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El señor Ferguson enrojeció.

—Puedo ponerme al lado de mis amigos, de todos modos —dijo ásperamente.

—Bien, señor Ferguson, creo que eso es todo lo que necesitamos ahora —dijo Race.

Cuando la puerta se cerró detrás de Ferguson, observó inesperadamente:

—Es un cachorro simpático, ¿eh?

—¿No cree usted que es el individuo que buscamos? —preguntó Poirot.

—Difícilmente. Abordaremos a Pennington.

Capítulo XVIII

Andrés Pennington exhibió todas las reacciones convencionales de pena y conmoción. Race preguntó:

—Para empezar, señor Pennington, ¿oyó usted algo anoche?

—No, señor; no puedo decir que oí algo. Mi camarote está a la derecha del ocupado por el doctor Bessner, números 38 y 39, y oí cierta conmoción por allí cerca a eso de medianoche.

—¿No oyó nada más? ¿Ningún disparo?

—Nada en absoluto.

—¿Y se acostó?

—Debe de haber sido después de las once —inclinóse hacia delante—. No creo que sea una noticia para ustedes saber que corren muchos rumores a bordo. Esa muchacha medio francesa... Jacqueline de Bellefort. Hay algo sospechoso ahí.

Poirot dijo:

—¿Cree usted que, en su opinión, Jacqueline de Bellefort mató a la señora Doyle?

—Eso es lo que me parece. Desde luego, yo no sé nada...

—¡Desgraciadamente, nosotros sabemos algo!

—¿Eh? —Pennigton se sobresaltó.

—Sabemos que es completamente imposible que la señorita de Bellefort haya matado a la señora Doyle.

Explicó con toda minuciosidad las circunstancias. Pennington parecía reacio a aceptarlas.

—Convengo en que las circunstancias la favorecen, pero esta enfermera... apuesto a que no estuvo despierta toda la noche... Se quedó dormida y la muchacha entró y salió sin ser vista.

—Difícilmente, señor Pennington. Ella le administró un opiado fuerte. De todos modos, una enfermera acostumbra dormir ligeramente y despertar cuando su paciente despierta.

—Todo eso me parece sospechoso, increíble —declaró Pennington.

Race dijo de un modo autoritario:

—Ha de creerme, señor Pennington, cuando le digo que hemos examinado todas las posibilidades muy cuidadosamente. Ahora abrigamos la esperanza de que usted pueda ayudarnos.

—¿Yo?

—Sí. Usted era un íntimo amigo de la muerta. Usted conoce las circunstancias de su vida. Con toda probabilidad, mucho mejor que su esposo, puesto que él la conoció tan sólo hace unos meses. Usted debiera saber, por ejemplo, de alguien que tuviese algún resentimiento contra ella; usted debería saber, además, si había alguien que tuviese un motivo para desear su muerte.

Andrés Pennington se pasó la lengua por sus labios, secos.

—Le aseguro a usted que no tengo la menor idea. Linnet fue educada en Inglaterra y conozco muy poco del ambiente que la rodeaba.

—Sin embargo —musitó Poirot—, había alguien a bordo interesado en la muerte de la señora Doyle. Ella escapó milagrosamente antes, como recordará, en este mismo lugar, cuando aquella roca cayó... ¡ah!, pero ¿quizá usted no se encontraba allí?

—No. Yo estaba en el templo en ese momento.

—La señora Doyle mencionó a alguien de a bordo que estaba resentido, no contra ella personalmente, sino contra su familia. ¿Sabe usted quién puede ser? —continuó Race.

—No. No tengo la menor idea.

—¿Ella no se lo mencionó a usted?

—No.

—Era usted un amigo íntimo de su padre. ¿No recuerda alguna operación comercial suya que pudo haber arruinado a su adversario?

—No; ningún caso sobresaliente. Tales operaciones eran frecuentes, desde luego, pero no recuerdo a nadie que profiriera amenazas... nada por el estilo.

—En resumen, señor Pennington, ¿no puede usted ayudarnos?

—Así lo parece. Deploro mi imposibilidad.

Race cambió una mirada con Poirot; luego dijo:

—Lo siento. Habíamos abrigado alguna esperanza.

Se levantó en señal de que la entrevista había terminado.

Andrés Pennington dijo:

—Como Doyle está imposibilitado, espero que él querrá que yo me encargue de lo que sea necesario hacer. Perdone, coronel, ¿pero qué piensa hacer?

—Cuando salgamos de aquí, iremos directamente a Shellal, para llegar allí mañana por la mañana.

—¿Y el cadáver?

—Será trasladado a una de las cámaras frigoríficas.

Andrés Pennington inclinó la cabeza. Luego abandonó la habitación.

—El señor Pennington —observó Race— no estaba muy tranquilo.

Poirot asintió con la cabeza.

—Y —dijo— el señor Pennington estaba lo bastante trastornado para decirnos una mentira estúpida. Él no estaba en el templo de Abú Simbel cuando aquella roca cayó. Puedo jurarlo. Yo acababa de llegar de allí.

—Una mentira muy estúpida —asintió Race— y muy reveladora.

—Mas por el momento —sonrió Poirot—, podemos tratarle con guante blanco.

—Exacto —corroboró Race.

Sonó un leve chirrido bajo sus pies. El Karnak partía rumbo a Shellal.

—Las perlas —dijo Race—, es lo que hay que aclarar a continuación.

—¿Tiene un plan?

—Sí. Servirán el almuerzo dentro de media hora. Después de la comida, propongo anunciar, simplemente mencionar el hecho, que las perlas han sido robadas y que ruego que todo el mundo permanezca en el comedor mientras se efectúa un registro.

—Está bien pensado. Quien cogió las perlas todavía las tiene. No avisando de antemano, no habría posibilidad de que, poseídos de pánico, las tiren por la borda.

Race empujó algunas hojas de papel hacia él. Murmuró con tono de excusa:

—Me gusta hacer un breve resumen de los hechos a medida que voy tratando. Evita la confusión que se sigue.

—Hace usted bien —replicó Poirot.

—¿Hay algo que no esté de acuerdo?

Poirot cogió las hojas. Estaban encabezadas:

ASESINATO DE LA SEÑORA DOYLE

«La señora Doyle fue vista viva por su criada Luisa Bourget. Hora: 11.30 aproximadamente.

«Desde las 11.30 a las 12.30, los siguientes, tienen coartadas: Cornelia Robson, Jaime Fanthorp, Simon Doyle, Jacqueline de Bellefort, nadie más, pero el crimen fue ciertamente cometido después de esa hora, dado que es prácticamente seguro que la pistola usada fue la de Jacqueline de Bellefort, la cual estaba entonces en su bolso. Que no se empleó su pistola no parece absolutamente seguro hasta después de efectuarse el examen

post mortem

y frente a la bala, pero puede tomarse como probable.

«Probable curso de los acontecimientos: X, asesino, fue testigo de la escena entre Jacqueline y Simon Doyle en el salón de observación y notó que la pistola fue a parar debajo de la otomana. Después que el salón quedó desierto, X se posesionó de la pistola siendo la idea de él, o de ella, que se creyera que Jacqueline era la autora del crimen. A base de esta hipótesis, ciertas personas han quedado automáticamente libres de sospechas.

»

Cornelia Robson

, puesto que no tuvo ocasión de apoderarse de la pistola antes de que Jaime Fanthorp volviera para buscarla.

»La señora Bowers, igualmente.

»El doctor Bessner, igualmente.

»Pero Fanthorp no queda definitivamente excluido de sospechas, puesto que pudo meterse en el bolsillo la pistola mientras declaraba que no pudo encontrarla.

»Cualquiera otra persona pudo coger la pistola durante ese intervalo de diez minutos.

»

Posibles móviles del asesinato:

»

Andrés Pennington

. Esto se basa en lo suposición de que es culpable de prácticas fraudulentas. Existen pocas pruebas en favor de esta suposición, pero bastantes para justificar el formular una acusación contra él.