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– Ven a verme, por favor -dijo-. Por favor. Sólo para que me sienta mejor. Estoy preocupada por ti.

Maureen le dijo que se pasaría después del trabajo.

– Y prométeme que no cogerás el autobús, que vendrás en taxi. Yo lo pagaré cuando llegues.

– No hace falta. Yo lo pagaré.

– Insisto -dijo Winnie. No parecía que estuviera nada borracha.

Maureen no quería ir. La Winnie Sobria daba casi tanto trabajo como la Winnie Muy Borracha y la Winnie Muy Borracha daba mucho trabajo. Se enfadaba y era vengativa. Profería insultos personalizados a cualquiera que tuviera enfrente, vomitando cualquier fracaso o humillación que, aunque fueran insignificantes, siempre iban directos a la yugular. Tenía un gran talento para ello, sabía encontrar el punto flaco de cualquiera en pocos minutos. La Winnie Sobria era una sanguijuela emocional, exigía que la quisieran y la reconfortasen; les intimidaba con sus necesidades ilimitadas y lloraba patéticamente cuando no conseguía lo que quería. Creaba malos rollos entre sus hijos, levantando rumores y distorsionando sus comentarios. Cuando alguien intentaba hacerle frente se hacía la víctima y reunía a sus otros hijos para que la apoyasen, lo que sembraba la discordia entre ellos. Liam decía que Winnie tenía una lista en algún sitio y que los iba castigando por turnos. Cuando eran pequeños, le había funcionado mejor: ahora, Maureen y Liam sólo fingían creérselo todo: aparentaban sorpresa ante los comentarios desagradables qué Una hacía sobre Maggie, o fingían una gran preocupación cuando Marie dijo que Maureen nunca se repondría de su internamiento en el hospital. Pero Una todavía le seguía la corriente en todo y si Maureen no iba a ver hoy a Winnie, entonces, mañana, tan claro como el agua, recibiría una llamada preocupada de Una para preguntarle por qué estaba evitando a mamá, qué había hecho mamá, es que Maureen no se daba cuenta de que la estaba disgustando.

Hubo un tiempo en que la Winnie Muy Borracha era la elección menos mala para Maureen: era un cara a cara y podía hacerle frente porque Winnie no sabía nada de ella. Había tenido cuidado y nunca habló de aquello que le preocupaba con la familia, excepto con Liam. Decía a sus amigos que no tenía teléfono y no llevaba a sus novios a casa. Mentía sobre adonde iba por las noches, incluso mentía sobre sus notas en el instituto. Así que cuando Winnie quiso hacerle daño, se metió con costumbres, amigos y sucesos inexistentes. Lo ocurrido entre ellas en el hospital cambió todo eso. Ahora Winnie tenía más cosas que reprocharle que al resto.

Winnie se comportaba de un modo extraño cuando, iba a visitarla al hospital. Le llevaba una serie interminable de regalos inapropiados como pendientes, maquillaje y revistas de moda. Hablaba ella sola de los cotilleos del barrio, de quién había muerto, o sobre lo que había visto en la tele la noche anterior. No quería ni reconocer que estaban en un hospital psiquiátrico ni hablar con el personal médico. Pero en esa época, Maureen estaba ida y había muchas cosas que le parecían raras. Leslie había leído sobre cómo reaccionaban los parientes cuando se descubría un caso de abusos sexuales en la familia, y le había dicho que era normal que el progenitor no abusador se sintiera extremamente culpable y que quizás eso era lo que le sucedía a Winnie.

Maureen no tenía mucho tiempo para pensar en ello: los recuerdos de los años olvidados volvían a su mente de manera rápida y confusa, a través de sueños y de visiones mientras tomaba el té con otros pacientes. Sentía la necesidad compulsiva de contárselo a todo el mundo. La imagen de ella mirando el empapelado de la pared encima del cabezal de su cama con sus ramos de flores descoloridas y ella, que los iba contando y contando y contando hasta que aquello, acababa.

En el baño esperando para salir y Michael, su padre, inclinándose con la toalla y mirándola fijamente. Había cerrado la puerta tras de sí.

Su padre sentado en la cama después, llorando, y Maureen acariciándole la mano para consolarlo mientras el pipí le escocía en las piernas. Las manos de su padre eran del tamaño de la cara de Maureen.

En la caravana en St. Andrews, con el mar rozándole las zapatillas negras. El resto de la familia estaba en la playa, detrás de una roca y no les veían. Michael iba tras ella. Ella trepaba por las rocas a gatas, intentando escapar, intentando que no pareciera que estaba huyendo, lastimándose las rodillas con los cantos de las rocas.

El pánico cuando Michael vio la sangre goteando por las piernas delgadas de Maureen. Le dio una bofetada y, levantándola por el brazo, la metió en el armario, la encerró y se llevó la llave. Sentada en el armario oscuro, olía la sangre y sabía lo que era. Deseó morirse antes de qué él regresara. La uña de Michael la había cortado, había sido su uña.

Winnie haciendo palanca para abrir la puerta del armario y tirando del tobillo de Maureen para arrastrarla hacia fuera. Marie de pie a su lado, tenía doce años y lloraba sin emitir ningún sonido; callaba porque sabía que nadie la escuchaba.

Maureen intentaba juntar todas las piezas pero algunos elementos de la historia eran confusos: no recordaba cuándo les abandonó Michael o por qué determinados olores motivaban sus ataques de pánico o si alguno de sus hermanos había mostrado señales de abusos. La doctora Paton sugirió preguntárselo a Winnie pero a Maureen le incomodaba la idea. La psiquíatra dijo que podrían preguntárselo en una situación controlada, que quizá podrían preparar una sesión conjunta.

Winnie asistió sobria y aparentemente de buena gana. Se reunieron las tres en un despacho acogedor del anexo prefabricado en los jardines del hospital, se sentaron en unos sillones grandes y tomaron té. La doctora Paton dijo que Maureen tenía que preguntarle algo a su madre, que había algunos detalles problemáticos relativos a los abusos y que si Winnie estaría dispuesta a ayudar.

Winnie sonreía mientras escuchaba la primera pregunta: Maureen recordaba que Winnie la había sacado del armario y también que Marie estaba allí pero, ¿estaba Michael en casa en ese momento? Winnie dijo que no lo sabía, que no podía ayudarlas en eso. Maureen preguntó por Michael, ¿cuándo se marchó? Winnie tampoco lo sabía. La doctora Paton le preguntó por qué no lo sabía y Winnie rompió a llorar y dijo que lo había hecho lo mejor que había podido. Maureen le frotó la espalda con la mano y le dijo que no pasaba nada, que todos sabían que lo había hecho lo mejor que había podido. Era una buena madre.

Winnie se levantó y se marchó enfurecida al baño y cuando volvió el aliento le apestaba a vodka puro. Les dijo que Una había informado mal a Maureen; que Una se acordaba muy bien e iría a hablar con ellas si querían. Winnie dijo que nunca había pasado nada y luego perdió los papeles: se ponía a gritarles a Maureen y a la doctora cuando intentaban hablar con ella, las interrumpía con detalles irrelevantes y lloraba cuando no le funcionaba todo lo demás. Maureen siempre había sido rara, siempre estaba inventando historias. Mickey no la había tocado nunca, ni siquiera le gustaba. Era un hombre muy apasionado y quería a Winnie con devoción. Se puso a llorar otra vez y dijo que ella todavía quería a Maureen y que qué había hecho para que Maureen la hubiera dejado de querer.

Maureen escuchaba impasible.

– Te quiero, mamá -dijo con un tono indiferente, y le acarició la espalda-. Claro que te quiero.

Las palabras de Winnie hicieron mella en Maureen. Lo que era un atisbo de duda se convirtió en una posible verdad. Los recuerdos parecían tan tangibles y despertaban en ella emociones tan intensas y abrumadoras, que las sufría como si fueran un dolor físico agudo. Si Maureen recordaba mal lo sucedido, entonces es que estaba como una puta cabra.

Nunca se había avergonzado tanto de sí misma. Se habría suicidado pero no lo hizo por el efecto que eso habría tenido en Leslie y Pauline, su amiga de las clases de terapia ocupacional. Había metido a todo el mundo en este lío por una chorrada de mierda.