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– Desastroso -apostilló Win.

– Exacto. Lo que queremos es controlar el flujo de información. Alimentar a la prensa con pequeños bocados. Nada más.

– Quizás una entrevista -dijo Win- en la que aparezcas terriblemente contrito.

– Con Bob Costas, quizá.

– O incluso Barbara Walters.

– Y no anunciaremos tu generoso donativo.

– Correcto, nada de rueda de prensa. Eres demasiado cabal para semejante fanfarronada.

Aquello desconcertó a Tad.

– ¿Cómo se supone que obtendremos buena prensa si no lo anunciamos?

– Lo filtraremos -dijo Myron-. Haremos que alguien de la institución benéfica en cuestión se lo cuente a un reportero entrometido, por ejemplo, o algo por el estilo. La clave es que Tad Crispin debe ser un tipo demasiado modesto como para andar haciendo publicidad de sus propias obras de caridad. ¿Captas cuál es nuestro propósito?

El asentimiento de Tad fue, esta vez, algo más entusiasta. Se iba animando. Myron se sentía como un sinvergüenza. Maestro tejedor, otro más de los títulos que deben ostentar los agentes deportivos de hoy en día. Ser agente no siempre era loable. A veces tenías que ensuciarte un poco las manos y la reputación. No es que a Myron le gustara hacerlo, pero estaba más que dispuesto cuando se daba el caso. Los medios de comunicación presentarían los hechos de una forma; él los presentaría de otra. A pesar de todo, no se sentiría peor que un hipócrita estratega político después de un debate. Aunque la verdad es que era difícil caer más bajo.

Discutieron diversos pormenores durante un rato más. Tad comenzó a mostrarse inquieto de nuevo.

Volvía a frotar las palmas contra el pantalón. Cuando Win se ausentó por un momento de la habitación, susurró:

– He visto en el telediario que es el abogado de Linda Coldren.

– Uno de ellos.

– ¿También es su agente?

– Tal vez -dijo Myron-. ¿Por qué?

– Entonces también es abogado, ¿verdad? ¿Estudió en la facultad de derecho y todo lo demás?

Myron no estaba muy seguro de que le gustara el terreno que le hacían pisar.

– Sí.

– En ese caso, también puedo contratarlo como abogado, ¿verdad? No sólo como agente.

Definitivamente no le gustaba nada el terreno que pisaba.

– ¿Por qué ibas a precisar tú los servicios de un abogado, Tad?

– No digo que lo necesite, pero si así fuera…

– Todo lo que quieras decirme es confidencial -le informó Myron.

Tad Crispin se puso en pie. Extendió los brazos y tomó entre las manos un palo de golf imaginario. Realizó un swing. Los golfistas son los únicos deportistas que hacen esa clase de cosas. A Myron, por ejemplo, nunca se le habría ocurrido detenerse frente a los escaparates de las tiendas para estudiar el reflejo de su lanzamiento en la luna de cristal.

Golfistas.

– Me sorprende que no esté enterado a estas alturas -dijo Tad despacio.

No obstante, el hormigueo que Myron empezó a sentir en la boca del estómago le auguraba que quizá sí lo estaba.

– ¿Que no esté enterado de qué, Tad?

Tad efectuó otro swing. Detuvo el movimiento para estudiar su backswing. Entonces, de pronto, una expresión de pánico apareció en su rostro. Arrojó el palo imaginario al suelo.

– Sólo ha sido un par de veces -dijo en tono vacilante-. No fue nada trascendente, en realidad. Quiero decir que nos conocimos mientras filmábamos esos anuncios para Zoom. -Lanzó a Myron una mirada de súplica-. Usted la ha visto, Myron. Quiero decir, ya sé que tiene veinte años más que yo, pero es muy atractiva… Me dijo que su matrimonio se estaba viniendo abajo…

Myron no oyó el resto del discurso; se sentía demasiado aturdido para ello. Tad Crispin y Linda Coldren. Parecía imposible y, sin embargo, tenía sentido. Un hombre joven sucumbe a los encantos de una mujer atractiva mucho mayor que él. La belleza madura atrapada en un matrimonio sin amor se evade en los brazos de un apuesto atleta. La verdad es que no había en ello nada censurable.

Tad proseguía con su monólogo. Myron lo interrumpió.

– ¿Jack lo descubrió?

– No lo sé -respondió Tad-, pero creo que es posible.

– ¿Qué te hace pensar eso?

– La forma en que se comportaba. Hicimos dos recorridos juntos. Ya sé que éramos contrincantes y que pretendía intimidarme, pero aun así tengo la impresión de que estaba enterado.

Myron hundió la cara entre las manos. Aquello le revolvía el estómago.

Myron tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a reír.

– ¿Cree que saldrá a la luz? -preguntó Tad.

Myron tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a reír. Aquello iba a convertirse en una de las mayores noticias del año. Los medios de comunicación se abalanzarían como buitres sobre la carroña.

– No lo sé, Tad.

– ¿Qué vamos a hacer?

– Confiar en que no trascienda.

Tad estaba asustado.

– ¿Y si trasciende?-Tad estaba visiblemente asustado.

Myron se volvió hacia él. Tad Crispin era tan jodidamente joven… La mayoría de los muchachos de su edad todavía andaba gastando bromas alegremente en los clubes de estudiantes. Y si uno se paraba a pensarlo, ¿qué había hecho Tad en realidad que fuese tan malo? ¿Acostarse con una mujer madura que por alguna extraña razón seguía empeñada en conservar un matrimonio a todas luces fracasado? No podía decirse que fuese antinatural. Myron trató de imaginarse a sí mismo con la edad de Tad. Si una mujer madura tan atractiva como Linda Coldren hubiese querido ligar con él, ¿habría sabido resistirse?

Probablemente no; ni entonces ni ahora.

Pero ¿qué pasaba con Linda Coldren? ¿Por qué esa obsesión por un matrimonio que ya estaba muerto? ¿Por convicciones religiosas? Era poco probable. ¿Por su hijo? El chico tenía ya dieciséis años. Quizá; no le resultara fácil una separación, pero lo soportaría.

– Myron, ¿qué pasará si la prensa lo descubre?

De pronto, Myron ya no pensaba en los periodistas, sino en la policía. Pensaba en Victoria Wilson y en la duda razonable. Lo más seguro era que Linda Coldren le hubiese contado a su as de la abogacía el romance con Tad Crispin.

¿A quién declaraban vencedor del Open ahora que Jack Coldren estaba muerto?

¿A quién podía preocuparle perder frente a un reputado acojonado delante de un público masivo?

¿Quién tenía los mismos motivos para matar a Jack Coldren que antes Myron había atribuido a Esme Fong?

¿Quién corría el riesgo de ver manchada su intachable reputación por un divorcio de los Coldren, sobre todo si Jack sacaba a relucir la infidelidad de su esposa?

¿Quién tenía un aventura amorosa con la viuda del muerto?

La respuesta a todas aquellas preguntas estaba sentada delante de él.

35

Tad Crispin se marchó poco después.

Myron y Win se instalaron en el sofá. Pusieron Broadway Danny Rose, una de las obras maestras más infravaloradas de Woody Allen. Menudo peliculón.

Durante la escena en la que Mia arrastra a Woody a visitar a la pitonisa, llegó Esperanza.

Se llevó una mano a la boca y tosió.

– No quisiera parecer pedante ni pretenciosa -ella comenzó, haciendo una soberbia imitación de Woody. Tenía su mismo tempo, las mismas técnicas para demorar el discurso. Gesticulaba como él, ponía acento de Nueva York; era su mejor personaje-, pero poseo cierta información que tal vez os resulte interesante.

Myron levantó la vista. Win no apartó los ojos del televisor.