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Myron pulsó el botón de paro.

– ¿Has oído eso?

– ¿El qué?

– «Considéralo una penalización.» Más claro, échale agua.

– ¿Ah, sí?

– No era una petición de rescate. Era una penalización.

– Se trata de un secuestrador, Myron. Es probable que no esté muy familiarizado con la semántica.

– «Cien mil dólares» -repitió Myron-. «Considéralo una penalización.» Como si ya hubiesen pedido el rescate. Como si los cien mil dólares fuesen algo que hubiera decidido añadir. ¿Y qué me dices de la reacción de Jack? El secuestrador le pide cien mil dólares. Cabe suponer que se mostraría de acuerdo, pero en cambio le pregunta «¿Por qué?». Una vez más, porque es algo añadido a lo que ya le han pedido. Ahora escucha esto.

Myron pulsó el botón de reproducción.

– Que te jodan. ¿Quieres al chico con vida? Esto te va a costar cien mil más. Y esto se…

– Espere un momento.

Myron volvió a pulsar el botón de paro.

– «Esto te va a costar cien mil más» -repitió-. Más. Ésa es la palabra clave. Más. Es, otra vez, como si se tratara de algo nuevo. Como si antes de esta llamada el precio hubiese sido otro. Y entonces Jack lo interrumpe. El secuestrador dice «Y esto se…» cuando Jack lo interrumpe. ¿Por qué? Porque Jack no quiere que termine la frase. Sabía que nosotros estábamos escuchando. «Y esto se añade a lo demás.» Apuesto lo que sea a que iba a decir algo así: «Y esto se añade a la petición anterior.» O bien: «Esto se añade a que pierdas el torneo.»

Linda lo miró.

– Sigo sin comprenderlo. ¿Por qué iba Jack a ocultarnos lo que le habían pedido?

– Porque Jack no tenía intenciones de satisfacer su demanda.

Aquello la paralizó.

– ¿Qué?

– Deseaba ganar a toda costa. Más aún, necesitaba ganar. Tenía que hacerlo. Pero si tú descubrías la verdad, tú que tantas veces y con tanta facilidad habías ganado, jamás lo comprenderías. Era su oportunidad de redimirse, Linda. Su oportunidad de retroceder veintitrés años y dar sentido a su vida. ¿Hasta qué punto deseaba ganar, Linda? Dímelo tú. ¿Qué habría estado dispuesto a sacrificar?

– A su propio hijo, no -le respondió ella-. Es verdad que Jack necesitaba ganar, pero no hasta el punto de poner en peligro la vida de su hijo.

– Creo que él no lo veía así. Mira los hechos a través del cristal rosa del deseo. Los hombres ven lo que quieren ver, Linda. Lo que tienen que ver. Cuando os mostré a ti y a Jack la cinta de vídeo del cajero automático, cada uno de vosotros vio algo distinto. Tú no querías creer que tu hijo fuera capaz de hacer algo semejante, de modo que buscaste explicaciones que se opusieran a lo que parecía evidente. Jack hizo lo contrario. Quería creer que su hijo estaba detrás de todo aquello, que se trataba de una broma de pésimo gusto. De ese modo podría seguir esforzándose al máximo en ganar. Y si por azar estaba equivocado, si Chad en efecto había sido secuestrado, quienes lo habían hecho probablemente se estuvieran marcando un farol. No llegarían a salirse con la suya. Dicho de otro modo, Jack hizo lo que tenía que hacer: racionalizó el peligro para ahuyentarlo.

– ¿Crees que el deseo de ganar lo obnubiló hasta tal extremo?

– Todos albergábamos dudas después de ver la cinta. Incluso tú. ¿Crees que le costó mucho ir un paso más allá?

– De acuerdo -dijo Linda-, supongamos que me lo trago. Aun así sigo sin ver la relación que tiene con todo lo demás.

– Ten un poco más de paciencia conmigo, ¿de acuerdo? Volvamos al momento en que os enseñé la cinta del banco. Estamos en tu casa. Os enseño la cinta. Jack sale hecho una furia. Está disgustado, por supuesto, pero sigue jugando lo bastante bien como para mantener su ventaja. Esto enoja a Esme. Sus amenazas no surten efecto. Se da cuenta de que tiene que aumentar el envite.

– Y decide cortarle el dedo a Chad.

– Probablemente fue cosa de Tito, aunque, de todos modos, esto ahora no es relevante. El hecho es que le cortan el dedo y que Esme quiere utilizarlo para demostrarle a Jack que va en serio.

– Así que lo mete en mi coche y lo encontramos.

– No -respondió Myron.

– ¿Qué?

– Jack lo encontró primero.

– ¿En mi coche?

Myron negó con la cabeza.

– Recuerda que en el llavero de Chad están las llaves del coche de Jack además de las del tuyo. A Esme lo que le interesa es amenazar a Jack, no a ti. Así que deja el dedo en el coche de Jack. Él lo encuentra. Se queda conmocionado, naturalmente, pero ha llevado la mentira demasiado lejos. Si la verdad saliera a relucir, tú nunca se lo perdonarías, ni Chad tampoco. Y el torneo habría terminado para él. Tiene que deshacerse del dedo. De modo que lo mete en un sobre y escribe una nota. ¿Te acuerdas? «Le advertí que no pidiera ayuda.» ¿No te das cuenta? Es la distracción perfecta. No sólo desvía la atención de su persona, sino que, de paso, se deshace de mí.

Linda se mordió el labio inferior.

– Eso explicaría lo del sobre y el bolígrafo -dijo-. Yo compré todos esos artículos de papelería. Jack debía de llevar parte de ellos en su maletín.

– Exacto, y aquí es donde las cosas toman un cariz realmente interesante.

Linda enarcó una ceja.

– ¿Más interesante aún?

– Aguarda un momento. Es domingo por la mañana. Jack se dispone a iniciar el último recorrido con una ventaja insuperable. Mayor de la que tenía veintitrés años atrás. Perder ahora supondría protagonizar el fracaso más sonado de los anales del golf. Su nombre sería para siempre sinónimo de acojonado, que era el calificativo que Jack mis detestaba en este mundo. Ahora bien, por otra parte, Jack tampoco era un ogro. Amaba a su hijo. Le constaba que el secuestro no era una broma pesada. Es muy probable que se sintiera aturdido y no supiese qué hacer. Finalmente, tomó una decisión: perdería el torneo.

Linda no dijo nada.

– Golpe tras golpe, fuimos testigos de su agonía. Win comprende mucho mejor que yo el lado destructivo del anhelo de ganar. Además, se había percatado de que Jack volvía a estar encendido por el entusiasmo, que volvía a sentir la vieja necesidad de vencer. Pero, a pesar de todo, Jack siguió tratando de perder. No se hundió por completo. Si lo hubiera hecho, habría levantado sospechas. Así que empezó a fallar golpes, poco a poco. Hasta que en la cantera cometió adrede un error garrafal y perdió su ventaja.

»Ahora bien, ten en cuenta lo que estaba pasando por su cabeza. Jack estaba luchando contra todo lo que constituía su ser. Dicen que un hombre no puede ahogarse a sí mismo. Aunque hacerlo suponga salvar la vida de su hijo, no puede mantenerse bajo el agua hasta que le estallan los pulmones. No creo que eso sea muy distinto de lo que Jack se había propuesto hacer. Estaba dejándose matar, literalmente. Su cordura se estaba desgarrando, como los pedazos de tierra levantados al dar un mal golpe con el palo. En el green del dieciocho, el instinto de supervivencia tomó el control de la situación. Quizás empezó a racionalizar de nuevo, aunque lo más probable es que no pudiera evitarlo. Pero ambos constatamos su transformación, Linda. Vimos cómo se le transfiguraba el rostro en el hoyo dieciocho. Jack efectuó aquel putt genial y consiguió empatar.

– Sí, lo vi cambiar -susurró Linda. Se retrepó en el asiento y soltó un suspiro prolongado-. A Esme Fong debió de entrarle el pánico, en ese momento.

– Sí.

– Jack no le dejaba elección. Tenía que matarlo.

Myron negó con la cabeza.

– No.

– Es la única explicación -Linda volvió a mostrarse desconcertada-. Tú mismo acabas de decir que estaba desesperada. Quería vengar a su padre y, por otra parte, temía lo que pudiese pasar si Tad Crispin perdía. Tenía que matarlo.