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Race dijo:

—Comprendo. Creía al principio... —Calló.

Poirot dijo con una sonrisa levísima:

—¿Que yo creía en los viejos trucos del melodrama? Pero dispense, doctor, ¿estaba usted a punto de decir...?

Bessner prorrumpió guturalmente:

—¿Qué digo yo? ¡Bah! ¡Digo que es absurdo, una tontería! La pobre señora murió instantáneamente. Eso de meter el dedo en la sangre, y como usted ve, apenas hay sangre, y escribir una J en la pared... ¡Bah! ¡Tontería! ¡La tontería melodramática!

C'est infantillage! —asintió Poirot.

—Pero fue ejecutado con un propósito determinado —sugirió Race.

—Naturalmente.

—¿Qué significa la J?

—La J significa Jacqueline de Bellefort, una señorita que hace menos de una semana me declaró que no desearía nada mejor que... —Hizo una pausa y deliberadamente citó—: «arrimar mi pistola a su cabeza y luego simplemente apretar el dedo...»

Hubo un silencio momentáneo.

Que es lo mismo que sucedió aquí —observó Race.

Bessner asintió con la cabeza.

—Era una pistola de calibre muy pequeño, como he dicho, probablemente del 22. Desde luego, habrá que extraer el proyectil antes de establecerlo definitivamente.

—¿Cuánto tiempo lleva muerta?

—No me atrevería a precisar demasiado. Ahora son las ocho. Teniendo en cuenta la temperatura de anoche, diré que ha estado muerta ciertamente desde hace seis horas y probablemente no hace más de ocho.

—Es decir, entre las doce de la noche y las dos de la madrugada.

—Exacto.

Race miró su reloj.

—¿Y su esposo? Supongo que duerme en el camarote de al lado.

—En este momento —declaró Bessner— está dormido en mi camarote.

Los dos hombres le miraron sorprendidos.

Bessner movió varias veces la cabeza.

—¡Ah, sí! Veo que no se lo han dicho. Al señor Doyle le dispararon un tiro anoche en el salón.

—¿Que le dispararon un tiro? ¿Quién?

—La señorita Jacqueline de Bellefort.

Race preguntó vivamente:

—¿Está malherido?

—Sí; tiene el hueso fracturado. He hecho todo lo posible por el momento. Pero es necesario, lo comprenderán ustedes, sacar una radiografía de la fractura lo antes posible y someterle a un tratamiento adecuado, lo cual es imposible a bordo de este barco.

Poirot murmuró:

—Jacqueline de Bellefort.

Sus ojos se dirigieron de nuevo a la J escrita en la pared.

—Si no se puede hacer nada más aquí, por el momento, vayamos abajo. La dirección ha puesto el salón de fumar a nuestra disposición. Tenemos que recoger todos los detalles de lo ocurrido anoche —dijo Race.

Salieron del camarote. Race cerró la puerta con llave.

—Podemos volver después —dijo—. Lo primero que hay que hacer es esclarecer los hechos.

Bajaron a la cubierta inferior, donde encontraron al administrador del Karnak

El pobre hombre estaba terriblemente trastornado por lo acaecido y ansioso por dejar el asunto en manos del coronel Race.

—Creo, señor, que no puedo hacer nada mejor que dejar este asunto en sus manos. He recibido órdenes de ponerme a su disposición en el... el... otro asunto. Si usted se encarga de todo, ordenaré que todo el mundo se ponga a su disposición.

—Muy bien. Para empezar, desearía que esta habitación estuviese reservada para mí y para el señor Poirot durante el curso de las investigaciones.

—Ciertamente, señor.

—Eso es todo, por el momento. Puede usted continuar su trabajo. Caso de necesitarle, sé dónde encontrarle.

Con expresión de alivio, el administrador salió del cuarto.

—Siéntese, Bessner —dijo Race—, y cuéntenos la historia de lo que ocurrió anoche.

Escucharon en silencio.

—Está claro —comentó Race, cuando el otro ya hubo terminado—. La muchacha se preparó para la operación ayudada por una copa a dos. Y finalmente disparó contra el hombre con una pistola del 22. Luego fue al camarote de Linnet Doyle y disparó contra ella también.

El doctor Bessner negó.

—No, no. No lo creo. No creo que eso fuese posible. No escribiría su propia inicial en la pared..., sería ridículo, nich wahr?

—Es posible —declaró Race—, si estaba ciegamente loca y celosa como lo parece, quizá querría... añadir su nombre al crimen, por decirlo así.

—No, no. No creo que ella fuese tan... tosca —objetó Poirot.

—En este caso, esa J no tiene más que una explicación. La escribió alguien para hacer recaer las sospechas sobre Jacqueline.

El doctor dijo:

—Sí, y el criminal no tuvo suerte, porque, verá usted, no es sólo improbable que la joven cometiese el asesinato... creo también que es imposible.

—¿Cómo es eso?

Bessner explicó la historia de Jacqueline y luego las circunstancias que indujeron a la señorita Bowers a cuidar de ella.

—Y yo creo, estoy seguro, que la señorita Bowers estuvo en su compañía toda la noche.

—Si eso es así —dijo Race—, simplificaría el caso muchísimo.

Poirot preguntó:

—¿Quién descubrió el crimen?

—La criada de la señora Doyle, Luisa Bourget. Fue a llamar como de costumbre a su ama, la encontró muerta, salió y cayó desmayada en los brazos de un camarero. Éste fue a avisar al administrador, quien vino a verme. Busqué a Bessner y luego fui a verle a usted.

—Hay que comunicárselo a Doyle —dijo Race—. ¿Dice usted que duerme aún.

—Sí, duerme aún en mi camarote. Le di un narcótico anoche.

Race se volvió hacia Poirot.

—Bien —dijo—. No creo que haya necesidad de retener al doctor más tiempo, ¿eh? Muchas gracias, doctor.

Bessner salió. Los dos hombres se miraron.

—Bien, ¿qué opina, Poirot? —preguntó Race—. Usted cuida del caso. Recibiré sus órdenes. Usted dirá lo que debe hacerse.

Eh bien —dijo—. Debemos celebrar la encuesta. En primer lugar creo que debemos verificar la historia de lo acaecido anoche. Es decir, hemos de interrogar a Fanthorp y a la señorita Robson, que fueron los testigos de lo ocurrido. La desaparición de la pistola es muy significativa.

Race envió el recado por el camarero.

—¿Tiene alguna idea? —preguntó Race.

Poirot movió afirmativamente la cabeza.

—Mis ideas resultan contradictorias. No están muy coordinadas todavía. Hay el hecho importante de que esta muchacha odiaba a Linnet Doyle y quería matarla.

—¿La cree capaz de ello?

—Creo que... sí. —La voz de Poirot sonó dudosa.

—Pero ¿no de ese modo? Es lo que le preocupa, ¿no es cierto? No introduciéndose con sigilo en su camarote en la oscuridad para matarla de un tiro mientras dormía. ¿Es la sangre fría con que se cometió el crimen lo que le hace dudar?

—En cierto sentido, sí.

—Usted cree que esa muchacha, Jacqueline de Bellefort, es incapaz de cometer un asesinato premeditado, a sangre fría.

—No estoy muy seguro. Que ella posee suficiente inteligencia para hacerlo, lo creo. Pero dudo que, físicamente, pudiera decidirse a cometer el acto —dijo Poirot.

—Sí, comprendo. Bien, según la historia de Bessner, también habría sido imposible físicamente.

—Si eso es verdad, aclara la cuestión considerablemente. Abriguemos la esperanza de que es verdad.

La puerta se abrió y Fanthorp y Cornelia entraron. Bessner los seguía. Cornelia exclamó:

—¿No es verdaderamente terrible? ¡Pobre señor Doyle!

—Queremos saber exactamente lo que aconteció anoche, señorita Robson —dijo Race.

Cornelia empezó algo confusamente, pero una pregunta o dos de Poirot la ayudaron.

—Ah, sí, ya comprendo. Después del bridge, la señora Doyle fue a su camarote. Y yo me pregunto: ¿fue realmente a su camarote o pudo ir a otro sitio?

—Sí que fue —declaró Race—. Yo la vi. Le di las buenas noches en la puerta.