprende, señor Bolitar?

– Lo llamo. Usted se encarga.

– Ahora, váyase. Encuentre a ese miserable cabrón.

– Eso está hecho, señor Squires -dijo Myron-, pero el caso es que necesito ayuda.

– ¿Qué clase de ayuda?

– Con su permiso, me gustaría hablar con su hijo Matthew. Necesito averiguar qué sabe sobre este asunto.

– ¿Qué le hace pensar que él está al corriente de algo?

– Es el mejor amigo de Chad. Puede que haya oído o visto algo. No lo sé, señor Squires, pero me gustaría comprobarlo.

Se produjo un breve silencio.

– Hágalo -dijo Squires al cabo-. Carl lo acompañará de regreso al colegio. Matthew hablará sin ninguna traba con usted.

– Gracias, señor Squires.

La luz se apagó, sumiéndolos de nuevo en una densa oscuridad. Myron tanteó el camino hasta la puerta del coche. Esperanza, que seguía «recobrándose», se las ingenió para hacer lo mismo. También Carl. Los tres subieron al coche.

Myron se volvió y miró a Carl, que se encogió de hombros y dijo:

– Imagino que olvidó tomar la medicación.

32

– Chad me dijo que se había ligado a una tía mucho mayor que él.

– ¿Te dijo cómo se llamaba? -preguntó Myron.

– Qué va -respondió Matthew Squires-. Sólo me dijo que era para fardar.

– ¿Para fardar?

– Ya sabes; era china.

Dios mío.

Myron estaba sentado frente a Matthew Squires. El chaval era de cuidado… Llevaba el pelo largo y estropajoso, con raya en medio, y hasta los hombros. Tenía la cara picada de viruelas. Medía más de un metro ochenta y debía de pesar unos cincuenta y cinco kilos. Myron se preguntó cómo habría sido para aquel chico crecer al lado de un padre como el suyo.

Carl estaba a su derecha. Esperanza había tomado un taxi para ir a comprobar la coartada de Esme Fong y seguir hurgando en el pasado de Lloyd Rennart.

– ¿Te dijo Chad dónde se encontraba con ella?

– Claro; ese antro es como la guarida de mi viejo.

– ¿Sabía Chad que tu padre es el dueño del Court Manor?

– Qué va. Como que no hablamos del dinero de papá ni nada por el estilo. No es legal, ¿sabes a qué me refiero?

Myron y Carl cambiaron una mirada. Los dos se compadecían de la juventud de hoy en día.

– ¿Fuiste con él al Court Manor?

– Ni hablar. Fui más tarde. Ya sabes, me imaginé que el tío querría salir de marcha después de pasárselo en grande. Como para celebrarlo.

– ¿A qué hora fuiste al Court Manor?

– A las diez y media o las once, más o menos.

– ¿Viste a Chad?

– Qué va. Las cosas se pusieron como raras enseguida. No tuve ocasión.

– ¿Qué quieres decir con «como raras»?

Matthew Squires titubeó. Carl se inclinó hacia él.

– Adelante, Matthew. Tu padre quiere que le cuentes todo lo que sepas.

El muchacho asintió.

– Vale. Cuando metí mi Mercedes en el aparcamiento, vi al viejo de Chad.

Myron sintió náuseas de repente.

– ¿Te refieres a Jack Coldren? ¿Viste a Jack Coldren? ¿En el Court Manor Inn?

Squires asintió.

– Estaba ahí, sentado en el coche -dijo Matthew-. Al lado del Honda de Chad. Se lo veía hecho polvo. Yo no quería líos, así que me las piré.

Myron procuró no mostrarse desconcertado. Jack Coldren en el Court Manor Inn. Su hijo en una habitación follando con Esme Fong. La noche anterior a que Chad fuese secuestrado.

¿Qué diablos estaba pasando?

– El viernes por la noche -prosiguió Myron-, vi que alguien salía por la ventana de la habitación de Chad. ¿Eras tú?

– Sí.

– ¿Te importa decirme qué hacías allí? -Quería saber si Chad estaba en casa. Así es como lo hacemos. Trepo hasta su ventana. Como hacía Vinny con Doogie Howser. ¿Te acuerdas de esa serie?

Myron asintió. La recordaba, lo cual no dejaba de ser lamentable.

No había mucho más que sonsacar al joven Matthew. Cuando terminaron, Carl acompañó a Myron hasta su coche.

– Todo esto es muy raro -musitó.

– Desde luego.

– ¿Llamará cuando descubra algo?

– Sí. -Myron no se tomó la molestia de decirle que Tito ya estaba muerto-. Buen golpe, por cierto. Me refiero al puñetazo fingido que le diste a Esperanza.

Carl sonrió.

– Somos profesionales. Me disgusta que se haya dado cuenta.

– Si no hubiese visto a Esperanza en el ring no lo habría notado. Buen trabajo, Carl, muy bueno. Puedes estar orgulloso.

– Gracias.

Carl le tendió la mano. Myron se la estrechó. Subió al coche y arrancó. ¿A dónde debía dirigirse ahora?

De regreso a casa de los Coldren, supuso.

Seguía sintiendo vértigo a causa de la última revelación: Jack Coldren había estado en el Court Manor Inn. Había visto el coche de su hijo aparcado allí. ¿Cómo diablos encajaba aquello? ¿Jack Coldren había seguido a Chad? Tal vez. ¿Estaba allí por pura casualidad? Era improbable. Entonces, ¿qué otras opciones quedaban? ¿A santo de qué iba Jack Coldren a seguir a su hijo? Y ¿desde dónde lo había seguido? ¿Desde la casa de los Squires? ¿Tenía sentido? Primero el tipo juega en el Open, realiza un excelente primer recorrido, y luego se planta frente a la finca de los Squires a esperar a que salga su hijo.

Imposible.

«Para el carro, Myron -se dijo-. Supón que Jack Coldren no haya seguido a su hijo. Supón que haya seguido a Esme Fong.»

Algo en su cerebro hizo clic.

Quizá Jack Coldren también hubiese tenido una aventura con Esme Fong. Su matrimonio iba a la ruina. Esme Fong era un tanto retorcida. Si había seducido a un adolescente, ¿qué le impedía seducir a su padre? Aunque, en cualquier caso, ¿qué sentido tendría? ¿Acaso Jack estaba acechándola? ¿Había descubierto de un modo u otro la aventura amorosa de su hijo?

Y la pregunta más importante: ¿qué relación tenía todo aquello con el secuestro de Chad y el asesinato de Jack?

Llegó a casa de los Coldren. Habían podido mantener a raya a los periodistas, pero había por lo menos una docena de policías. Estaban sacando cajas de cartón. Tal y como Victoria Wilson había temido, la policía había obtenido una orden de registro.

Myron aparcó a la vuelta de la esquina y se dirigió caminando hacia la entrada. La cadi de Jack, Diane Hoffman, estaba sentada a solas en el bordillo, al otro lado de la calle. Recordó la última vez que la había visto en casa de los Coldren; había sido en el patio trasero, discutiendo con Jack. También cayó en la cuenta de que había sido una de las pocas personas que sabían lo del secuestro; ¿acaso no había estado presente cuando Myron habló del asunto por primera vez con Jack, en el campo de prácticas?

Tenía que mantener una conversación con ella.

Diane Hoffman fumaba un cigarrillo. Varias colillas a sus pies indicaban que llevaba bastante tiempo apostada allí. Myron se aproximó.

– Hola -la saludó-. Nos conocimos el otro día.

Ella levantó la vista, dio una profunda calada a su cigarrillo y soltó el humo con fuerza.

– Lo recuerdo. -Su voz áspera sonaba como unos neumáticos viejos sobre una calzada pedregosa.

– La acompaño en el sentimiento -dijo Myron-. Usted y Jack debían de estar muy unidos.

– Sí -respondió Diane tras otra calada.

– La del golfista y su cadi tiene que ser una relación muy estrecha.