– Ahora le has cabreado -dijo Maureen.
Liam no contestó pero se sentó a su lado en el sofá. Eso era lo más cercano a una disculpa que Maureen iba a obtener de él.
– ¿Viste la foto del periódico de ayer? -le preguntó.
– Sí -dijo Liam-. Te vi.
– No era yo.
Liam parecía preocupado.
– Sí que eras tú -dijo-. Estabas en la taquilla y todo eso, Mauri.
– ¿Compraste el periódico y te fijaste bien?
– Bueno, no. Nunca les daría mi dinero.
– No era una foto mía, sino de Liz.
Liam cambió de posición, incómodo, y evitó mirarla. Maureen cruzó la habitación con fuertes pisadas y sacó de su mochila la portada del periódico. Lo abrió y se lo pasó a Liam, se sentó y le observó mientras examinaba la foto.
– ¿Soy yo? -le preguntó.
Liam se lo devolvió.
– No eres tú.
– Exacto y tampoco soy responsable de que hayan registrado tu casa. Quiero que zanjemos el tema antes de que vaya a más.
– Ya lo sé. Lo siento, enana, estaba enfadado.
– Todo el mundo cree que lo hice yo -dijo Maureen.
– Todo el mundo cree que lo hice yo -dijo Liam-. Es como estar de nuevo en el colegio.
– Sí, somos un par de niños malos.
Se miraron. Liam alargó la mano con solemnidad y le cogió la suya.
– Voy a ir por ahí diciendo que fuiste tú y quedaré libre de sospecha.
Maureen se rió y Liam le correspondió con una sonrisa de oreja a oreja.
– Hazme un favor. -Maureen cogió el periódico-. Vuelve a mirar la foto y dime, si no me conocieras tan bien, ¿podrías haberme confundido con Liz?
Liam le echó un vistazo.
– No. Pensé que eras tú por la taquilla.
– ¿No nos parecemos?
– No. Las dos tenéis el pelo corto, pero eso es todo.
Maureen dobló la página de la foto y se la guardó en la bolsa.
– ¿Cómo está mamá?
La cara de Liam adoptó un gesto pesimista que le recordó a cuando eran pequeños.
– Mejor que no lo sepas, Mauri.
Benny abrió la puerta de la casa y entró en el recibidor. Leslie iba con él. Se asomó al salón y vio a Maureen y a Liam sentados en el sofá el uno junto al otro.
– ¿Estás bien, Mauri? -dijo y, pasando por delante de Benny, entró en el salón dando saltitos-. Sales en el periódico.
– ¿Cómo? ¿Otra vez?
– Sí.
Leslie tenía el Evening Tribune. La foto de la portada era de cuando Maureen estuvo de vacaciones en Millport. Liam y Leslie la habían llevado allí justo un mes después de que saliera del hospital. Hacía buen día y habían alquilado triciclos. Maureen estaba junto el suyo y llevaba unos shorts recortados, una camiseta de los Sex Pistols y gafas de sol. Estaba sonriendo. La fotografía quedaba grotesca y fuera de lugar junto al artículo sobre el asesinato de Douglas. En la foto, Maureen estaba muy distinta: tenía el pelo largo y alborotado, desde entonces lo llevaba teñido de negro y estaba tan delgada que daba pena: durante la enfermedad no había sido capaz de tragar la comida con comodidad.
Maureen evitaba mirar las fotos de esa época porque le recordaban con demasiada claridad las secuelas de su crisis, cuando tenía que estar todo el día sonriendo y diciéndole a la gente que se encontraba bien; cuando luchaba por asimilar todo lo que había ocurrido en su pasado más reciente y en el más remoto. Había dejado las fotografías de esas vacaciones boca abajo en una caja en casa de Winnie.
– ¿Quién se la dio? -preguntó Leslie.
– La sonada de mierda de mi madre.
– Ah, bien -dijo Leslie, arqueó una ceja y bajó la mirada a la moqueta.
– Pareces un poquito menos cansada -dijo Maureen, intentando cambiar de tema.
– Sí, anoche pude dormir.
Liam le cogió el periódico a Leslie, se disculpó y se fue.
Maureen alzó la vista, sonrió a Leslie y ésta le devolvió la sonrisa.
– ¿Ya estás lista para hablar conmigo? -preguntó Leslie.
– Lista, colega. ¿Cómo fue la apelación?
– Mal -dijo Leslie y frunció el ceño. Dejó el casco en el sofá y se quitó la chaqueta de piel-. No tomarán una decisión hasta la semana que viene pero creo que lo tenemos jodido. Hablé con un abogado de la Oficina de Atención al Ciudadano y me dijo que nos habíamos dejado mogollón de información.
Liam volvió y tiró el periódico sobre la mesita del café. Se dejó caer pesadamente en el sofá y esperó a que alguien se percatara de lo enfadado que estaba. Leslie miró a Maureen.
– Me vendría bien una ducha -dijo Maureen y se levantó.
– Te prepararé una taza de té -dijo Leslie inocentemente-. ¿Quieres una, Liam?
– No -resopló-. La verdad es que no. Resulta que una taza de té es lo último en lo que pensaría en estos momentos.
Maureen estaba en la ducha, aclarándose el pelo, y entonces un escalofrío familiar le recorrió el cuerpo. El fantasma de su padre estaba en el baño. Ella era muy pequeña y estaba de pie en la bañera, esperando para salir. Él se inclinó y puso su cara frente a la de ella. Maureen se enjuagó el pelo deprisa y abrió los ojos pero él todavía estaba allí con ella, casi podía olerle. Abrió el agua fría y se colocó debajo. Estaba sudando. «Cambia el final», le había dicho Angus. «Cambia el final». Sin dejar de mirar a su padre, se agachó sin vacilar, y sacó del agua una escopeta de cañón recortado. Le apuntó y apretó el gatillo. Le voló la cabeza. Había sangre por todas partes. Como había pasado con Douglas.
– Estás horrible -le dijo Leslie cuando Maureen entró en el salón.
– Sí.
– Benny y Liam han ido a tomarse unas birras. ¿Te apetece?
– Liam se está portando como un capullo. ¿Has venido en moto?
– Sí. ¿Porqué?
– ¿Podemos ir a tu casa? Quiero alejarme de él,
Leslie le dio el casco de sobra que llevaba en el compartimiento del asiento y Maureen se subió a la moto, se agarró a la cintura de Leslie rodeándola con los brazos y recostó la cara en su hombro. Leslie reclinó la espalda un poco cuando puso en marcha la moto, apoyándose en Maureen para que supiera que estaba bien. La lluvia fría les dejó las piernas entumecidas mientras se dirigían a las afueras del norte de Glasgow, a Drum, el barrio donde vivía Leslie.
Cuando llegaron al pie de la colina que domina el barrio, una explosión repentina de rayos de sol que venían del oeste iluminó la lluvia mientras caía. Abajo, en lo más hondo del valle, los edificios altos parecían gigantes remando en un mar de casas poco profundo.
13. Leslie
Leslie vivía en el tercer piso de un edificio antiguo de seis plantas. Tenía suerte: sus vecinos eran gente mayor y afable; se pasaban casi todo el día en casa y casi toda la noche la pasaban durmiendo. Habían enmoquetado el suelo de la entrada y habían puesto plantas y visillos en las ventanas para que el vestíbulo tuviera un aspecto acogedor.
Leslie se detuvo frente al portal, llevó la moto a la parte trasera y la ató a una argolla de metal enganchada a un bloque de hormigón. Tres niñas pequeñas saltaban a la comba. Dejaron de jugar y se quedaron mirando a Maureen. La más pequeña tenía la cabeza cuadrada y demasiado grande en relación a su cuerpo, y el pelo fino y escaso, como el de un bebé, recogido en una cola de caballo. Llevaba una falda rosa pálido y un jersey de lana rojo con manchas de lejía en las mangas. Tenía restos de zumo de naranja en los labios. Maureen le hizo una mueca y la niña se sonrojó, soltó una risita y se subió la falda para taparse la cara manchada de zumo.
– Esta es la pequeña Magsie -dijo Leslie-. Tiene tres años y medio, ¿verdad, pequeñaja?