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»Objeciones a la hipótesis de la culpabilidad de Pennington:

¿Por qué tiró la pistola por la borda, dado que constituía una pista valiosa contra J. B.

?

»

Fleetwood

. Móviclass="underline" Venganza. Fleetwood se consideraba perjudicado por Linnet Doyle. Pudo oír la escena y observar la posición de la pistola. Puede haber cogido la pistola porque era un arma útil, más bien que por el deseo de hacer recaer la culpabilidad sobre Jacqueline. Pero

si tal fue el caso, ¿por qué escribió J con sangre en la pared

?

»Pañuelo barato encontrado con pistola, es más probable que haya pertenecido a un hombre como

Fleetwood

que a uno de los pasajeros de buena posición.

»

Rosalía Otterbourne

. ¿Hemos de aceptar la declaración de la Schuyler o la negativa de Rosalía? Algo fue tirado por la borda a aquella hora y ese algo fue presumiblemente la pistola envuelta en la estola de terciopelo.

»

Puntos que observar

. ¿Tenía algún móvil Rosalía? Puede no haber sentido simpatía por Linnet Doyle y hasta puede haber estado envidiosa de ella, mas como móvil del asesinato parece muy inadecuado. La prueba contra ella puede ser convincente sólo si descubrimos un móvil adecuado. Que sepamos, no existía ninguna amistad o lazo anterior entre Rosalía y Linnet.

»

La señorita Van Schuyler.

La estola de terciopelo en que la pistola estaba envuelta pertenece a la señorita Van Schuyler. Según su declaración, la vio la última vez en el salón de observación. Llamó la atención sobre su pérdida durante la noche y se efectuó una búsqueda sin éxito. ¿Cómo llegó esa estola a manos de X? ¿Hurtó X la estola a primera hora de la noche? De ser así, ¿por qué? Nadie podría decir de antemano que iba a ocurrir una escena entre Jacqueline y Simon Doyle. ¿Encontró X la estola en el salón cuando fue a recoger la pistola de debajo de la otomana? De ser así, ¿por qué no se encontró cuando se efectuó la búsqueda?

¿No salió nunca de manos de la señorita Van Schuyler

? Es decir:

»

¿Mató la señorita Van Schuyler a Linnet Doyle?

¿Su acusación contra Rosalía Otterbourne fue una mentira deliberada? ¿Si ella la mató, cuál fue su móvil?

»

Otras posibilidades:

»

Robo como móvil.

Posible, dado que las perlas desaparecieron y Linnet las llevaba anoche.

»

Alguien tenía inquina a la familia Ridgeway

. Posible; de nuevo faltan las pruebas.

»Sabemos que hay un hombre peligroso a bordo, un asesino. Hemos de relacionar a un hombre capaz de matar, con una muerte. ¿Acaso no están relacionados los dos? Pero tendríamos que demostrar que Linnet Doyle poseía un conocimiento peligroso concerniente a este hombre.

»

Conclusiones

. Podemos agrupar a las personas que hay a bordo en dos clases: las que tenían motivo posible o contra las cuales no hay pruebas concretas y las que, por lo que sabemos, están libres de sospechas.

«

GRUPO I

:

«Andrés Pennington

«Fleetwood

«Rosalía Otterbourne

«La señorita Van Schuyler

«Luisa Bourget (¿Robo?)

«Ferguson (¿Político?)»

«

GRUPO II

«La señora Allerton

«Timoteo Allerton

«Cornelia Robson

«La señorita Bowers

«El doctor Bessner

«El señor Richetti

«La señora Otterbourne

«Jaime Fanthorp.»

Poirot empujó el papel hacia atrás.

—Es muy exacto, muy justo, lo que usted ha escrito ahí.

—¿Está usted conforme con ello?

—Sí.

—Y ahora, ¿cuál es su aportación?

—¿Por qué tiraron la pistola por la borda?

—¿Eso es todo?

—Por el momento, sí. Hasta que encontremos una respuesta satisfactoria a esa pregunta, no se ve nada que tenga sentido. Ése es, debe ser, el punto de partida. Observará usted, amigo mío, que en su sumario no ha intentado contestar a ese punto.

—Pánico —murmuró Race.

Poirot meneó la cabeza en señal de perplejidad. Cogió la estola de terciopelo empapada y la alisó sobre la mesa. Su dedo indicó las señales de chamuscamiento y los agujeros quemados.

—Dígame, amigo mío —dijo de repente—; usted conoce mejor que yo las armas. ¿Este material, envuelto alrededor de una pistola, produciría alguna diferencia en el amortiguamiento del sonido?

—No, no produciría ninguna diferencia. No como un silenciador, por ejemplo.

Poirot asintió con la cabeza. Continuó:

—Un hombre, ciertamente un hombre muy conocedor de las armas de fuego sabría eso. Pero una mujer, una mujer no lo sabría.

—Esa pistola no haría mucho ruido —dijo Race—. Simplemente un chasquido, un ruido seco, eso es todo. Habiendo otro ruido alrededor, hay diez probabilidades contra una de que no se notaría.

—Sí, he pensado en eso.

Recogió el pañuelo y lo examinó.

—Un pañuelo de hombre, pero no el de un caballero. Treinta centavos, todo lo más.

—La clase de pañuelo que usaría un hombre como Fleetwood.

—Si. Andrés Pennington, he observado, usa un pañuelo de seda muy hermoso.

—¿Ferguson? —sugirió Race.

—Posiblemente. Pero entonces sería un pañuelo de colores brillantes.

—Lo usó en vez de un guante, supongo, para sujetar la pistola y evitar las huellas dactilares —añadió Race en tono de broma—: La Pista del Pañuelo Ruborizante.

—¡Ah, sí! El color de una jeune fille, ¿no es verdad? —lo depositó sobre la mesa y volvió a la estola, examinando de nuevo las señales de la pólvora—. De todos modos —murmuró—, es muy extraño...

—¿El qué?

Cette pauvre madame Doyle, tendida ahí tan pacíficamente... Con el agujerito en la cabeza. ¿Recuerda qué aspecto tenía?

Race le miró con curiosidad.

—Tengo una idea que trata de decirme algo —observó—, pero no tengo la menor sospecha de lo que puede ser.

Capítulo XIX

Sonó un golpe en la puerta.

—Adelante —invitó Race.

Un camarero entró.

—Dispense, señor —dijo a Poirot—. pero el señor Doyle pregunta por usted.

—Voy —se dirigió al camarote de Bessner.

Simon, con el rostro enrojecido y febril, estaba apoyado en dos cojines.

—Es usted muy amable al venir, señor Poirot. Escuche, deseo pedirle algo.

—¿Sí?

—Se trata... Se trata de Jacqueline. Quiero verla. ¿Cree usted... tendrá inconveniente... cree usted... si usted le rogase que viniese a verme? Usted sabe, he estado pensando. Esa desgraciada chiquilla, es tan sólo una chiquilla, después de todo, y la traté muy mal... y... —calló tartamudeando.

—¿Desea ver a mademoiselle Jacqueline? Se la traeré.

—Muchas gracias. Es usted muy amable.

Poirot fue en busca de la muchacha. Encontró a Jacqueline de Bellefort sentada en un rincón del salón de observación.

—¿Quiere usted venir conmigo, mademoiselle? El señor Doyle quiere verla.

—¿Simon? ¿Quiere verme... a mí? —se movió incrédula.

—¿Quiere usted venir, mademoiselle?

—Yo... sí, desde luego.

Le acompañó dócil como una criatura.

Poirot entró en el camarote.

—Aquí esta mademoiselle.

Ella entró detrás, vaciló y se quedó inmóvil, muda, con los ojos clavados en el rostro de Simon.