Выбрать главу

Ella alzó una mano, la posó en la de Myron y la apretó con un vigor sorprendente. No estaba esquelética ni pálida. Dadas las circunstancias, incluso podía decirse que tenía buen aspecto.

– Ya lo sabe -susurró.

Myron asintió.

– ¿Y eso? -preguntó ella con una sonrisa.

– Un montón de detalles -explicó Myron-. El deseo de Victoria de que no hurgara en el turbio pasado de Jack. Su excesiva despreocupación al comentar que aquel día Win tenía que haber estado jugando a golf con Jack. Pero sobre todo fue Win. Cuando le conté nuestra conversación me dijo que ahora ya me daba por enterado de por qué no quería saber nada de usted ni de Jack. De usted, podía comprenderlo. Pero ¿qué tenía contra Jack?

Cissy Lockwood cerró los ojos por un instante.

– Jack arruinó mi vida -dijo-. Soy consciente de que no era más que un adolescente gastando una broma pesada. Se deshizo en excusas. Me dijo que no se había dado cuenta de que mi marido se encontraba en la finca. Arguyó que estaba convencido de que oiría cómo se acercaba Win y que me escondería. Todo fue una travesura, dijo. Nada más. Pero eso no lo hacía menos responsable. Perdí a mi hijo para siempre por culpa de lo que hizo. Tenía que arrostrar las consecuencias.

Myron asintió.

– De modo que sobornó a Lloyd Rennart para que perjudicara a Jack en el Open.

– Sí. Fue un castigo inadecuado, habida cuenta de lo que hizo a mi familia, pero fue lo mejor que se me ocurrió.

La puerta del dormitorio se abrió y Win entró. Myron notó que la anciana le soltaba la mano y comenzaba a sollozar. Myron no titubeó ni se despidió. Salió y cerró la puerta.

Murió tres días después. Win la acompañó hasta el final. Cuando exhaló el último suspiro y su rostro se congeló en una exangüe máscara mortuoria, Win apareció en el pasillo.

Myron se puso en pie y aguardó. Win lo miró con el semblante sereno, tranquilo.

– No quería que muriera sola -susurró.

Myron asintió. Procuró dejar de temblar.

– Voy a dar un paseo -dijo Win.

– ¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó Myron.

Win se detuvo.

– A decir verdad, sí.

– Pide lo que quieras.

Aquel día jugaron treinta y seis hoyos en el Merion. Y otros treinta y seis al día siguiente. Al tercer día, Myron empezó a encontrarle el gusto.

Harlan Coben

***