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– ¿Pasaste todo el día con ella?

– Sí. ¿Porqué?

– Porque -dijo Maureen- he conocido a alguien que vio a Douglas vivito y coleando a las tres y media.

– Muy bien -dijo y asintió con la cabeza-. Eso está muy bien.

– Aunque preferiría que la policía no hablara con ella. Es un poco vulnerable.

– Entonces, será nuestro último recurso -dijo Liam.

Liam intentaba aplastarle la hamburguesa en la cara cada vez que Maureen le daba un mordisco. Acabaron tirándose patatas fritas y riéndose como niños. Hubieran hecho lo que hubieran hecho él y Lynn cuando se vieron a solas, le había sentado bien. Mientras estaba con Maggie se había vuelto quisquilloso y tenía cambios de humor repentinos, pero con Lynn recuperaba su alegría natural. Fueron a tomarse un café a unas galerías comerciales cercanas para tranquilizarse antes de ir a la comisaría.

Las galerías son un antecedente de mala calidad de los centros comerciales y éstas eran de muy mala calidad: estaban llenas de tiendas de regalos, todos a cien, con escaparates anunciando rollos de papel de oferta, y comercios de comida congelada. Muchos de los establecimientos estaban vacíos o por alquilar. Un local pequeño y en medio de las galerías estaba decorado con bancos y árboles de mentira plantados en macetas grandes. Estas habían servido rutinariamente de ceniceros y estaban llenas de colillas y cenizas mugrientas. Encima, un tejado transparente de plexiglás iluminaba a los compradores con un chorro de luz nada favorecedora.

Liam necesitaba hojillas de afeitar así que entraron en un supermercado. Luego volvieron hacia atrás a una panadería con mesas para tomar algo. Era un autoservicio sucio y asqueroso. Las bandejas, amontonadas en el mostrador, no estaban bien lavadas y las tazas tenían manchas. En todas las mesas había platos sucios por recoger.

Cogieron una de las últimas bandejas del montón y la fueron arrastrando por el mostrador. Maureen se sirvió un café y empezó a buscar la mesa que estuviera menos sucia. Antes de sentarse, apiló los platos usados y los puso en una mesa vacía. La superficie estaba llena de migas y de manchas pegajosas de lo que parecía ser mermelada.

– La verdad es que no quiero beberme esto -dijo Liam señalando su taza. Las paredes del interior tenían redondeles pringosos y el asa estaba descascarillada.

– Te hará bien -dijo Maureen-. Si comes gérmenes te vuelves inmune a ellos.

Liam limpió con una servilleta de papel el trozo de mesa que tenía delante.

– Eso me parece una excusa de mala ama de casa.

– Sí, vale, nunca lo había visto así. -Maureen fue girando la taza hasta encontrar una parte que no tuviera el borde desportillado.

– Mamá solía decirme eso. ¿A qué se dedica ahora?

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Liam.

– ¿Qué es lo último que ha dicho? La semana pasada mencionó el nombre de papá dos veces y Una se comportó de manera muy sospechosa.

Liam levantó las cejas.

– No es nada, Mauri -dijo-. Yo no me preocuparía.

Eso significaba que Winnie había dicho algo grave. En circunstancias normales no le habría preguntado nada a Liam. Tenían un pacto tácito acerca de Winnie: no hablaban de ella excepto cuando querían hacer alguna broma o algún desprecio e, incluso en esos momentos, era como una especie de válvula de escape que hacía que no se tomasen a Winnie demasiado en serio. Nunca se contaban los chismes referentes a su madre ni lo que iba diciendo de ellos: ya eran mayores para saber que no valía la pena, sólo podía hacerles daño y a la semana siguiente Winnie ya tendría otra víctima. Pero Maureen tenía la sensación de que la conducta reciente de su madre estaba relacionada con algo más siniestro de lo normal y necesitaba saber qué era. Liam sorbió el café con tranquilidad e hizo una mueca.

– Esto está asqueroso -dijo-. ¿Cómo está el tuyo?

– Dímelo, Liam.

– No es nada.

Maureen tuvo que camelárselo durante todo el rato que tardó en tomarse el café.

– Me preocupa que haya hablado con los periodistas sobre mí. Por eso necesito saberlo.

– Maureen, no tiene nada que ver con eso. No es importante.

– Entonces, ¿por qué no me lo dices?

Liam desistió de tomarse el café.

– No puedo beberme esto.

– Pues déjalo -dijo Maureen malhumorada-. Cuéntame.

Liam frunció el ceño y empujó la taza a un lado de la mesa. Maureen le cogió del brazo.

– Dímelo. Ahora mismo.

Liam dejó escapar un suspiro profundo.

– Tiene que ver con Marie… y con papá -dijo.

– ¿Marie ha recordado algo?

– No.

Maureen se quedó como muerta.

– ¿Qué pasa con papá?

Liam se recostó en su asiento, se metió las manos en los bolsillos y se meció en la silla.

– Escucha -susurró-, no quiero contártelo, en serio. Creo que deberías alejarte de ellos, al menos hasta que se calme este asunto con Douglas.

– ¿Qué ha pasado?

– Maureen, yo…

– ¡No me mientas!

Liam respiró hondo y la miró.

– Marie no cree lo que dices de papá.

– ¿Marie tampoco me cree?

– Nadie de ellos te cree, Mauri -soltó una risita nerviosa, intentando que sonara como un chiste-. No se creen nada que no quieran creer.

– Ya sé que mamá no me cree pero Marie estaba allí cuando ocurrió. ¿Cómo puede no creerme?

– No lo sé.

– ¿Qué parte no se cree?

– Nada.

– ¿Y Una?

– Tampoco te cree.

– Pero Una fue la que sacó el tema. Sólo se retractó para que mamá dejara de agobiarla. ¿Cómo puede no creerme?

Liam se encogió de hombros.

– Marie estaba allí-chilló Maureen. Los otros clientes les miraron de reojo-. Estaba allí, joder. Vio cómo mamá me sacaba del armario.

– Maurie, por favor.

– ¡Cabrones! -gritó Maureen abalanzándose sobre la mesa-. ¡Son unos cabrones!

Un niño pequeño sentado a una mesa cercana se echó a llorar.

Liam cogió a Maureen del brazo para que volviera a sentarse bien y se calmara.

– Baja la voz, por favor, Mauri. Podrían detenernos por alterar el orden público.

Maureen se enderezó y le cogió la mano con violencia, para que se acercara a ella.

– Cuéntamelo todo -dijo furiosa-. Todo. ¿Por qué sacan a relucir todo esto ahora?

Liam parpadeó con espasmos breves y rápidos y no la miró.

– Mamá cree que quizá no recuerdes bien lo ocurrido con Douglas.

– ¿Y a qué viene eso?

Liam se mordió las uñas.

– Han salido artículos en los periódicos sobre el rollo ese de la memoria…

– ¿Sobre los recuerdos falsos? No creen lo que digo de papá y por lo tanto todo lo que cuento me lo he inventado.

– Más o menos.

Maureen se desplomó sobre la mesa, murmurando insultos para sí misma.

– Lo siento, Mauri, lo siento -susurró Liam.

Maureen se frotó los ojos, pasándose los dedos por la piel suave de los párpados, e intentó organizar sus pensamientos.

– Creen que estoy completamente loca, ¿verdad? -dijo Maureen.

– Supongo.

– ¿Se lo han dicho a la policía?

Liam negó con la cabeza.

– Después del espectáculo que montó mamá en la comisaría el otro día, no creo que la policía le preste mucha atención precisamente. Yo no me preocuparía por eso. Dios mío, no es que estemos acostumbrados a que nos apoyen, ¿verdad? Creo que nos partirían la cara si nos acercáramos a ellas. Prométeme que te mantendrás alejada de ellas hasta que pase todo esto de Douglas.

– Vamonos de este sitio -dijo Maureen-. Está sucio.

Salieron de las galerías y volvieron al coche. Liam sacó las llaves del bolsillo de su chaqueta. Le abrió a Maureen la puerta del pasajero pero ella no entró.

– ¿Ninguna de ellas me cree? -preguntó.

Liam se frotó las manos sintiéndose culpable, como si estuviera implicado en la traición de sus hermanas.