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Diane lo miró fijamente, entornando los ojos con suspicacia.

– Sí -repuso.

– Casi como marido y mujer, o como socios en un negocio.

– Algo por el estilo.

– ¿Nunca discutían?

Diane se echó a reír, hasta que una tos seca interrumpió sus carcajadas. Cuando recobró el habla, preguntó:

– ¿Por qué diablos quiere saberlo?

– Porque los vi discutir.

– ¿Qué?

– El viernes por la noche. Estaban en el patio trasero. Usted lo insultó y arrojó el cigarrillo muy disgustada.

– ¿Es usted una especie de Sherlock Holmes, señor Bolitar? -preguntó ella con una sonrisa.

– No. Sólo le hago una pregunta.

– Y yo puedo decirle que se ocupe de sus jodidos asuntos, ¿verdad?

– Verdad.

– Muy bien. Entonces ya sabe a qué atenerse. -La sonrisa se ensanchó. No era una sonrisa particularmente dulce-. Pero antes, para ahorrarle tiempo, le voy a decir quién mató a Jack. Y también quién secuestró al chico, si quiere.

– Soy todo oídos.

– Esa zorra de ahí dentro. -Señaló hacia la casa con el pulgar-. La misma que le ha sorbido el seso.

– A mí no me ha sorbido el seso nadie -repuso Myron.

Diane Hoffman rió con sarcasmo.

– Claro.

– ¿Qué le hace estar tan segura de que fue Linda Coldren?

– La conozco.

– Eso no es una gran respuesta, que digamos.

– Pues mala suerte. Lo hizo su novia. ¿Quiere saber por qué discutíamos Jack y yo? Se lo voy a decir. Le dije que era un gilipollas si no informaba a la policía del secuestro. Me dijo que él y Linda pensaban que era lo mejor. -Otra risa sarcástica-. Él y Linda…, joder.

Myron la observaba. Algo seguía sin encajar.

– ¿Cree que fue idea de Linda no llamar a la policía?

– Ha dado en el clavo. Ella raptó al chico. Todo era un gran montaje.

– ¿Por qué haría algo semejante?

– Pregúnteselo a ella. Tal vez se lo cuente.

– Se lo pregunto a usted.

Diane sacudió la cabeza.

– No le será tan fácil. Ya le he dicho quién lo hizo. Con eso basta, ¿no le parece?

Era el momento de enfocar el asunto desde otro ángulo.

– ¿Durante cuánto tiempo ha sido cadi de Jack? -preguntó.

– Un año.

– ¿Por qué la eligió Jack?

– Podría haber elegido a cualquiera. Jack no escuchaba a los cadis desde el incidente con el viejo Lloyd Rennart.

– ¿Conoció a Lloyd Rennart?

– No.

– Entonces, ¿por qué la contrató Jack?

Ella no contestó.

– ¿Se acostaban juntos usted y él?

Diane Hoffman volvió a reír y toser. Con ganas.

– ¡Pero qué dice! -Más carcajadas-. ¿Con Jack?

Alguien lo llamó por su nombre. Se volvió en redondo. Era Victoria Wilson. Parecía adormilada como siempre, pero le hacía señas con premura. Bucky estaba a su lado. Daba la impresión de que la primera corriente de aire se lo llevaría volando.

– Más vale que vaya -dijo Diane en tono de sorna-. Creo que su novia va a necesitar ayuda.

Él le dedicó una última mirada y se encaminó hacia la casa. Antes de que hubiese avanzado tres pasos, el detective Corbett le dio alcance.

– Necesito hablar con usted, Bolitar.

Myron pasó rozándolo.

– Enseguida.

Cuando llegó junto a Victoria Wilson, ésta dijo:

– No hable con los polis. Es más, váyase a casa de Win y no se mueva de allí.

– Me encanta recibir órdenes -ironizó Myron.

– Lamento herir su dignidad masculina -dijo en un tono que hacía patente que le importaba un comino-, pero sé lo que hago.

– ¿La policía ha encontrado el dedo?

Victoria Wilson se cruzó de brazos.

– Sí.

– ¿Y?

– Y nada.

Myron miró a Bucky, que apartó la vista. Volvió a dirigir su atención hacia Victoria Wilson.

– ¿No han hecho preguntas?

– Han preguntado y nos hemos negado a responder.

– Pero el dedo podría exonerarla.

Victoria Wilson suspiró y le dio la espalda.

– Váyase a casa, Myron. Lo llamaré si surge alguna novedad.

33

Había llegado la hora de enfrentarse a Win.

Mientras conducía, Myron ensayó distintas formas de plantear el asunto. Ninguna le parecía la apropiada, aunque lo cierto es que no importaba demasiado. Win era su amigo. Llegado el momento, Myron le transmitiría el mensaje y él haría lo que tuviera que hacer.

La cuestión más delicada, no obstante, era si el mensaje debía llegar a su destinatario o no. Myron sabía que la represión es perniciosa, pero ¿acaso alguien deseaba realmente correr el riesgo de liberar la rabia contenida de Win?

Sonó el teléfono móvil. Myron contestó. Era Tad Crispin.

– Necesito que me ayude -dijo Tad.

– ¿Qué ocurre?

– La prensa me está presionando para que haga una declaración. No estoy muy seguro de lo que debo decir.

– Nada -dijo Myron-. No digas nada.

– Sí, de acuerdo, pero no es tan fácil. Learner Shelton, el comisionado de la Asociación de Golf, me ha llamado dos veces. Quiere organizar una gran ceremonia de entrega de premios mañana. Nombrarme campeón del Open. No sé bien qué debo hacer.

«Chico listo -pensó Myron-. Sabe que si maneja mal este asunto puede salir muy perjudicado.»

– Tad.

– ¿Sí?

– ¿Me estás contratando?

Los negocios seguían siendo los negocios. El trabajo de agente no tenía nada que ver con la caridad.

– Sí, Myron, está contratado.

– Muy bien, pues entonces presta atención. Antes habrá que resolver una serie de detalles, como porcentajes y esa clase de cosas; en su mayor parte, pura rutina. -El secuestro, la amputación de miembros, el asesinato, nada impedía al todopoderoso agente tratar de ganarse el pan-. Mientras tanto, no digas nada. Mandaré un coche a recogerte dentro de dos horas. El chófer te avisará por teléfono antes de llegar. Métete directamente en el coche y no abras la boca. Te griten lo que te griten los periodistas tú guarda silencio. No sonrías ni saludes. Muéstrate alterado, adusto. Acaban de asesinar a un hombre, y eso tiene que afectarte de algún modo. El conductor te traerá a la finca de Win. Una vez que estés aquí, discutiremos la estrategia a seguir.

– Gracias, Myron.

– No, Tad, gracias a ti.

Sacar provecho de un asesinato. Myron no se había sentido tan como un agente de verdad en toda su vida.

Los periodistas habían acampado a la entrada de la finca de Win.

– He contratado guardas adicionales para la velada -explicó Win, con una copa vacía de coñac en la mano-. Si alguien se acerca a la verja, he dado instrucciones de disparar a matar.

– Te lo agradezco.

Win le dedicó una rápida inclinación de la cabeza y sirvió otra copa de Grand Marnier. Myron fue a buscarse una lata de Yoo-Hoo a la nevera. Después, ambos se sentaron.

– Ha telefoneado Jessica -dijo Win.

– ¿Aquí?

– Sí.

– ¿Por qué no me ha llamado al móvil?

– Quería hablar conmigo -contestó Win.

– Vaya. -Myron agitó el Yoo-Hoo, tal como aconsejaba la lata-. ¿Sobre qué?

– Estaba preocupada por ti -repuso Win.

– ¿Por qué?

– En primer lugar, sostiene que le dejaste un mensaje muy enigmático en el contestador.

– ¿Te ha explicado lo que le dije?

– No. Sólo que tu voz sonaba tensa.

– Le dije que la quería. Que siempre la querría.

Win tomó un sorbo y asintió como si aquello lo explicara todo.

– ¿Qué pasa? -preguntó Myron.

– Nada -contestó Win.

– No, dímelo. ¿Qué pasa?

Win dejó la copa y juntó las yemas de los dedos.

– ¿A quién tratabas de convencer? -inquirió-. ¿A ella o a ti?

– ¿Qué diablos significa esto?

– Nada -respondió Win, cerrando los puños.