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– Estaba pensando en las tres veces que me llamaron al trabajo. Liz no conoce la voz de Douglas demasiado bien. Puede que fueran ellos que intentaban comprobar si estaba allí.

– ¿Y Liz dijo que no estabas?

– Sí. Pero, que ellos pensaran que yo no estaba allí, no quiere decir que no pudiera estar en cualquier otro sitio que me proporcionara una coartada.

– Sí -dijo Leslie, le dio una calada a su cigarrillo y miró hacia la explanada, examinando su paisaje.

– Como he dicho, el tipo ese pudo haber cometido varios errores tontos. ¿Por qué creen todos que Douglas te daba pasta?

– Ha desaparecido dinero, creo, y dan por hecho que me lo dio a mí.

Sentada en la tumbona, Maureen se echó hacia adelante, le dio una calada larga a su cigarrillo y tiró la ceniza por encima de la barandilla de la terraza. Leslie se inclinó y recostó la espalda en la tumbona.

– No hagas eso -dijo Leslie-. A veces los niños se esconden ahí abajo.

– ¿Porqué?

– Porque no pueden ir a casa.

– Lo siento.

– No pasa nada. Veamos, ¿por qué ha mencionado tu madre a Michael?

– Joder -dijo Maureen despacio y se rascó la cabeza con fuerza suficiente como para hacerse daño-. No lo sé. No quiero pensar en lo que hace Winnie. Me pone más nerviosa que pensar en el puto asesinato.

– Está bien, cariño -dijo Leslie, dándole unas palmaditas en la rodilla-. No hablaremos de ello. Me estoy congelando.

Maureen se levantó, ansiosa por cambiar de conversación.

– Entonces sacaré el whisky, ¿vale?

– Sí.

Entró en la cocina y cogió la botella del armario de debajo del fregadero. Leslie no tenía dos vasos iguales. Maureen cogió una jarra de cerveza robada en algún bar y un vaso de plástico con un dibujo de Barbie que estaban en el escurridor. Se sirvió cuatro dedos de whisky en la jarra y se lo bebió de dos tragos. La cálida réplica del whisky le subió flotando por la nariz. De vuelta a la terraza, le dio a Leslie el vaso de Barbie y le sirvió una cantidad generosa de whisky.

– Aquí tienes, y en tu vaso preferido.

– Genial, Mauri. Espero que me regales otro en mi próximo cumpleaños.

– Para cuando te jubiles te prometo que tendrás toda la vajilla.

Se acomodaron en sus tumbonas, bebieron whisky y fumaron cigarrillos.

– Me paso el día bebiendo -dijo Maureen.

– No creo que abusar del alcohol sea una forma errónea de enfrentarse a los traumas a corto plazo.

Maureen se rió sorprendida.

– Es el peor consejo que me has dado.

Leslie pensó en ello.

– Bueno, a la mierda entonces.

Maureen sintió que el whisky que había tomado en la cocina le golpeaba la cabeza y que empezaba a ver las cosas más claras.

– No quiero quedarme sentada con un peine en la mano esperando a que vengan a por mí. ¿Qué harías tú para encontrar a la persona que lo hizo?

Leslie le dio la última calada al cigarrillo y pensó en ello.

– Hasta ahora lo has hecho muy bien -dijo-. Sólo es cuestión de lógica.

– Pero supón que su comportamiento no sea lógico. Si el asesino estuviera loco, no hablaríamos de una cuestión de lógica, ¿verdad?

Leslie dejó caer el cigarrillo en un hueco que había entre las plantas muertas y lo apagó aplastándolo con el pie y esparciendo chispas de un rojo intenso entre las macetas.

– No puede ser un maníaco. Lo ha planeado todo a conciencia. Trajo la cuerda y el impermeable, entró y salió del piso sin que le viera nadie y todo eso. No parece el trabajo de una mente perturbada, ¿verdad?

– Supongo que no, pero quizás eso signifique que el asesino está loco de verdad.

– Uff -resopló Leslie y se inclinó hacia adelante-. La gente habla del asesinato como si no tuviera que ver con nada de lo que ocurre en el mundo. Pero forma parte de un todo. A veces, matar a alguien es algo racional. A veces, es lo más racional que se puede hacer. ¿Qué me dices de todos los locos que has conocido? ¿Son capaces de asesinar?

Maureen pensó en sus compañeros de la sala Jorge III del Hospital Northern.

– Qué va -dijo-. La mayoría no son capaces de casi nada.

– Yo he conocido a más gente cuerda capaz de cometer un asesinato que a gente que esté chiflada y que sea capaz de hacerlo -dijo Leslie, que se bebió de un trago el whisky y se sirvió más-. Hacer algo horrible no te convierte en un demente. Sólo te convierte en alguien horrible y Douglas no habría abierto la puerta a un psicópata, ¿no crees?

– Bueno, no me imagino a Douglas abriendo la puerta de mi piso e invitando a entrar a nadie. En primer lugar, no tendría que haber estado allí. No contestaba ni a mis llamadas cuando estaba solo en casa. -Maureen se inclinó hacia adelante, contentísima de estar segura de algo-. Entraron juntos, apuesto a que eso fue lo que pasó. Tuvo que ser eso.

– Entonces, ¿a quién crees que podría haber llevado a tu casa?

Maureen pensó en ello.

– A nadie, la verdad.

– Si crees que no pudo haber llevado a nadie a tu casa -dijo Leslie-, alguien le llevó a él. Quizá le amenazaran en algún otro sitio y le obligaron a que les llevase a tu casa.

– Sí.

– ¿Lo ves? -dijo Leslie-. Es una cuestión de lógica. ¿Por qué no contestaba al teléfono?

– No lo sé. Era como… muy reservado, ¿sabes?

– Ya. ¿Porque estaba casado?

Maureen se frotó la nuca incómoda.

– En cualquier caso -dijo Leslie-, sigo pensando que fue un acto racional, obra de una persona racional. Le descubriremos.

– Pero no conozco ni la mitad de los hechos. No sé ni lo que había en el armario.

– Entonces tendremos que averiguarlo de alguna forma -dijo Leslie, con su alentadora seguridad habitual.

Maureen se pasó los dedos por el pelo.

– Tengo miedo, Leslie.

– Sólo es un hombre, Maureen.

– También podría tratarse de una mujer.

– No -dijo Leslie-. Las mujeres no hacemos eso. Son los hombres quienes hacen este tipo de cosas horribles y depravadas. A nosotras nos preocupan temas importantes como el amor o los hijos o que no nos peguen una paliza. A ellos, sólo los coches grandes, las tías más jóvenes o cosas así.

– Puede que lo hicieran por amor o por los hijos, no lo sabemos. La mujer de la Clínica Rainbow dijo que alguien se estaba tirando a una paciente en uno de los despachos.

– ¿En un despacho?

– Sí. No parecía ni que le hubiera sorprendido. Pensaba que era yo.

– ¿Es posible que tuviera una aventura con otra a la vez?

– Es lo que yo pensé -dijo Maureen-. Hacía semanas que no echábamos un polvo.

– Entonces, es eso. Dios mío, los hombres son unos cerdos.

– De todas formas -dijo Maureen-, yo no creo que los hombres y las mujeres maten por razones distintas. Si seguimos la lógica, pudo haber sido una mujer quien matara a Douglas.

Leslie se subió el cuello de la chaqueta.

– Pero me juego lo que quieras a que no -susurró.

Desafiaron el frío y se quedaron en la terraza hasta medianoche, analizando los hechos desde todos los ángulos, acurrucadas dentro de sus abrigos, observando el vaho que salía de sus bocas.

14. Siobhain

A las nueve, Leslie despertó a Maureen de su sueño profundo con una sacudida. Su turno en la casa de acogida empezaba a las diez, así que Maureen tenía que levantarse ya si quería que la llevara de vuelta a la ciudad.

Se detuvieron junto a la casa de acogida. Los fondos de reserva se estaban acabando muy rápido y el edificio tenía un aspecto lamentable comparado con los de su alrededor. Se alzaba en medio de una calle elegante de casitas adosadas como una albóndiga en una fuente de caviar. Leslie dejó pasar a Maureen y le señaló el teléfono público del vestíbulo.