– No puedo entrar porque no tengo pase.
– Eso es, Tanya. Necesitas un pase.
– Cómprame uno.
– No se compran.
– ¿No?
– No. Te lo tienen que dar.
– ¿Me darán uno?
– No.
– ¿Porqué?
– Porque eres demasiado alta.
Tanya insistió en esperar con Maureen hasta que llegara el autobús. Maureen subió y le dijo adiós efusivamente con la mano a través de la ventana pero la Suicida no le hizo caso.
En el sótano de la biblioteca, Maureen le pidió ayuda a una bibliotecaria para encontrar las escalas salariales de los psiquiatras. Le sacó una publicación médica de detrás del mostrador. Douglas debía de ganar unas 45.000 libras al año. Le dio las gracias a la mujer y cogió el ascensor hasta el último piso.
Fue pasando los periódicos antiguos y los hojeó para encontrar noticias referentes a la conferencia sobre ecología de Brasil. El presidente la había inaugurado oficialmente el miércoles por la mañana. El artículo iba acompañado de una fotografía de Carol Brady y personas vestidas con ropas caras.
La biblioteca de la Universidad de Glasgow está en un edificio de ocho pisos construido en lo alto de la colina Gilmorhill. Las paredes son todas de cristal ahumado, lo que da a la ciudad, que se halla a sus pies, un aspecto irreal. Se sentó en una mesa y miró hacia el edificio de la universidad neogótica; desvió su mirada hacia abajo, hacia el río, y siguió hasta Govan y el aeropuerto, buscando la fábrica de bombillas de la parte oeste, junto a la autopista. Posiblemente era el edificio más bonito de Glasgow. No podía verlo.
Angus era el único psiquiatra que había conseguido que Maureen se sintiera comprendida, el único con el que había conectado y ahora él pensaba que ella había matado a Douglas. Ni siquiera estaba enfadado con ella. Debía pensar que estaba muy loca. Dobló los periódicos con cuidado y los devolvió a su sitio. Se fue de la biblioteca y cogió el autobús de vuelta a casa de Benny, ansiosa por verle y sentir su amabilidad natural.
12. Maggie
Nunca habían visto a Liam tan enfadado. La policía había registrado su casa. Estaba tumbado en la cama con Maggie y echaron la puerta abajo. Cuatro policías irrumpieron arriba en el dormitorio y les encontraron desnudos, tapados con la sábana. Tiraron de ella, les hicieron salir de la cama, observaron cómo se vestían y se llevaron a Liam al piso de abajo.
Gracias a la oportuna llamada de Maureen la policía no había podido encontrar nada que incriminase a Liam, pero llevaban perros que olfatearon cada rincón y encontraron el rastro por todas partes. Habían dejado la casa patas arriba: levantaron los tablones del suelo e hicieron agujeros en el jardín. Liam les dijo que la casa había quedado inhabitable, que parecía el número 25 de Cromwell Street [1].
Maggie estuvo sollozando como una histérica durante media hora. Luego había llamado a su madre, que vivía en Newton Mearns, y le había suplicado que fuera a buscarla. Hasta ese momento, la madre de Maggie creía que Liam era un empresario de la industria musical. Por teléfono Maggie no le había dicho nada de la policía. Su madre creyó que se habían peleado. Como buena madre que era, dejó lo que estaba haciendo y condujo hasta la otra punta de la ciudad para recoger a Maggie. Al acercarse a la casa vio los coches de policía y, como buena ciudadana que era, se hizo a un lado y preguntó a los agentes qué ocurría y si podía ayudar en algo. Se lo contaron. Se llevó a su hija a casa y le prohibió que volviera a ver a Liam.
– No pueden destrozarme la casa y dejarla tal y como está -dijo Liam en un tono agresivo, y se dirigió a Benny-. ¿Puedo demandarles por daños y perjuicios?
– Tiene que haber alguna forma -dijo Benny, intentando que Liam se calmara-, ya que no has cometido ningún delito, pero no se me ocurre cuál.
– Esos hijos de puta no pueden arrasar con todo e irse tan tranquilamente. Esto es una puta mierda.
– ¿Por qué no le escribes una carta a tu eurodiputado? -sugirió Maureen en un intento de suavizar la tensión que se respiraba en el ambiente.
– ¡No tiene ni puta gracia! -gritó Liam.
– ¡No me chilles! -gritó Maureen-. Yo no tengo la culpa.
– Bueno, si no hubieras… -Liam se dio cuenta de lo mal que se estaba portando y se corrigió a sí mismo-. No podré trabajar en años.
– Tengo que decirte -dijo Benny con autoridad-, que sería una estupidez que hicieras negocios ahora.
Lo decía porque la policía había encontrado olores sospechosos por todas partes y volverían una y otra vez hasta que lo pillaran. Incluso si se cambiaba de casa, los tendría al acecho.
– Yo de ti, ahora, no pasaría ni un porro en una fiesta.
Liám se dejó caer en el sofá y se tapó la cara con las manos.
– Dios mío -su voz sonaba apagada-, ¿qué coño voy a hacer ahora?
Maureen se sentó a su lado.
– Venga, vamos -dijo-. Eres un tipo listo. Esta casa vale un pastón y habrás ahorrado dinero, ¿no?
– Un poco.
– Un poco bastante, ¿verdad?
Liam se encogió de hombros.
– Supongo.
– Bueno, ya pensaremos en algo.
– Mierda. Y me llega un alijo importante la semana que viene.
– No lo hagas, Liam, ¿vale? -le suplicó Maureen.
– Sería una estupidez -dijo Benny.
Liam sacudió la cabeza.
– Si Joe McEwan y su panda de polis se enteran, estaré muy jodido.
– Pero aquí no han encontrado nada -dijo Maureen.
Benny y Liam se miraron de reojo.
– Maureen, está todo relacionado, joder -dijo Liam-. Si descubren que soy un camello no habrá forma de que crean que el asesinato de Douglas no tiene nada que ver conmigo. La policía cree que los delincuentes profesionales somos capaces de todo.
– Vaya -dijo Maureen-. Lo siento, no pensé en eso.
– Incluso tú creías que había sido yo.
– No creía que hubieras sido tú. Sólo pensaba que quizá sabrías algo al respecto.
– Dios mío -dijo-. A veces eres estúpida.
– No es necesario que me insultes -dijo Maureen.
A Liam, el comentario le pareció muy gracioso. Se rió y le dio un beso en la cabeza.
– Eres un sol -:dijo cariñosamente.
Hizo que Maureen llamara en su lugar. Cuando la madre de Maggie contestó, preguntó por ella y cuando se puso, le pasó el teléfono a Liam, que se lo llevó al recibidor y cerró la puerta. Benny la miró e hizo una mueca de pánico. Maureen se levantó.
– Ya lo sé, ya lo sé -dijo moviendo los labios sin emitir un sonido.
No apartó la vista de la puerta y se acercó a Benny.
– ¿El señor Cambios de Humor, eh? ¿Cuánto tiempo lleva aquí? -susurró Maureen.
– Una hora más o menos -respondió Benny también entre susurros-. Se puso como loco cuando llegó. Tuve que calmarle…
Oyeron a Liam colgar. Maureen salió corriendo hacia el sofá. Liam volvió al salón y dejó con un golpe violento el teléfono en una mesita. Parecía furioso.
– Está hecha polvo -dijo-. Le contó a su madre que una vez había fumado un porro y ahora cree que Maggie es la putita de un capo de la droga.
Benny estaba perplejo.
– ¿Y por qué se lo contó a su madre?
– Porque ella se lo preguntó -dijo Liam con aire de superioridad-. Y en la familia de Maggie no están todo el día mintiéndose los unos a los otros.
– Dios mío -dijo Benny-, deben odiarse.
Maureen se ofreció a hacerle a Liam una taza de té pero éste la rechazó y le dijo que si quería una puta taza de té de mierda ya se la prepararía él mismo.
– Todo saldrá bien -dijo Maureen.
– ¡Deja de decir eso de una puta vez! -le gritó Liam.
– ¡Sólo lo he dicho una vez! -gritó también Maureen.
Benny la miró. No se le daba bien apaciguar el temperamento de Liam. Siempre acababa gritándole. Benny le dijo que podía quedarse a dormir en su suelo unos días, hasta que arreglara la casa. Liam rechazó su ofrecimiento terminantemente. Benny dijo que salía a por leche y dio un portazo.