– Tú sabes cuánto quiero a Jessica -replicó Myron.
– En efecto -convino Win.
– Sabes por lo que he pasado para recuperarla.
– En efecto.
– Sigo sin comprenderlo. -Myron sacudió la cabeza-. ¿Por eso te ha llamado Jessica? ¿Porque mi voz le pareció tensa?
– Bueno, no del todo. Se había enterado del asesinato de Jack Coldren. Es normal que estuviese preocupada. Me ha pedido que te cubriera las espaldas.
– ¿Qué le has contestado?
– Que no.
Silencio. Win alzó la copa. Hizo girar el líquido e inhaló profundamente su aroma.
– Dime, ¿de qué querías que habláramos?
– Hoy me he encontrado con tu madre.
Win dio un sorbo con parsimonia. Dejó que el líquido corriera por su lengua mientras estudiaba el fondo de la copa. Después de tragar, dijo:
– Haz como si la sorpresa me hubiese dejado boquiabierto.
– Quería que te diera un mensaje.
Win esbozó una sonrisa.
– Supongo que mi querida mamá te ha contado lo que sucedió.
– Sí.
La sonrisa se hizo más abierta.
– Así que ahora ya lo sabes todo, ¿eh, Myron?
– No.
– Oh, vamos, vamos, no seas tan benevolente conmigo. Regálame un poco de esa psicología barata que tanto te gusta. Un niño de ocho años presenciando cómo su madre gruñía a cuatro patas con otro hombre; sin duda eso me marcó emocionalmente. ¿Acaso no podríamos seguir la evolución de mi personalidad desde entonces hasta hoy, descubrir lo que he llegado a ser? ¿Acaso ese ruin episodio no explica por qué trato a las mujeres de la forma en que lo hago, por qué he construido una barrera entre yo y mis emociones, por qué elijo los puños cuando otros eligen las palabras? Vamos, Myron. Seguro que has considerado todo esto y más… Desembucha. Estoy seguro de que será muy edificante.
Myron esperó un momento.
– No estoy aquí para analizarte, Win.
– ¿No?
– No.
– En ese caso -repuso Win en tono gélido- borra esa expresión de piedad de tu rostro.
– No es piedad -replicó Myron-. Es preocupación.
– Vamos, hombre.
– Puede que sucediera hace veinticinco años, pero tuvo que dolerte. Quizá no haya modificado tu conducta. Quizás hubieras terminado siendo exactamente la misma persona que eres ahora, pero eso no significa que no te doliera.
Win levantó la copa. Estaba vacía. Se sirvió más coñac.
– Ya no tengo más ganas de discutir sobre esto -dijo-. Ahora ya sabes por qué no quiero tener nada que ver con Jack Coldren ni con mi madre. Cambiemos de tema.
– Queda pendiente el asunto del mensaje -señaló Myron.
– Ah, sí, el mensaje. Estás enterado, si no me equivoco, de que mi querida mamá sigue enviándome regalos por mi cumpleaños y en las fiestas señaladas.
Myron asintió. Nunca lo habían comentado, pero estaba al corriente.
– Los devuelvo sin abrir -añadió Win. Tomó otro sorbo-. Me parece que haré lo mismo con este mensaje.
– Se está muriendo, Win. Cáncer. Le queda una semana, quizá dos.
– Ya lo sé.
Myron se echó hacia atrás en la butaca. Tenía la garganta reseca.
– ¿Eso es todo lo que tenías que decirme? -preguntó Win.
– Ella quería que supieras que tienes una última oportunidad para arreglar las cosas -dijo Myron.
– La verdad es que en eso lleva razón. Cuando haya muerto, charlar nos va a resultar imposible.
Myron ya no sabía cómo convencerlo.
– No espera una gran reconciliación, pero si hay cuestiones que necesitas resolver… -Myron dejó la frase sin concluir. Estaba siendo redundante y obvio. Win detestaba aquello.
– ¿Eso es todo? -preguntó Win-. ¿Ése es tu gran mensaje?
Myron asintió.
– Pues muy bien. Voy a encargar comida china. Espero que te apetezca.
Win se levantó de su asiento y se dirigió hacia la cocina.
– Afirmas que aquello no te cambió -apuntó Myron-, pero dime una cosa: antes de aquel día, ¿la querías?
El rostro de Win era impenetrable.
– ¿Quién dice que no la quiera ahora?
34
El chófer condujo a Tad Crispin a través de la puerta trasera.
Win y Myron estaban viendo la televisión. Pasaron un anuncio de Scope. Unos cónyuges acostados se despertaban y volvían la cabeza con repugnancia. «¿Mal aliento matinal?» -informaba una voz en off-. Necesitas Scope. Scope elimina el mal aliento matinal.
– Tanto como el hábito de lavarse los dientes -observó Myron.
Win asintió. Myron abrió la puerta y condujo a Tad hasta la sala de estar. Tad tomó asiento en un sofá frente a Myron y Win. Miró alrededor, buscando quizás algún lugar donde posar la vista, pero no tuvo la suerte de hallarlo. Sonrió casi sin atreverse a hacerlo.
– ¿Te apetece tomar algo? -preguntó Win.
– No, gracias. -Otra sonrisa insegura.
Myron se inclinó hacia delante.
– Tad, háblanos de la llamada que efectuó Learner Shelton.
El muchacho se lanzó de cabeza.
– Me ha dicho que quería felicitarme por mi victoria. Que la Asociación de Golf me había declarado oficialmente vencedor del Open. -Tad se detuvo, como si por algún motivo se sintiese confuso. Ganar el Open de Estados Unidos era un sueño hecho realidad.
– ¿Qué más te ha dicho?
– Celebrará una rueda de prensa mañana por la tarde -repuso Crispin-, en el Merion. Me entregarán el trofeo y un cheque de trescientos sesenta mil dólares.
Myron no perdió el tiempo.
– Ante todo, diremos a los medios de comunicación que tú no te consideras ganador campeón del Open. Si ellos deciden darte ese título, estupendo. Si la Asociación de Golf quiere llamarte «campeón», estupendo. Tú, sin embargo, consideras que el torneo terminó en empate. La muerte no debería arrebatarle a Jack Coldren su magnífica actuación ni su derecho al título. Terminó en empate, y empate sigue siendo. Desde tu posición ventajosa, consideras que sois covencedores. ¿Lo entiendes?
– Creo que sí -contestó Tad, indeciso.
– Bien, luego está el asunto del cheque. Si insisten en entregarte íntegro el premio, tendrás que donar la parte de Jack a la beneficencia.
– En favor de las víctimas de la violencia -añadió Win.
Myron asintió.
– Eso estaría bien. Algo contra la violencia…
– Un momento -lo interrumpió Tad. Se frotaba las palmas de las manos en los muslos-. ¿Pretenden que regale ciento ochenta mil dólares?
– Habrá que descontar los impuestos -dijo Win-. Eso reduce la suma a la mitad.
– Y será una miseria comparado con la propaganda favorable que obtendrás -agregó Myron.
– Pero estaba remontando -insistió Tad-. Habría vencido.
Myron se acercó un poco más a él.
– Eres deportista, Tad. Eres competitivo y estás muy seguro de ti mismo. Eso está bien, ¡qué diablos, es fantástico! Pero no es recomendable en este caso… El asesinato de Jack trasciende el ámbito de lo deportivo. Para la mayoría de la gente será la primera vez que oiga hablar de Tad Crispin. Queremos que todo el mundo vea en ti a un tipo simpático, ¿no es eso? A una persona decente, modesta y digna de confianza. Si ahora nos jactamos de lo buen golfista que eres, si hacemos hincapié en tu éxito más que en la tragedia, la gente pensará que eres un tipo sin escrúpulos, y te convertirás en un ejemplo más de la falta de ética de la que hacen gala tantos deportistas en la actualidad. ¿Entiendes lo que trato de decirte?
Tad asintió.
– Creo que sí.
– Tenemos que presentarte al público bajo una luz determinada. Debemos controlar la situación en la medida de lo posible.
– Entonces, ¿concederemos entrevistas? -preguntó Tad.
– Muy pocas.
– Pero si deseamos publicidad…
– Debemos ser muy cuidadosos en este sentido -señaló Myron-. Esta historia es ya de por sí tan importante que lo último que necesitamos es hacerle excesiva propaganda. Quiero que te muestres reservado y serio, Tad. Verás, tenemos que mantener el equilibrio adecuado. Si aceptamos todas las entrevistas que nos propongan, parecerá que estemos sacando provecho del asesinato de Jack.