La pregunta era ridicula. Maureen no podía volver a su casa, su novio estaba muerto, la madre engreída de éste la había citado para un almuerzo de mierda y era domingo por la tarde. Por supuesto que preferiría beberse un puto whisky.
– Tomaré café -dijo Maureen-. Gracias.
Brady comunicó el pedido al camarero y le dio unos golpecitos en el brazo a su ayudante.
– Ve a la barra y espérame allí.
Cuando ya no podía oírla, se inclinó hacia adelante.
– ¿Cómo pudiste seducir a Douglas sabiendo que estaba casado?
– No sabía que estaba casado.
– ¿Planeabas alejar a Douglas de Elsbeth?
– No planeé alejarle de ella. Douglas era mayorcito, tomaba sus propias decisiones.
– Douglas era un niño. Si le hubieras conocido mejor, lo habrías sabido -dijo, aludiendo a alguna cuestión familiar que no era asunto de Maureen.
Recuperaron la compostura mientras el camarero les servía el café.
Brady echó un poco de leche al suyo y lo removió rápido, con ritmo.
– ¿Douglas te pagaba el piso?
– No -dijo Maureen indignada.
– Supongo que te dio dinero -siguió Brady-. ¿Por eso nunca te has molestado en conseguir un trabajo decente?
– Escuche, sólo hacía ocho meses que conocía a Douglas y hace tres años que tengo este empleo.
– Pero no eres ambiciosa -dijo Brady en un tono despectivo-. Nunca has buscado un trabajo mejor.
– No todo el mundo ambiciona tener un cargo importante.
Brady la miró con escepticismo.
– Oh, ¡vamos! -dijo Brady y tomó un sorbo de café juntando los labios como si bebiera por una pajita.
Maureen estaba cansada de la implacable hostilidad refinada de Brady. Dejó la taza de café en el plato, la apartó y alzó el vaso con lo que quedaba de whisky. Bebió un trago generoso, observando por encima del borde del vaso cómo Brady le sonreía con desprecio.
– Comprendo que esté enfadada, señora Brady -dijo Maureen en un tono suave-. Lamento la situación por la que está pasando, pero eso no me hace responsable del comportamiento de Douglas.
– ¿Te dio dinero?
– ¿Por qué insiste en ese tema?
– ¿Por qué no me respondes?
– No me dio dinero -dijo-. Nunca me dio dinero.
Brady le dirigió una mirada de desprecio y de repente Maureen quiso largarse de allí y perderla de vista para siempre.
Brady suavizó el tono de voz.
– Me estás mintiendo. Mentiste a la policía y ahora me mientes a mí. ¿Estabas borracha la noche en que mataron a Douglas?
– ¿Por eso está tan enfadada conmigo?
– ¿Le mataste tú?
Maureen se reclinó en su asiento y miró a Brady fijamente.
– ¿Cree que yo le maté?
– Sí -dijo con seguridad, clavando la mirada en Maureen-. Creo que fuiste tú.
– ¿Cómo puede estar aquí sentada conmigo si piensa eso?
– Quería verte, sólo una vez, y comprobarlo.
– ¿Cree que habría venido aquí si lo hubiera hecho yo? ¿Cree que podría sentarme a comer con usted si lo hubiera hecho yo?
Brady apartó la mirada.
– La gente no siempre recuerda lo que ha hecho estando borracha.
Maureen dejó el vaso en la mesa.
– Creo que me marcho ya -dijo.
Brady la cogió de la muñeca y tiró de ella para que Maureen se acercara, de modo que sus caras quedaron separadas sólo unos centímetros.
– Te atraparán y lo sabes -dijo-. Te cogerán y si no lo hacen ellos, lo haré yo.
– ¿Me está amenazando?
– ¿Tú qué crees?
– Escuche -dijo Maureen-. No soy nadie y no tengo nada. Nada de lo que pueda hacer me hará daño.
Retorció la muñeca y la liberó de las garras de Brady, tiró algo de dinero sobre la mesa y se marchó del restaurante.
Se fue directa a una cabina de Buchanan Street y marcó varios números para hablar con Liam pero no lo localizó en ninguno de ellos. Al final, le dejó un mensaje en el contestador en el que le decía que limpiara la casa de arriba abajo y que sacara la basura porque su suegro iba a hacerle una visita. Si no lo hacía tendría problemas. Era urgente. Esperaba que el mensaje fuera difícil de entender sin llegar a ser indescifrable.
Compró una botella de whisky excesivamente cara en un pub cerca de la estación, volvió a casa de Benny e hizo reales las peores expectativas de Carol Brady: se bebió el whisky directamente de la botella y perdió el sentido en el sofá mientras escuchaba los himnos religiosos de un programa de televisión. Se despertó a las tres de la madrugada y la cabeza le daba vueltas. Tuvo que sentarse en el sillón más de una hora, bebiendo traguitos de té con leche y deseando que se le pasara el mareo, antes de conseguir quedarse dormida otra vez.
10. La chaqueta de ligar de Benny
Soñaba que oía unos golpes fuertes. Alguien aporreaba la puerta del piso. Intentó abrir los ojos pero la luz del sol se los arañó como si fuera papel de lija. Esperó unos minutos, deseando que Benny abriera o que dejaran de llamar y se fueran, pero no ocurrió ni una cosa ni otra, y no podía volver a dormirse con ese ruido. Se echó el edredón sobre los hombros y, con sólo un ojo abierto, anduvo a tientas tocando la pared. Era Una acompañada de Alistair.
– Mamá me llamó anoche. Estaba como una cuba y me dijo que habías desaparecido.
Una tenía un tono de voz más elevado que el de la mayoría de gente. No gritaba pero su voz tenía una proyección natural extraordinaria.
– Bueno, ya me habéis encontrado -dijo Maureen, que deseaba estar en cualquier otro lugar menos allí y no sentirse como se sentía.
– Ya lo veo -dijo Una.
Maureen levantó la mano. Tenía un ojo cerrado por el sueño y cuando hablaba sentía cómo los restos de baba seca le rascaban la barbilla.
– Una -dijo despacio-, tengo resaca. Si quieres hablar, hazlo en voz baja, por favor. Si no puedes, te agradecería que te marcharas.
Maureen dejó caer la mano y se fue a la cocina. Alistair y Una la siguieron. Maureen abrió el grifo, se puso agua en un vaso y se la bebió. En la mesa había una nota de Benny. Decía que se había ido a la universidad y que Maureen era una borracha inútil.
– No puedo creerlo -dijo Una, a quien se le daba mal hablar en voz baja-. ¿Qué haces aquí sola? -miró todo aquel desorden-. ¿Dónde está Benny?
– Ha salido -dijo Maureen haciendo un gran esfuerzo.
– Maureen, tienes un aspecto horrible. He intentado ponerme en contacto contigo pero nunca estabas aquí.
Maureen tenía la boca llena de agua. De camino al baño, la escupió en el recibidor y vomitó en el retrete. Una estaba detrás de ella.
– Dios mío, Maureen. Vete a la cama.
Nerviosa, Una llevó a Maureen a la habitación de Benny y la metió en la cama. El cuarto desprendía un fuerte olor a la gomina de Benny. Una cerró las cortinas, para que no entraran los rayos agresivos del sol, y la puerta intentando no hacer ruido.
Cuando Maureen se despertó de nuevo, una emisora de música pop sonaba en la radio de la cocina. La melodía era alegre pero le sacaba a uno de quicio. Se tocó la cabeza, se incorporó lentamente y abrió los ojos. Estaría un rato sin poder comer nada pero ya tenía el estómago recuperado para tomarse una taza de té.
Una y Alistair estaban sentados en la cocina, con los abrigos puestos, tomando té. Habían hecho sitio en la mesa.
– Siéntate -dijo Una y apagó la radio. Le preparó una taza de té a Maureen-. ¿Has ido al psiquiatra?
Una tenía una vida ordenada, confiaba en la medicina; los médicos eran los representantes del bien absoluto. Cuando encontraron a Maureen en el armario, Una sufrió un shock terrible y tuvo que recibir atención psicológica de inmediato y durante bastante tiempo.
– Fui el viernes -dijo Maureen-. Me dio la baja, pero me dijo que lo estoy llevando muy bien. Me recetó unas pastillas. -No parecía que eso fuera suficiente para mitigar los temores de Una-. Y me ha aumentado el número de sesiones.