La puerta cortafuegos que conducía a los despachos se abrió y el doctor Murray entró muy atareado, en la sala de espera con un fajo de archivos. Puso la mitad sobre la mesa de Shirley y se fue hacia el vestíbulo principal con el resto. La chica de los pantalones militares le observó marchar. Maureen deseó que no le estuviera esperando a él. Murray ni siquiera había advertido su presencia. La puerta del vestíbulo se abrió y Shirley entró con una bandeja de hojalata con tazas humeantes, leche y azúcar. Dejó la bandeja sobre el mostrador, levantó la mirada y vio a Maureen.
– ¿Helen? -dijo sorprendida de verla-. ¿Qué haces aquí?
Maureen le hizo un gesto con la mano para que saliera con ella al pasillo del vestíbulo.
– Shirley, no me llamo Helen sino Maureen O'Donnell.
– ¿Eres Maureen O'Donnell? Pero si salió una foto tuya en el periódico de ayer.
– Lo sé, lo sé. La fotografía era de otra persona.
Shirley no se molestó en disimular su incredulidad. Maureen no se ofendió en especial, Shirley habría visto de todo y que una ex paciente se hiciera pasar por la última sádica de la ciudad no estaba más allá de los límites de lo imposible.
Maureen quería demostrarle quién era.
– De verdad que soy yo. Mira.
Shirley echó un vistazo al carné de la biblioteca de Maureen y a su tarjeta de crédito y les dio la vuelta para buscar más pistas en el reverso.
– Muy bien, de acuerdo. Puede que no me creas, pero si damos por hecho que soy quien digo ser, ¿me responderías a algunas preguntas?
Shirley lo pensó.
– No lo sé. No tiene que ver con cuestiones médicas, ¿verdad?
– No, no. Sólo quería saber quién ha podido ver mi historial.
– Bueno… de acuerdo, pero dejaré de responderte si me preguntas cosas raras. Y no quiero que hablemos de Douglas. Si eres Maureen O'Donnell entonces probablemente tú sabrás mucho más sobre él que yo y ya han venido periodistas por-aquí para preguntarme por él. ¿De acuerdo?
– Totalmente, Shirley.
Shirley se relajó y apoyó la espalda contra la pared del pasillo, mal iluminado.
– Bien -dijo Maureen-. Primero, ¿cómo supo la policía que venía aquí al psiquiatra? Yo no se lo dije.
Shirley se quedó callada un momento. Pensaba su respuesta con cautela.
– Lo único que sé es que la policía llamó a seguridad el domingo a primera hora y consiguieron que les dejaran entrar en los despachos.
– ¿Sabían lo que buscaban?
– Sí, entraron en el ordenador, teclearon el archivo correcto e imprimieron tu historial. Lo comprobé. Fue el único que buscaron.
– ¿Cómo archiváis los historiales?
– Por nombre y fecha.
– ¿El mío estaba archivado por Helen?
– Sí.
– ¿No pudieron utilizar otros datos para obtenerlo?
– No. Funcionamos con MS-DOS. Sólo utilizamos esos dos datos. Nos vendieron el sistema antes de que alguno de nosotros supiera cómo era.
– Así que no sólo sabían que había estado aquí. También sabían qué nombre utilizaba cuando venía.
– Sí.
– No le dije a nadie qué nombre usaba -dijo Maureen mientras guardaba el carné y la tarjeta en la cartera-. ¿Qué tipo de información hay en ese archivo? ¿Están las notas de mis sesiones de terapia?
– No -dijo Shirley, segura-. Es sólo un archivo de tipo administrativo. Sólo tiene las horas de visita, quién te trató, dónde fuiste, cosas por el estilo.
– ¿Cómo pudieron saber que estuve aquí, Shirley?
– Daba por hecho que alguien que trabajaba aquí habría visto la fotografía del periódico, habría recordado la cara de la chica y les habría llamado, pero supongo que eso no es posible si tú eres la Maureen de la que hablan.
– Lo soy, Shirley, de verdad.
:-Bueno, supongo que eso lo aclara todo -dijo Shirley-. No entendía cómo la chica de la foto había podido venir a la clínica en enero pasado sin que yo la hubiera visto nunca.
– Sí, bueno, no vino.
– ¿Ha estado ella aquí alguna vez?
– No, ni por casualidad.
Maureen se mordió el labio. Alguien ya la conocía pero fingía que la había reconocido por la foto del periódico.
– Oí que alguien tenía una aventura con una paciente -susurró Shirley.
– ¿Quién te dijo eso? -preguntó Maureen molesta, como si Shirley hubiera deshonrado a Douglas.
– Una del personal de limpieza.
– Bien -dijo Maureen ansiosa por cambiar de tema.
– Me contó que los había sorprendido. Lo estaban haciendo.
De repente Shirley vio que estaba incomodando a Maureen.
– Lo siento -dijo-, supongo que ahora no tiene importancia. Creía que había sido con otra persona.
Maureen no se lo podía creer.
– ¿Estaban follando en la clínica? -preguntó-. ¿Les sorprendieron en la clínica?
Shirley se mordió el pulgar y pensó en ello.
– Pensaba que se llamaba Iona pero el nombre podría ser falso.
– No era yo -dijo Maureen enfadada.
Shirley se volvió menos cordial de repente y se puso derecha.
– En realidad no sé quién eres. No quiero seguir hablando de ese tema.
– De acuerdo, como quieras -dijo Maureen, sorprendida de que a Shirley la historia no le hubiera impactado más.
– ¿Cuánta gente trabaja aquí?
Shirley lo pensó un momento.
– Unas cincuenta personas, incluyendo los diversos turnos y el personal de limpieza.
– Dios mío, ¿cincuenta?
– Sí. De hecho, podría ser que fueran más. Es un cálculo aproximado.
– Otra cosa -dijo Maureen-. Parece que la policía cree que mi psiquiatra era Douglas y no Angus. ¿Sabes de dónde pueden haber sacado esa idea?
– Bueno, prácticamente interrogaron a todo el mundo. Para serte sincera, estaban todos en la sala de personal mirando el periódico y decían que recordaban a la chica de la foto. Una de las enfermeras dijo que una vez había intentado pegarle.
Maureen sonrió.
– Así que, básicamente, sólo Dios sabe lo que le habrán dicho a la policía.
– Básicamente, sí.
– ¿Seguro que en mi historial decía que mi psiquiatra era Angus?
– Bueno, sí. Tendría que ser así, ya que lo mencionas. No sé por qué la policía piensa otra cosa.
– ¿Y también decía a quién me enviaron después?
– Sí.
– Dios mío, Shirley. Me has ayudado mucho.
– ¿No vas a entrar a ver a Angus? Está muy afectado por lo ocurrido. Le encantaría verte. Podrías llevarle el café.
– ¿Le encantaría verme ahora que estoy involucrada en una investigación por asesinato?
– Helen, te fuiste de aquí y no volviste ni acabaste al otro lado de la carretera, en Levanglen. Por lo que a nosotros se refiere, eres todo un éxito.
Volvieron a la sala de espera. La chica de los pantalones militares levantó la mirada.
– Ya no falta mucho -le dijo Shirley-. El doctor está acabando de comer.
Echó tres terrones de azúcar y una gota de leche en una de las tazas de café y se la dio a Maureen.
– Supongo que recuerdas dónde está su despacho.
– Sí.
Maureen recorrió el pasillo. Pasó por delante del despacho de Douglas y se sintió un poco culpable, como si él fuera a salir en cualquier momento y fuera a enfadarse con ella por volver a la clínica. Llamó a la puerta de Angus y éste le dijo que pasara.
– Hola -dijo mirándola. Parecía que no la reconocía. Se levantó y se le acercó para saludarla-. Hace tiempo que no nos vemos -dijo buscando alguna pista-, ¿verdad?
Maureen asintió.
El despacho estaba oscuro, era acogedor y apestaba a tabaco. Tendría que ser un lugar con mucha luz pero una capa de humo y las persianas medio cerradas hacían que siempre estuviera en tinieblas. Pegados a la pared, había dos sillones de piel con respaldos altos. Estaban separados por una raquítica mesita de café con un cenicero y una caja de pañuelos de papel encima. Detrás del sillón que estaba más alejado de la puerta, había un ficus de casi dos metros de altura. Angus tenía unos cuarenta y cinco años. Le estaban saliendo canas y tenía unas entradas agradables, lo justo para que pareciera un hombre curtido. Vestía como un terrateniente venido a menos, con chaquetas desgastadas de tweed y pantalones de pana viejos. Fumaba un cigarrillo tras otro y su amor por el tabaco había creado un vínculo inmediato entre ambos. Durante sus sesiones se sentaban en los sillones, se inclinaban hacia adelante, se acercaban mucho y fumaban mientras Maureen le relataba los peores episodios de su infancia. Se daban fuego mutuamente y se iban pasando el cenicero. Angus sujetó su cigarrillo con los dientes, se subió las gafas de montura metálica y esbozó una leve sonrisa confusa y expectante, esperando a que Maureen se presentara.