– No -contestó-. No te creen.
– ¿Y tú?
– Sí, cada palabra.
– ¿Porqué?
– Porque Una te lo contó, porque es demasiada coincidencia y sé que tú misma lo has puesto en duda muchas veces y siempre has llegado a la misma conclusión.
– ¿Me crees cuando digo que no maté a Douglas?
– Sí, bueno, sé que eres una tía dura, Maureen.
Se sonrieron melancólicamente.
– Y por Dios -dijo-, si lo hubieras hecho, ya se lo habrías contado a todo el mundo.
Maureen se acercó a él hasta que sintió el calor de su piel y, apoyada en su hombro, alzó la vista.
– Liam -dijo, y respiró, desesperada por oír la respuesta correcta-. ¿No piensas que pude haberle matado y haberlo olvidado?
Liam le cogió la cara entre sus manos y la miró fijamente.
– Escúchame bien. No te ocurre nada.
– Pero quizá…
– No te ocurre nada.
– Quizá… mi memoria…
– Cállate. Escucha, no se trata de Douglas. Se trata de que ellas no quieren creer lo de papá. Quiero que te alejes de ellas, joder.
– ¿Quieres qué pase de todo?
– Mantente alejada de ellas -dijo, poniendo un énfasis extraño en sus palabras, y le soltó la cara-. Por favor, aunque sólo sea por un tiempo.
Dio la vuelta al coche y se deslizó en el asiento del conductor. Maureen subió al del pasajero y cerró la puerta.
– Creo que están todas chifladas -dijo Liam.
– ¿No lo dices sólo para consolarme?
– Un poco sí -sonrió, Maureen había pillado su mentirijilla-. Pero sé que ocurrió.
– Que ya es más de lo que yo sé -dijo Maureen compungida por la autocompasión.
Liam puso la llave en el contacto, la giró y arrancó el coche.
– Lo que tendrías que preguntarte -dijo Liam- es qué capullo pondría en duda esa clase de recuerdos.
16. Liam
Liam aparcó el coche a la vuelta de la esquina, fuera de la vista de la comisaría. Entraron por la puerta principal y le dijeron al policía de la recepción quiénes eran y a quién habían ido a ver.
Casi inmediatamente un grupo de cuatro policías apareció en lo alto de las escaleras. McEwan, Inness, Hugh McAskill y el hombre desaliñado. Parecían seguros y decididos, como si el resultado de la reunión ya estuviera fijado de antemano.
– Estábamos a punto de salir a buscarles -dijo McEwan, que así les hacía saber quién estaba al mando.
El hombre desaliñado dijo que iba a leerles sus derechos a ambos a la vez. Los recitó en un tono uniforme, propio del que anuncia la salida de los trenes. McEwan tenía un aire pedante. Miraba a Maureen una y otra vez, sonriendo con indiferencia y apartando la vista rápidamente, como si ella fuera a saber a qué se debía su sonrisa si McEwan se la mostraba más tiempo. McAskill estaba tres pasos por detrás de Inness y del hombre desaliñado, con las manos en los bolsillos, y pasaba la mirada por el vestíbulo, evitando a Maureen. Liam miró a su hermana, parecía preocupado. Maureen quiso poner cara de ánimo pero no podía dejar de pensar en Winnie, Marie y Una. Bajó la barbilla y levantó las cejas. Parecía sentirse culpable y distante.
El policía desaliñado acabó su recital y Liam le dirigió a Maureen un conato de sonrisa. Inness lo cogió del brazo y se lo llevó a través de las puertas de vaivén del primer piso. El policía desaliñado les siguió. Liam no volvió la cabeza para mirarla: se fue caminando con la cabeza inclinada sobre el pecho, como alguien a quien llevan a la horca, donde lo colgarán del cuello hasta que muera.
McEwan observó cómo las puertas se cerraban tras ellos.
– Tenga cuidado con sus compañías -dijo McEwan.
– ¿A qué se refiere? -preguntó Maureen inocente.
– A su hermano y a ese amigo suyo, Benny.
– ¿Benny?
– Tiene antecedentes, ¿no lo sabía? -señaló las escaleras-. Ya sabe el camino.
Subieron el primer tramo de escaleras.
– No -dijo Maureen-. Benny está estudiando Derecho. No podría haber entrado en la universidad si tuviera antecedentes. Le confunde con otra persona.
– No tramitaron su causa -dijo McEwan.
– ¿Qué?
– Que no le procesaron.
Eso lo explicaba todo: habían detenido a Benny por mear en algún portal o algo así.
– ¿No fue para tanto?
– Le conmutaron la pena.
– Tampoco sé lo que significa eso-dijo Maureen, cansada de su jerga de policía pedante.
– Hicieron que fuera al psiquiatra por sus problemas con el alcohol en lugar de procesarle.
– Ah, bien. No lo sabía. Debemos parecerle una pandilla de chiflados.
McEwan sonrió enigmáticamente y abrió la puerta de la sala de interrogatorios. Maureen se sentó en la parte más alejada de la mesa, cruzó las piernas y balanceó el pie dando patadas rítmicas e inquietas. Estaba a punto de pasar algo importante y no podía concentrarse porque no dejaba de pensar en Winnie. Se habían dado mucha prisa en leerles los derechos.
McAskill se deslizó en la silla junto a la pared y puso en marcha la grabadora. McEwan entró la silla del pasillo.
– ¿Cómo está, Maureen? -le preguntó McEwan como si lo dijera sólo para que quedara constancia en la cinta.
– Estoy bien, Joe -dijo Maureen deseando que fuera al grano de una vez-. ¿Y usted?
– Bien.
Se quedaron callados y se miraron. Joe McEwan estaba saboreando el momento. Maureen cambió de posición. Se sentó de lado y volvió a cruzar las piernas.
– ¿Va a hacerme preguntas o nos quedaremos aquí sentados mirándonos todo el día? -dijo Maureen.
– Sí -dijo con serenidad-. Tengo algunas preguntas que hacerle. Primero quiero que me cuente, tan detalladamente como pueda, lo que hizo desde las nueve de la mañana hasta las diez de la noche del día anterior a que se descubriera el cuerpo del señor Brady.
Maureen repitió la historia, volviéndole a contar los detalles sobre el Pizza Pie Palace y Leslie, preguntándose por qué querrían saber lo que había hecho por la noche. McEwan le preguntó si estaba segura de las horas que les había dado y luego se recostó en su silla lleno de confianza, mirándola de arriba abajo.
– ¿Algo más? -preguntó Maureen toscamente.
– Sí -dijo-. Algunas cosas más. Quiero que hablemos de su acoso a la señora Brady.
– ¿De mi qué? -Su voz se elevó en un tono agresivo. Se dijo a sí misma que se calmara.
– La señora Brady me ha dicho que usted se había puesto en contacto con ella y que había insistido en que se vieran. No quiso especificar la naturaleza de su reunión…
– Almorzamos juntas.
– Me refería al tema de su conversación.
– Yo se lo diré -Maureen se inclinó hacia adelante-. Me dijo lo mismo que Elsbeth…
– Esa es otra -la interrumpió McEwan-. Aléjese de ella también.
– Escuche, ellas fueron las que se me acercaron. Yo no fui a buscarlas. Usted estaba delante cuando Elsbeth me pidió que la esperara y usted le dio a la imbécil de Carol Brady mi dirección.
– Esté segura de que yo no se la di.
– :Pues ella me dijo que se la había dado la policía. Su ayudante apareció en mi puerta y casi me da un susto de muerte. -Maureen hablaba muy rápido, estaba muy enfadada.
McEwan miró a McAskill. Éste parecía confuso y sacudió la cabeza.
– Lo investigaremos -dijo McEwan.
– Y ustedes le dijeron que éramos una familia de indeseables. -Se alegraba de haber tomado la ofensiva, de tener algo que recriminarle-. Somos tan indeseables como cualquier otra familia de esta ciudad. -Sus palabras sonaban ridículas.
– Como ya he dicho -reiteró McEwan-, lo investigaremos. Si de verdad alguien de aquí le dio su dirección, entonces desobedeció mis órdenes explícitas. De todas formas, le dejé muy claro que no quería que esperara a Elsbeth. ¿Por qué habló con ellas?